¿Por qué tenemos una necesidad vital de gozar? ¿Qué viene a decir esta urgencia con gusto a cuenta pendiente, cuando aprobamos el teórico práctico de la materia        “experimentación de la sexualidad de acuerdo a posiciones, lugares, tiempos y entrega”, con una admirable capacidad de adaptación para ser dadoras de placer desde muy jóvenes?

“Desde hace 10 años hasta ahora, las relaciones sexuales disminuyeron un 15 por ciento en la población general. Nuestros padres tenían más sexo que nosotros y nosotras y los y las jóvenes tienen menos relaciones sexuales que nosotros a su edad”, confirma la Médica Sexóloga Romina Camacho. “Este fenómeno de la baja de frecuencia de actividad sexual está relacionado con el estrés, los resabios de la pandemia, crisis económica, depresión”, continúa.

Sin embargo, es imprescindible hablar de la corporalidad a la que fuimos impuestas o autoimpuestas, para las que coger ha sido sinónimo de muchos otros verbos que nada tienen que ver con el disfrute:

Hemos cogido sin ganas, sin previa, sin ternura, sin deseo. Hemos cogido por compromiso, por compasión, por incomodidad, por aburrimiento, por culpa, por oficio ad honorem, por sumisión, para complacer. Nos hemos transformado en las mejores alumnas a la hora de aguantar el ardor, la impotencia, la humillación, expertas en fingir un orgasmo, rigurosamente al minuto tres de la penetración.

“Aunque muchas no lo admitan, el 100 por ciento de las mujeres hemos fingido orgasmos”, continúa Camacho.

Hemos cogido con los ojos cerrados para no mirar lo que nos generaba rechazo. Hemos pasado noches enteras aguantando un pedo, mientras el tipo que nos acabó en la boca sin preguntar roncaba como un rinoceronte al lado.

Hemos entregado el cuerpo como moneda de cambio a una caricia, una promesa inventada. La paga pretendida era, indiscutidamente, afecto. La romantización del amor y del encuentro sexual causó en muchas de nosotras estragos. Hemos ido en fila a comprar en pozo una ilusión de dos ambientes con un patio de cemento y pelopincho, que decoramos a diario en la hoja de notas de la agenda. Boceto que se repetía en cada hoja en blanco de cada agenda año tras año.

“Estadísticamente las separaciones, en una pareja estable, se dan, en los hombres por falta de sexo y en las mujeres por falta de afecto”.

Hemos gemido por cada chirlo que nos atragantaba de indignación. Hemos respondido como actrices de una porno clase z las preguntas indigeribles. Hemos accedido a tener relaciones sexuales sin preservativo, o, lo que es peor, hemos “dejado pasar” el “stiling”, tipificado como delito contra la integridad sexual en el código penal.

El punto a desenredar es el silencio y el atajo que nos llevó a alejarnos de nuestro propio deseo.

Se cayó el telón.

Nos miramos al espejo después de una jornada de varios trabajos, de ejercer la tarea de cuidados a nuestros hijos, padres, madres, de inventar un nuevo firulete para llegar a fin de mes, encajando en el presupuesto la cena con amigas y el salario de la niñera para dicha ocasión. En este contexto de feminización de la pobreza, de un 60 por ciento de progenitores que no cumplen con la cuota alimentaria, de precarización laboral y techo de cristal que a esta altura parece de amianto, las citas son un costo y el goce, en esta instancia, una utopía.

La masturbación nos regaló la posibilidad de conocernos, reencontrarnos, descubrirnos, sin tribuna que nos necesita como jugadoras y porristas de un partido donde dejamos al contrincante hacer goles para que termine de una vez.

No es temporada de mariposas y exageraciones. Hablar de felicidad es más que un acto de inocencia: se asemeja a un desacierto peligroso en medio de tanto dolor colectivo. El escenario brutal que nos arrincona en la urgencia hace que no tengamos paciencia a ciertas repeticiones.

Se trata de elegir las batallas. Elegir. Un verbo inhabilitado históricamente para muchas.

Somos cuerpos que han dejado de ser carretillas de escombros.

“¿Desde cuando la amabilidad no se retribuye con el cuerpo?”, dice la protagonista de Putamadre, cuando conoce a un hombre que la despide en la primera cita con un beso en la frente.

Hemos sido abusadas en innumerables oportunidades y de maneras incomprensibles. Hemos dejado a merced del que venga, nuestra piel como una ofrenda sin demasiado valor. Hemos perdido tiempo, plata, proyectos y también nos hemos olvidado de lo que nos hace bien. Muchas veces nos hemos ofrecido como limosna, como deshecho, como retazo, como premio consuelo.

Nos hemos retirado exhaustas, en ciertas ocasiones, para lamernos las heridas, esperar que el plumaje vuelva a nacer en los lamparones que quedaron en carne viva para regresar con la esperanza de estar más atentas, más alertas, más dignas. En ese retorno, en el que la carencia tarda de despabilarse y arremeter, nos topamos con hombres que aprendieron a hacer de nosotras despojos, que se siguen exigiendo destreza y erección a toda costa, que estudiaron a rajatabla la cultura de la penetración como una forma de ejercer el poder, y ensayamos proponer una tregua.

Hoy, después de ver desfilar hombrecitos rotos que insisten en atesorar al macho activo imparable a como dé lugar, intentando a cuatro manos y con cuanta pastilla se les cruza, volver a ser el pibe maratónico e incansable, muchas, poco a poco, nos retiramos de la cancha. Lo patético se mezcla con algo de vergüenza. Ya no podemos con esas caras de torpeza y frustración, ya no tenemos ganas de explicarles una y otra vez que por ahí no es, que se les nota la exigencia, que hay maneras maravillosas de descubrir nuevas formas de conectar. Hoy nos apena la brecha insalvable que nos separa de los hombres de nuestra generación, entonces, hacemos el intento de tirar por la borda un último diálogo incómodo, a ver si flota o se hunde.

“Recordemos la baja de testosterona en los hombres, andropausia. Esto impacta directamente en la erección y la eyaculación. El problema del hombre para el hombre es la erección y muchas veces se transforma en una obsesión que inhabilita la posibilidad de leer los deseos, gustos y emociones de un otro”, dice la especialista.

¿Existe una orilla donde explorar el placer sexual con un par sin tanto kamasutra estudiado de memoria?

¿Por qué no cogemos ? Porque hoy existe el Así NO como respuesta. El NO es, en definitiva, nuestra batalla ganada, y en ese triunfo íntimo y reparador, está nuestro goce.