Carla, Vilú y Yeni vivieron una vorágine los días en que los últimos incendios acecharon la provincia de Córdoba. Las tres están en Sierras Chicas, una territorialidad importante que va desde Saldán hasta Ascochinga. Y forman parte de Fuegas, un colectivo de 18 brigadistas ecofeministas.
El eje que hizo que Fuegas comenzara a existir como grupalidad y a trabajar en los incendios fue el femicidio de Luana Ludueña, en enero de 2022. Ese año, junto a otras brigadistas de otros pueblos fueron a la marcha del 8M con sus equipos de protección personal y sus identificaciones de brigadistas. Ese gesto fue fundamental para el nacimiento de esta colectiva que se define como un movimiento de resistencia. “Estamos en el frente de batalla, ahí apuntalándonos”. Ese 8M llevaron la consigna "Luana presente” y “Justicia por Luana".
Luana fue abusada en noviembre de 2021 por el ex titular de Defensa Civil Diego Concha y el hostigamiento que sufrió produjo su suicidio en enero de 2022. Las Fuegas fueron muy importantes en la visualización de la acusación de Concha y acompañaron a la familia durante todo el juicio con intervenciones en Tribunales. El 27 de agosto de este año, el responsable de la muerte de Luana, fue condenado a prisión perpetua declarado culpable de homicidio en contexto de abuso sexual. Vilu aclara: “Como no fue un homicidio directo no usaron en la condena el nombre de femicidio. Este sujeto fue quien creó las condiciones que llevaron a Luana a suicidarse. Nuestro código penal no tiene la figura del suicidio femicida, que es lo algo que nos falta”, subraya.
Somos el monte
“Lo que se le está haciendo al monte es lo mismo que el patriarcado hace con nuestros cuerpos”, coinciden. Las Fuegas sienten el monte como una corporalidad propia a la que no se está cuidando. Yeni señala: “Encontramos una conexión directa con lo que Diego Concha hizo con Luana y con nuestro monte nativo de Córdoba. Es un modo patriarcal de posicionarse en la vida. Una persona que ejercía el poder de manera patriarcal en todos los ámbitos. ‘Agarro lo que quiero y lo uso para mi propia satisfacción’, desde modos avasalladores y maltratadores con las personas que trabajaban con él cotidianamente hasta pedir favores sexuales a mujeres para ingresar al ETAC”, (Equipo Técnico de Acción ante Catástrofes).
En 2020, se quemaron en Córdoba más de 300.000 hectáreas. Las brigadas surgen después de esos incendios como respuesta comunitaria. Vecinos y vecinas que estaban en la zona de interfase con el monte y trabajaban en distintas organizaciones o de manera particular en cuestiones relacionadas al cuidado ambiental. Vilú es de Saldán, Yeni de Villa Cerro Azul, y Carla, de Río Ceballos. “En las brigadas hay docentes, guardaparques, escaladores, personas que ya tenían un modo de vida en el que se sentían parte de este lugar”. Se organizaron y se capacitaron “porque el fuego es un agente horroroso para trabajar cuando está en descontrol”, apunta Vilú. Aprendieron los modos de trabajo seguro en incendios forestales, curso que muchas de ellas hicieron para poder empezar a organizarse con el cuidado. Porque conocer las plantas, la educación ambiental, el avistaje de aves, no era suficiente, además de todo eso tuvieron que ponerse el equipamiento, salir y organizarse con una mirada proteccionista.
Yeni no duda en remarcar el carácter fundamental que tiene la comunidad: “Es un trabajo en conjunto. Estamos ahí en el fuego porque tenemos una comunidad que nos ampara, nos sostiene y nos legitima en el territorio”. La brigada va al frente para contener y controlar el fuego pero puede hacerlo porque está la comunidad ayudándoles. Son brigadas comunitarias forestales, y comparten un sentimiento de pertenencia. Estas brigadas cumplen un rol fundamental en Córdoba. Cada vez que asisten a incendios forestales, las reconocen y generan lazos con los cuarteles de bomberos cercanos, que están abiertos a recibirles y trabajar juntes.
