“Todo queda en familia”, dispara Luciano Scaglione, a propósito de esta atípica congregación. No suele pasar verlos a todos ellos juntos en un mismo evento musical y mucho menos en un mismo lugar con el sol haciendo gala de su condición de astro rey. Mientras el bajista y cantante de Attaque 77 busca unas botellitas de agua mineral, Sergio Rotman, Gori y Ariel Minimal estudian dónde sentarse. Es media tarde en Palermo, y por más que el lugar se encuentra blindado, la radiación ultravioleta impone su fuerza cerca de la barra de Strummer Bar. Leonardo De Cecco, baterista de la banda que hizo de “Hacelo por mí” y “Ángeles caídos” himnos del punk de habla hispana, pasa a saludar, pero enseguida lo llaman de la sala de recitales, ubicada a la vuelta del espacio gastronómico.

En 2018, la base rítmica de Attaque 77 cumplió el sueño de abrir su propio club de música con la misión de salvar al under del rock argentino. Ni siquiera la pandemia consiguió distanciar a Scaglione y De Cecco de su objetivo. Justo en esa época se les unió Rotman. Así como a toda la raza humana, el confinamiento estaba volviendo loco al saxofonista de Los Fabulosos Cadillacs y cantante y guitarrista de Cienfuegos, y les preguntó a sus colegas si podía streamear ahí sus DJs sets. Le dijeron que sí, lo que dio pie para que se convirtiera poco después en el nuevo socio del emprendimiento. Entonces reforzaron la programación y tunearon la sala, captando, aparte de sus tradicionales habitués, a una flamante generación de público y bandas. Y paulatinamente fueron a por más.

Este año, empezaron a posicionar su proyecto fuera del bar cuyo nombre rinde tributo al fallecido cofundador de The Clash, ídolo del trío. Primero armaron el festival Nuevo Día en Buenos Aires, otras ciudades de la Argentina e incluso en Montevideo. Más tarde, Rotman sacó su ciclo Basura Post Punk a una sala más grande. Y para este sábado 5 preparan la primera edición del Strummer Fest, en C Complejo Art Media (Av. Corrrientes 6271), que desde las 18 promete un festín transgresor. Amén de acoger la vuelta de Cienfuegos, a dos años y medio de su último recital, ésta será una oportunidad idónea para apreciar el proyecto solista de Luciano Sacaglione: Lucho Al Attaque. En esa banda toca Gori, quien actuará por partida doble porque también lo hará con su grupo, Fantasmagoria.

 

La grilla la completan Pez, banda de Ariel Minimal, al igual que Dum Chica (novel sensación del rock argentino), Uno x Uno, Semilla de Maldad y Nikkö. “Strummer es un semillero para que se mezclen todo el tiempo los artistas nuevos con los que ya tienen una trayectoria”, explica Scaglione. “Como en nuestro espacio entran 160 personas, decidimos hacer el festival en Art Media. Abarca la cantidad de gente que queremos convocar. La excusa principal de esto es que nosotros nos conocemos desde hace años, y es lindo reencontrarse y tocar. Nos rompían el culo todo el tiempo en Cemento y el Parakultural: te afanaban, la policía te metía en cana. O iban a vernos 80 personas, y te decían que lo que ganaste sólo alcanzaba para una pizza. Eso no se lo hacemos a un pibito. Todo lo contrario: lo ayudamos”.

-A contramano de lo que contás, existe una idealización de los años '80 y '90, y del under porteño de la época. ¿Piensan que esa lectura romántica del pasado provocó una distorsión de esa realidad?

Sergio Rotman: -Ésa era una época represiva, en general. Si vos decís que tenés nostalgia de los '80 porque te despierta algo, no estuviste. De ninguna forma podés tener nostalgia de eso. Aunque artísticamente sí. Pero es mentira que estaba bueno estar en el Parakultural en el '88.

-¿Por qué te asociaste a Luciano y a Leo?

S.R.: -Me asocié porque hicieron todo lo que estaba bien. Nunca me pasó llegar a un lugar con estas instalaciones, donde podés tocar tu música y verla de forma gratuita. Hasta no hace mucho, los dueños de las salas te mandaban a vender las entradas de tu propio show. La pasabas mal desde la prueba de sonido hasta que te ibas del lugar. Acá la pasás bien. También hay unos códigos artísticos que son evidentes. Si estamos nosotros cuatro reunidos en este momento es porque existe una conexión, que no es necesariamente generacional, pero que sí tiene que ver con cierta actitud en la forma de encarar la música.

