La casa se vuelve el escenario, o también a la inversa. Un ámbito que puede ser muchos, yuxtapuestos, con el fin de sostener a la persona que allí habita. Son dos hijos que así cuidan de su madre, mientras ella desanda lo que apenas recuerda y lo previsto se deshace. La Casa Suiza, de Tania Scaglione, se presenta hoy y mañana a las 20.30 en el Centro Cultural Parque de España (Sarmiento y el río); y el elenco no puede ser más atractivo: Ricardo Arias, Germán Basta, Laura Copello, Vilma Echeverría, Mumo Oviedo, José Pierini, Irupé Vitali.
“El año pasado, Parque de España inició la segunda edición del programa Descarriadas, con unas clases de dramaturgia a cargo de Mariela Asensio. Al finalizar el Laboratorio, hubo un concurso con un jurado externo, y seleccionaron este texto. Fueron seis meses de trabajo intenso; y elegimos usar no solo el escenario, sino toda la sala y la platea; incluso, en un momento gritan desde abajo del escenario”, comenta Tania Scaglione a Rosario/12.
“La obra plantea una cuestión en relación a la convención de lo que se va diciendo, la del lenguaje como acto creador de una realidad. Por ejemplo, al comenzar la obra, el personaje del hijo que interpreta Mumo Oviedo, dice: ‘Acá está el Parque Independencia’, y va nombrando así otros lugares. Pero todo eso se empezará, de alguna manera, a desmoronar; esos lugares que nombra estarán ahí, en la sala, pero perderán entidad, se irán diluyendo. Durante toda la obra se intenta establecer cómo son las cosas, cómo tienen que ser, para que luego se vaya desmoronando”, continúa.
-Reunir a la ciudad con otras referencias y en un mismo escenario, seguramente haya sido algo atractivo para la puesta en escena.
-Es algo que hace mucho vengo pensando. En sus obras, Bernard-Marie Koltès empezaba con didascalias que describían espacios imposibles de llevar a escena, y yo siempre pensaba: “No se puede poner nada en el escenario, tiene que estar vacío”. Y acá es un poco eso, yo nombrando tantas cosas, tantos lugares, de los que no se pueden poner nada, el espacio está vacío. Ahí estuvo el laburazo de Ximena Pereyra en dirección de arte, acentuó un montón los colores y la estética de los objetos y los vestuarios, saturados y estridentes. Sobre el negro del telón de fondo, resaltan estos puntos de color, muy intensos.
-Lo que lleva a que el espectador complete también con sus imágenes, como las de la misma ciudad.
-La obra presenta una narración, un cuento donde los personajes -el hijo y la hija- van contando, y ahí está la imaginación del público, que es la que completa con lo que conoce de la ciudad, por ejemplo. Pero también sobre otras cuestiones. En un momento, los personajes harán entrar a Gilles Deleuze a escena, para responder a las acusaciones de que las imágenes y las proyecciones serían malas para el cerebro; y entra Germán Basta, con esos pelos parados y las calzas azules estridentes, que hace de Deleuze y reproduce un fragmento de una entrevista. ¡Es nuestro Deleuze!
-Seguramente, Basta nunca imaginó que interpretaría a Deleuze.
-¡Y hablando en francés!
-Ahí está la relación con el cine, y el vínculo que La Casa Suiza tiene con La novicia rebelde, ¿por qué?
-Siempre fui muy cinéfila; de hecho, llegué al teatro documental a través del cine, y no por medio del biodrama o del mismo teatro, sino viendo docuficciones en los ’90. Y eso me llevó a correrme de algunas estéticas, que eran más teatrales. En La novicia rebelde se plantea a la educación de los niños de una manera mucho más libre, desde la importancia del juego en la infancia. Lo que nosotros tomamos de la película es ese mundo en parte idílico, sin olvidar que están escapando de la persecución nazi; a lo que me refiero es a cantar y bailar, a que son felices y a que los problemas se solucionan al final. Toda la obra avanza, como en La novicia rebelde, desde un ideal sobre cómo es Suiza, las montañas, cuando cruzan los Alpes escapando de los nazis, a la par de la historia de la familia, la que los personajes le narran al público. Todo eso se va entrelazando y haciendo un bloque; el texto no tiene escenas ni actos, sino que avanza como una marea donde todo se entrelaza. De Suiza y las montañas al Parque Independencia y el Barrio Toba, es toda una mezcla que va adquiriendo fuerza.
“El texto fue eligiendo su propio recorrido. La protagonista, que interpreta Vilma Echeverría, es una madre que está totalmente perdida en el espacio y en todo, hace un paso y se olvida qué estaba haciendo; se dirige a un lugar, pero se olvida de dónde está yendo. Mientras, se contraponen los relatos del hijo y la hija, intentando sostener a quién era esa mujer, para que siga siendo así, pero la realidad hace que se les vayan cayendo todas las estanterías. Es una obra sin un antagonista, ningún personaje es malo, sino que todos intentan ir en contra de esta situación, la de esta madre totalmente perdida”, agrega la directora.
La Casa Suiza cuenta con dramaturgia y dirección de Tania Scaglione; asistencia de Julieta Yelin; dirección de arte de Ximena Pereyra; dirección de trama sonora de Claudio Lo Giudice; diseño lumínico de Martina Astegher, Keila Salas y Héctor Aguilera; coreografías de Puca Nela; diseño y ejecución del mueble-piano de Rodrigo Frías; y vestuario de Cintia Crespo. “Yo hago habitualmente teatro documental, pero acá me surgió una necesidad muy grande por la ficción, y creo que justamente por lo opresivo, sea acá en Rosario pero también a nivel nacional, con los discursos de mucha soledad y odio. Para mí era muy necesario que fuera una ficción, no solo como escape, sino como posibilidad de poder repensarnos, desde otro lugar, desde afuera. Un aire, un respiro, para vernos de otro modo”, concluye Scaglione.