Demi Moore es Elisabeth, una celebridad de televisión que conduce un programa de aerobics à la Jane Fonda o, para una referencia más local y actual, à la Jessica Cirio. Elisabeth tiene piernas eternas, pelo negro larguísimo, ojos verdes deslumbrantes, un trabajo soñado y un penthouse con un enorme ventanal con una vista inigualable a Los Ángeles (completamente arruinada por un cartel enorme con su propia cara que bloquea la vista del horizonte para todos los vecinos).

Los videos de aerobics de Jane Fonda: una de las referencias de The Substance

A pesar de todas estas virtudes, Elisabeth carece de algo esencial para la industria audiovisual: juventud eterna. Tampoco parece tener ningún interés romántico, amigos, una mascota, o un vínculo al menos superficial con un compañero de trabajo por fuera de su carrera. Para ser honestos, toda la trama de esta película se hubiera arruinado si Lizzie hubiera tenido al menos una amiga sin mucho filtro, que le diga que afloje un poco con las inyecciones porque ya se estaba pasando tres pueblos. 

"La Substancia": ¿una alegoría complaciente sobre el uso del Ozempic?

Pero no, aquí reside el problema principal de “La sustancia”: Lo único que sabemos del personaje de Moore es que lleva sosteniendo una larga carrera televisiva cuando sin ningún aviso su jefe, un ejecutivo de televisión tan arquetípico que hasta se llama Harvey como el infame productor Harvey Weinstein (en una de las infinitamente obvias referencias que veremos de aquí en más). Si hay algo que caracteriza a esta película es la primacía de la literalidad completamente desprovista de simbolismo, no vaya a ser que el público sea forzado a activar algún mecanismo neuronal en algún momento de las eternas 2 horas y 20 minutos del film.

Elisabeth es retirada de su puesto en el programa por ser “demasiado vieja” y se entera de que será reemplazada por alguna joven de menos de 30 años que los productores se ocuparán de encontrar en las siguientes semanas. ¿La forma de conseguir a la próxima Elisabeth Sparkle? Un aviso clasificado en el diario, en línea con la estética vintage ochentosa que caracteriza toda la película y justifica que la mayor estrella del planeta sea una profesora de aerobics. 

Demi Moore se mira al espejo en The Substance: todo mal.

La crisis de nervios que sufre tras enterarse de la noticia hace que termine en un choque del que milagrosamente emerge sin ningún tipo de daño. En la guardia del hospital conoce a un misterioso médico que le dice que es la “candidata perfecta” y le desliza un pendrive que le promete la solución a todos sus problemas. Este pendrive contiene una publicidad de algo llamado simplemente “La sustancia” que supuestamente le dará una “versión mejorada de sí misma” y Elisabeth busca su kit e inicia el tratamiento sin informarse en ningún momento sobre sus consecuencias.

En una mezcla gore de El retrato de Dorian Gray, Dr Jekyll y Mr Hyde y Alien, Elisabeth da a luz a la semilla de su propia destrucción: “Sue”, una joven bellísima con mirada inocente y culo turgente (como no para de recordarnos la directora en las trescientas tomas subsiguientes). El parto por la espalda deja en el cuerpo de Elisabeth una dolorosa cicatriz a lo largo de su columna vertebral, pero esto no la amedrenta en su propósito, mostrando el empeño cotidiano por desoír cualquier tipo de repercusión física en pos de buscar la juventud. 

Margaret Qualley como "Sue"

Así como en el famoso clásico de Stevenson, Elisabeth solo puede pasearse en el terso cuerpo de Sue bajo el sol de LA por una semana hasta necesitar volver a su decrépita matriz, cuerpo en el que tendrá que pasar otra semana. Tras recuperar su trabajo anterior bajo esta nueva forma, la conductora resume su vida pero rápidamente el abuso del cuerpo nuevo empieza a traer complicaciones. Las instrucciones avisan que ambas mujeres “son una”, pero Sue trata a su cuerpo original como un saco de órganos y a medida que la recién nacida se acostumbra a la juventud y al “pretty privilege”, la mente de este ser duplicado empieza a degenerar.

Notando las grandes diferencias en el trato que recibe cuando su joven doble camina por la calle, y gozando (otra cosa poco realista de la trama, ya que sabemos que Demi Moore a sus sesenta años sigue teniendo más levante con chicos de veinticinco que cualquier centennial), Elisabeth estira cada vez más su estadía en el cuerpo de “Sue”, lo cual le trae su primer problema. Como le han advertido muchas veces las instrucciones, no hay excepciones a la regla de respetar el tiempo máximo de una semana y transgredir esto deteriora aceleradamente el cuerpo “matriz”.

La película se construye como una fábula, he aquí la simplicidad de su ejecución: la cadena de televisión para la que trabaja se llama simplemente “la cadena”, el nombre del programa que debe protagonizar Sue en año nuevo se llama “el programa de año nuevo”. La propia sustancia que da nombre a la película carece de uno propio, es simplemente La Sustancia. De todos modos, no hubiera sido difícil derivar la conclusión moralizante que la directora pretende que resumamos (que la obsesión con la belleza y la juventud es tan grande que pondríamos en riesgo nuestras vidas por obtenerlas) si se hubiera tratado el tema de manera más sustancial.

