Cuando Anne Lyon Haight (escritora estadounidense, Minnesota,1891-Conmecticut, 1977) buscaba información sobre mujeres coleccionistas de libros encontró un texto de Andrew Lang escrito en 1881 en el que dice que las mujeres son “enemigas” de los libros, tan enemigas como el polvo, lahumedad y la mugre.
La diatriba del británico Lang no tardó en aparecen en un ensayo que Anne escribió en 1937 y que da título a un libro que Barba de Abejas publicó en abril de este año, un librito de 16 páginas -el diminutivo es por el tamaño- dotado de inspiración y belleza. En ¿Son las mujeres enemigas naturales de los libros?, ilustrado por Anne Heyneman y traducido por Eric Schierloh, Anne cuenta la historia de su hallazgo bibliográfico y cita algunas de las oraciones del desprecio: “en términos generales hay que decir que las mujeres detestan los libros que el coleccionista desea y admira. Primero, no los entienden. Segundo, son celosas de sus misteriosos encantos”.
Mientras Anne recuerda haber leído el texto de Lang con ojos bien abiertos por el horror nos dice: “por extraño que parezca, el primer bibliófilo del que se tenga registro es una mujer, la abadesa benedictina Hrotsvitha”. Entonces, de inmediato, escribe los nombres de otras mujeres apasionadas por los libros que compartían el saber y el deseo con la abadesa, ahí está Margarita de Navarra, autora además de una colección de historias de amor, El Heptameron, y sus libros decorados con margaritas encuadernados por los famosos Clovis y Nicolas Eve, Madame de Pompadour y su imprenta en Versalles en la que grababa planchas para hacer las ilustraciones que les regalaba a sus amigas, los rigores coleccionistas de La Condesa de Verrue, las artimañas de Catalina de Médicis para conseguir los libros que quería por las buenas o por las malas y la glamorosa Diana de Poitiers a quién con gracia docta Anne señala como lamujer que inició la ley de derecho de autor.
La lista de Anne cruza el Océano Atlántico, se detiene en algunas mujeres de la “joven colonia de América”, en las “custodias de famosas bibliotecas”, en una señorita de Yorkshire a la que un señor le propuso casamiento solo para quedarse con su biblioteca (parece que él quería Book of St. Albans) pero ella le dijo que no y se quedó con el primer libro sobre deportes escrito por una mujer.
Cuando Anne habla de coleccionistas y libros anhelados también habla de dinero, sabe y no olvida que la imposibilidad de ser económicamente independiente daña al deseo. Antes de despedirse y mientras se pregunta qué hubieran dicho editoras, tipógrafas, lectoras, imprenteras, arqueólogas de ediciones raras al ser consideradas enemigas naturales de los libros solo por ser mujeres, nombra a los enemigos verdaderos: “Las coleccionistas femeninas deben tener cuidado con el peligro, porque en ocasiones esta manía despierta instintos más bien vulgares como la envidia, la extravagancia y la autocomplacencia. Se ha sabido de esposas que gastaron en libros el dinero que era para el pan, y que perdieron horas leyendo catálogos de libros en lugar de atender sus obligaciones domésticas”.
¿Son las mujeres enemigas naturales de los libros?, un proemio entre modesto y exigente hecho con el dibujo de una abeja, una cartulina coloreada y xerografías es una respuesta y una pieza de colección que se apega a Esta puente, mi espalda, editado por Cherríe Moraga y traducido por Ana Castillo y Norma Alarcón, a Cómo acabar con la escritura de las mujeres de Joanna Russ, a La mujer sin razón de María Martoccia y a todos los libros que queramos leer y coleccionar.