Se acercaron al fuego desde el ecofeminismo. Carla cuenta que siempre estuvo muy vinculada al trabajo ambiental: “Es muy reciente mi vinculación entre feminismo y ambiente, pero la ficha neta cayó con Luana, con ver cómo funciona -y cómo no funciona- este sistema de cuidado y protección hacia el territorio por parte de quienes en teoría están formándose, capacitándose y teniendo recursos”. Lo empezaron a ver cuando el fuego estaba en las lomas de nuestras casas y les tocó estar ahí, en el fuego, entre vecinas y vecinos. Fuimos desprovistas de todo y ahí empezamos a interactuar con el sistema, que hasta ese momento lo conocíamos desde los comunicados oficiales que nos brindaba Defensa Civil. Como vecinas y vecinos teníamos ese relato de lo que sucedía en los incendios: ‘Ustedes no se metan’, ‘Nosotros en el fuego, ustedes comunidad abajo, sin entorpecer’.” Pero se metieron de prepo. Porque realmente lo hicieron así: “Desobedeciendo en pandemia, desobedeciendo todo. Nos metimos y empezamos a interactuar con las personas que viven en el ámbito rural, baqueanos, paisanos, paisanas. Fue una fusión de todo tipo de interzonas ocupacionales. Fuimos todes. Y veíamos que el discurso era uno”. Las mandaban a bajar del monte, y entonces no quedaba nadie y al día siguiente se volvía a iniciar el fuego. “Al acercarnos, al formar las brigadas comunitarias, capacitarnos y empezar a hablar el lenguaje de ellos te empieza a caer otra ficha. Vimos que no solo era falta de recursos o de dinero sino que había una cuestión patriarcal para marcar el terreno, una posición que nos excluía. Y que no cuida. O están cuidando otra cosa o no entendemos qué están cuidando”.
No eran amigas pero se encontraban en el fuego, cada una con sus brigadas. Entonces empezaron a juntarse. “Cada brigada es un organismo vivo, tiene su impronta y su identidad. Son hermosas porque son diferentes si bien en el fuego nos comportamos de manera similar”. revela Yeni y sigue: “No es nuestro enemigo el fuego. El fuego es ancestralidad, es reunión. No apagamos el fuego con más fuego, lo tratamos de apagar con agua, con sofocos. Intentamos ir de otra manera al monte. Y nos va cayendo más la ficha de decir ‘esto no más’ y se va entendiendo”.
También viven micromachismos y violencias cotidianas de las que se van alejando. El héroe que apaga el fuego, el macho, -y a la cabeza Diego Concha-, son personajes que cuestionan. Y así empezaron a hablar de estos temas. “Las mujeres son las que cuidan y los hombres son los que agarran el chicote’, no va más. De a poco empezamos a dejar de lado eso. Yo sí puedo llevar la mochila, vamos hablando más de estas cosas y de otras maneras de ir al fuego, con otra energía, con otra sensación. Lo principal es la manera en que vamos al fuego. Nuestra manera es desde otro lugar”.
¿Cómo trabajan frente al fuego?
Vilú: Los bomberos tienen disponibilidad de camiones y van con agua. Nosotres desde el camino vamos hasta la línea del incendio y ahí trabajamos -más que con agua- porque llevamos mochilas con 20 litros de agua (se llama bomba en la espalda), con herramientas para raspar el monte hasta que quede suelo mineral. Cortamos la continuidad del fuego. Usamos puntos de anclaje como puede ser una pirca, tenemos estrategias distintas de respuesta según las condiciones. Trabajamos de noche cuando la temperatura baja.
Yeni: Luego de tirar agua para apagar el fuego, trabajamos con el chicote, que es una cinta con un mango. Trabajamos el perímetro, que es lo que se divide entre los que se quemó y lo que no se quemó. Con la zapa, que es como un rastrillo, rastrillamos el suelo y lo llevamos hacia lo que ya se quemó, para que no genere una continuidad.
¿Todo fuego es político?
Carla: Siempre hay alguien que gana, que saca beneficio de ese territorio quemado.
Si hubiese voluntad y decisión política, visión del territorio y del cuidado del territorio desde lo ambiental no debería quemarse ningún pedazo más ni de monte, ni de pastizal, ni de nada. Sin embargo, si es funcional a la obra pública, funcional al desarrollo inmobiliario, funcional a la expansión de la frontera agropecuaria, funcional a las canteras, funcional a todos los intereses económicos que el sistema o el poder político avala y con el cual negocian, hay fuego. Por eso el monte se sigue quemando. Acá lo prenden. La chispa la detona todo el negociado y el interés de que eso se queme. Y el interés político de que las fuerzas que tienen que responder estén totalmente desatendidas y descoordinadas. Sin cuidado psicólogo y con una violencia institucional muy grande en todo este sistema. Vivimos en pueblos y nos conocemos mucho. Para ellos no hay daño. No perciben daño ecosistémico, paisajístico, socio cultural, sitio arqueológico, nada. El único daño que perciben es a la propiedad privada, el de infraestructura. Por eso tenemos que estar ahí.