La filosofía aristotélica reconoce cuatro causas posibles para explicar la existencia de los objetos: la material, la formal, la eficiente y la causa fin. Para entender la complejidad del cepo cambiario, interesan particularmente las dos últimas. La causa eficiente se refiere a la sucesión de eventos que desencadenan la existencia de un objeto. En cambio, la causa fin se refiere a la finalidad subyacente que explica el propósito o el "para qué" de las cosas. Desentrañar esta finalidad, el “telos”, es la tarea de la Teleología, una rama de la metafísica que estudia la causa fin de los objetos y seres.

Entender el cepo cambiario implica desentrañar las causas eficientes y finales que lo hicieron necesario en el ecosistema económico. Cualquier intento de desmantelar el cepo debe abordar estas causas subyacentes que le dieron entidad.

Dos cepos distintos

En principio existe el error conceptual de relacionar el control cambiario de finales de 2011/2015 con el actualmente vigente desde 2019. Como ambos se perciben similares, los calificativos negativos y las funciones macroeconómicas que se le asignan son análogas. Sin embargo, las características de uno y otro son muy distintas debido a las diferencias en las causas eficientes y finales.

El primer cepo cambiario (2011-2015), surgió del agotamiento de los márgenes externos de la cuenta corriente de la balanza de pagos. El crecimiento económico entre 2002 y 2011 aumentó las importaciones significativamente más que las exportaciones (+558,6 por ciento vs +237,7 por ciento, según el Indec). La malaria social postconvertibilidad (bajas importaciones por baja actividad, salarios raquíticos, desempleo, informalidad y precariedades múltiples) y la renegociación agresiva de la deuda externa, junto con los precios favorables de las commodities, habían creado un margen externo que se disipó hacia finales de 2011. La continuidad en la exteriorización de excedentes en divisas, con fines distintos a la producción (como la formación de activos externos, remisión de utilidades, consumo turístico, o atesoramiento), entró en conflicto con las necesidades de importación de insumos para la producción. Se presentó así un dilema dramático: un antagonismo.

El primer cepo fue, ante todo, el resultado de ese conflicto interno entre dos facciones del capital: aquellos que necesitaban producir para acumular y aquellos que querían exteriorizar excedentes financieros. Debido a ese conflicto interno, el cepo fue más sutil. No toda exteriorización de excedentes era igualmente problemática para la facción productivista del capital, y la naturaleza local del conflicto exigía mantener ciertos equilibrios sociales para que el cepo se institucionalizara. La restricción, por ejemplo, para la compra de divisas con fines de atesoramiento fue de 2000 dólares por persona (después de un intento más restrictivo a mediados de 2012 que suspendió el dólar ahorro) frente a los actuales 200 dólares.

Con el cambio de gobierno, mediante la absorción de recursos de terceros (los acreedores externos), se pudo configurar un entorno de abundancia relativa de divisas a través del endeudamiento, lo que permitió importar a quienes lo necesitaban y fugar a quienes lo deseaban. El cepo perdió su causa eficiente (la escasez) y su causa fin (mediar en el conflicto entre productores y exteriorizadores) mientras esta fuente de financiamiento estuvo activa, permitiendo su desmantelamiento.

El segundo cepo cambiario es distinto. Establecido en medio de las corridas cambiarias de 2019, después de las elecciones primarias, se asemeja a un embargo que busca salvaguardar los intereses de los acreedores, especialmente del FMI. Es el resultado de otra economía política, otro tipo de conflicto, esta vez en forma de trilema entre los acreedores que querían cobrar, los productores que querían producir y los agentes internos que querían fugar (exteriorizar excedentes). 

Por esta razón, su carácter es más draconiano, ya que no responde únicamente a equilibrios internos y no requiere mantener cierta moderación legitimante. El estancamiento económico, por no decir declive, desde entonces permitió al segundo cepo asumir su rol al anular a la facción productora del capital, que entró en agonía tanto en materia económica como en influencia política. Aunque el segundo cepo intermedia en un trilema, superficialmente se presenta como un dilema entre exteriorizadores y acreedores debido a la debilidad de los productores. El crecimiento económico se ha convertido en una discusión secundaria cuando se trata de controles cambiarios.