Dennis Quaid, el amoroso papá de Juego de Gemelas, hace un papel asqueroso en The Substance 

La segunda pantalla

La condescendencia para con el público es absoluta y constante. La película no parece segura de poder transmitir su mensaje con claridad, por eso repite cada cosa de la forma más obvia y explícita y refuerza constantemente cada secuencia con flashbacks y frases textuales escritas en letras gigantes. Por la cantidad de veces que reitera cada una de las escasas frases, de su guión parece hecha para una audiencia con déficit de atención. Pareciera que La sustancia está hecha para ser vista en una plataforma de streaming más que en el cine, dada la simplicidad y reiteración de su contenido.

Nada de esto es sorprendente viendo como la mayoría de la oferta cinematográfica hoy en día pertenece al universo Marvel y cuyos guiones parecieran construidos de acuerdo al principio del second screen o “segunda pantalla”: en 2023, un estudio de la empresa Civic Science reveló que un sesenta y seis por ciento de los estadounidenses miraba televisión mientras miraba su celular chequeando redes sociales o mensajeando amigos. Esto hizo que durante los últimos años, la industria televisiva y cinematográfica empezara a ajustar su contenido a esta dinámica. 

Se requiere a los guionistas que hagan su contenido más apto para ser visto en una “segunda pantalla”, bajando la complejidad del mismo y haciéndolo más fácil de seguir para el incesante multitasking de la vida contemporánea. El resultado de esto se condensa en narrativas menos sofisticadas y mucha más exposición, que recuerda a la audiencia constantemente quién es quién, qué rol cumple en la trama y qué está ocurriendo bajo la asunción de que el televidente está peleando con alguien en Twitter o mirando videos de TikTok en simultáneo a ver la película o serie. Lejos estamos de la época dorada de la televisión que caracterizó a las décadas de los 2000s y 2010s.

El hecho de que el guion sea inexistente y los personajes absolutamente unidimensionales hace complicado el llegar a entender el mensaje (¿moralizante? ¿crítico?) que la película quiere dar.

El Ozempic y los tratamientos de belleza cuyos efectos a largo plazo no conocemos son sin duda peligrosos. La obsesión con la juventud es cruel y deshumanizante, particularmente hacia las mujeres, entendido. Los ideales de belleza de Hollywood son inalcanzables, claro que sí. La industria del entretenimiento es una picadora de carne sin ningún tipo de sustento ético. Los hombres en el espectáculo son todos cerdos sin un ápice de humanidad. La directora (mi horror al descubrir que es una directora mujer) emula la mirada masculina en su tratamiento de los cuerpos femeninos pero la crítica es tan superficial que termina pareciendo una mera imitación. La búsqueda de la juventud eterna lleva a una locura inútil. 

El baño de The Substance, convertido en carnicería

Todo esto podría haberse resumido en un mail, o en una foto de la cara de Joan Rivers, pero Coralie Fargeat decidió regalarnos a cambio tal vez el largometraje más condescendiente del año. Por si no quedaban dudas de que las ceremonias de premiación estaban compradas, el film recibió el galardón de mejor guión en el Festival de Cannes.

Si bien es crucia que el cine dé lugar a debates feministas actuales, una bajada panfletaria y con una ejecución tan poco inspirada no puede dejar a la audiencia sino sintiéndose tomada por idiota. Tampoco llegamos a ver nada del trasfondo que lleva al personaje a tales extremos e incluso termina castigándola con un destino cruel. A la vez, el film no parece responsabilizar a nadie más que a la protagonista por su desenlace. El único castigo que recibe la industria es el horrible espectáculo del final: un clímax gore en el que Elisabeth/Sue ni siquiera se venga de quienes la llevaron a su miserable situación. 

Tampoco parece haber una crítica al negocio detrás de la creación de estándares de belleza inalcanzables, dado que la creación del falso Ozempic parece ser una caridad sin propósito. Elisabeth ni siquiera compra la sustancia, la recibe gratuitamente. No hay ninguna referencia a que la industria cosmética responde a una lógica económica de crear innovadoras falencias y lucrar vendiendo soluciones a las mismas.

Quizás como consecuencia de la ultima ola feminista se ha puesto de moda en la industria audiovisual el motif de la female rage o “ira femenina”, es decir mujeres que son llevadas al limite de su cordura por expresiones de opresión patriarcal. En films como Midsommar, Pearl, o Gone Girl sus protagonistas descargan este enojo reprimido través de erupciones de ira violenta. La sustancia también culmina con una escena de violencia enmarcada en una estética gore. Sin embargo, en la película la violencia no se ejerce contra el sistema que oprime a sus protagonistas, sino que desata una pelea entre ambas partes de Elisabeth expresando su odio internalizado contra la fealdad y la vejez encapsulada en el cuerpo antiguo que el nuevo intenta asesinar. 

El mundo del espectáculo, los hombres, en fin, el patriarcado, solo terminan siendo testigos que no sufren más consecuencias que el de ser forzados a presenciar este desagradable show. No hay venganza ni expiación, el gore solo cumple una función estética, como una pobre copia de Cronenberg sin marco teórico.