El telos (la causa fin) del segundo cepo es mediar en dicho triángulo dramático, priorizando a los acreedores externos debido a su inobjetable preponderancia institucional sobre los intereses menos relevantes de los agentes internos. La causa fin del segundo cepo es asegurar y proteger la capacidad extractiva del Estado, subordinada a las pretensiones de cobro de los acreedores. El Estado debe cerciorarse de extraer más de lo que concede a los privados. Para ello, el cepo facilita la generación de excedentes fiscales (como el impuesto PAIS y los anticipos de Ganancias y Bienes Personales, por ejemplo) y externos que se redirigen a nuestros acreedores. De este modo, es parte de un dispositivo de extracción de recursos al sector privado local, que subsidia al Estado al proporcionarle acceso a divisas "baratas".

Un abordaje actual

La desactivación del cepo requiere comprender tanto el telos (causa fin) como la causa eficiente. La causa eficiente del cepo es la escasez de divisas. Sin embargo, el problema de la restricción externa contemporánea no es simplemente comercial (insuficiente expansión de las exportaciones), sino que se ha convertido en un problema más complejo en el que los modos de propiedad (extranjerización y remisión de utilidades), producción (mundialización de cadenas de valor), acumulación (formación de activos externos, atesoramiento y otras modalidades de fuga), inserción financiera (endeudamiento en moneda extranjera y pagos de servicios de deuda) y distribución (tensión cambiaria para resolver el conflicto distributivo) inciden en la disponibilidad de divisas. Estos factores han bimonetarizado la economía y creado escasez independientemente del nivel de las exportaciones.

El remedio convencional ante una causa eficiente de escasez de divisas es aceptar una devaluación. Aunque está comprobado que esto no impulsará las exportaciones, debería reducir las importaciones y depreciar el excedente disponible para exteriorizarse o fugarse mediante la recesión económica. El problema con esta solución es que generará una contradicción con la causa fin: en una recesión provocada por una devaluación, la capacidad extractiva del Estado disminuirá. Esto forzaría una reducción adicional del gasto público o una mayor presión tributaria, afectando aún más la economía y agotando la base de recursos que se pueden extraer de los privados en forma de impuestos.

Gran parte de las causas eficientes son ya variables institucionales difíciles de revertir de forma local sin grandes cambios históricos a nivel global. Un programa económico que busque incrementar las exportaciones pretendería transformar a los productores demandantes de divisas en ofertantes de las mismas, sacándolos del trilema planteado. Sin embargo, persiste el antagonismo entre exteriorizadores y acreedores, que disputan el posible margen obtenido por la vía exportadora, lo que hace necesario mantener algún tipo de cepo.

Hasta ahora, los intentos de abordar la causa eficiente de la escasez han variado desde la propuesta de una transformación exportadora (Agenda 2030 durante la gestión anterior o el RIGI), decrecimiento económico (la actual depresión económica), disminución de la fuga (alícuotas diferenciales en Bienes Personales para activos en el exterior o blanqueo de capitales) o incremento de recursos de terceros (de nuevo RIGI, nuevo endeudamiento con el FMI y otros acreedores). Ninguno de estos enfoques aborda la causa fin, ya que no eliminan la naturaleza conflictiva de la economía política por las divisas entre fugadores y acreedores.

Como se mencionó, la causa fin del cepo es proteger la capacidad extractiva del Estado, que está subordinada a las pretensiones de cobro de los acreedores. El peso cualitativo (la influencia “supranacional” del FMI) y cuantitativo (la magnitud de la deuda) ha llevado a la dirigencia política a priorizar el rol extractivo del Estado por encima de cualquier otro mandato estatal. Para desarticular el cepo, es necesario reducir el peso de los acreedores en el trilema, trabajando sobre los contratos de deuda. Una reestructuración de deuda sería esencial. Si no hay voluntad política para ello, entonces será necesario incluir el control cambiario en el Preámbulo: “y juremos con el Cepo, vivir”. Todo lo demás es alquimia financiera, si acaso económica, y convocar fuerzas celestiales.

*Economista (UNR). [email protected]