 

-¿A qué se debe que hicieran de Strummer una usina contracultural?

Luciano Scaglione: -Un poco lo pensamos y el resto se dio naturalmente. En una época, con Leo girábamos un montón y veíamos muchos shows. Tocábamos en Alemania y hablábamos de lo bueno que estaría que en Buenos Aires hubiera un club de música que ande y suene bien. La propuesta de Strummer es cuidar al artista y que se lleve unos mangos. Más allá del negocio en sí, queríamos devolverle a la música todo lo que nos dio. Vivimos 35 años de ella y estábamos en esa posición. Desde hace años, Leo organiza eventos. Trajo grupos al Luna Park, como Motörhead o ZZ Top, con alguna otra sociedad. El parate de Attaque le dio tiempo y Strummer generó el lugar para que desarrolle esa capacidad que tiene de armar todo esto. La curaduría suya es espectacular. Es más, en Strummer tenés música en vivo seis días a la semana. El sábado abrimos al mediodía porque es Punk Rock Lunch y tenés música en vivo hasta las cuatro de la mañana. Por acá pasan todos los estilos: blues, punk, indie reggae, electrónica y rock alternativo.

-Pusieron en aprietos a otras salas…

S.R.: -Hay un factor fundamental que dice Luciano, y es que Strummer está pensado por músicos. Por supuesto, un lugar tiene que generar cierta movida para que sea negocio.

L.S.: -A veces chocamos con el negocio. Cuando viene la municipalidad o el vecino, es un bajón. Te cansa, te agota, te lo replanteás. Sigue habiendo mucha fuerza desde lo espiritual y desde el arte para seguir generando.

Gori: -Para las bandas nuevas, el número de público que tenés que traer no es imposible. De paso, no te cobran un seguro de sala, no tenés que gastar la guita en flete porque ellos te ponen la batería y los amplificadores. Podés armar una fecha con viento a favor.

Ariel Minimal: -Nuestra oficina son este tipo de espacios. No tengo parte en él, pero es cierto lo que dicen ellos. Cada vez que llamé para tocar, funcionó. No hay muchos lugares así en el mundo. Es muy difícil producir para una banda independiente y más aún si no es muy popular. Es un momento de país bastante complejo, no dan los números. En todos los ámbitos, no sólo en la música.

-Considerando que casi nadie llega a fin de mes, ¿para qué arriesgarse a hacer un festival?

L.S.: -La idea fue creciendo y de a poco tuvo aceptación.

A.M.: -Es un evento que surgió desde Strummer y que coincide con que Lucho está tocando de vuelta. También estamos acompañando la vuelta de Cienfuegos, que hace un montón que no toca.

S.R.: -Me parece que es una celebración de que los que nos encontramos acá, en este momento, estemos todavía vivos, pese a todo lo que nos pasó. La música nos salvó la vida. Es por eso que está buenísimo que podamos hacer un festival así y que encima esté bueno. Si veo el line up, con todos esos artistas tocando un mismo día, en un lugar que suena bien, es muy tentador.

 

-La columna vertebral del festival apela por una estética sonora oscura, en la que coinciden sus respectivas propuestas, por más que los géneros no sean los mismos.

S.R.: -Etiquetar es una carga innecesaria. Me parece fundamental que se entienda que el festival lo cierra Uno x Uno. Ahí radica la vuelta de tuerca de todo. Son dos señores grandes, lanzados y rockeros. Este festival se diferencia de otros porque no hay pop.

A.M.: -Este es un festival de rock.

S.R.: -Hay una banalización de la palabra rock. Fantasmagoria es rock and roll puro, Cienfuegos es otra banda de rock. Me parece que lo que se llamó rock and roll durante años estuvo limitado a una forma. La música pasó a ser un commodity y dejó el rol que tuvo por muchos años. Eso hace que haya una diferenciación en el acercamiento de la música.

L.S.: -Dicen que existe una crisis en el rock, pero viene Foo Fighters y te hace el mejor show de Lollapalooza.

-¿Llegaron a coincidir en alguna fecha o festival?

G.: -Tocamos con Pez.

S.R.: -Cienfuegos tocó con Attaque y Pez.

A.M.: -Yo no sé si hubo un festival con todas estas bandas juntas.

-¿Qué les desagrada de los festivales que se hacen acá en los últimos años?

S.R.: -Casi todos son iguales. Este festival tiene la característica de que es en un lugar cerrado, lo que ayuda a mantener la estética de un lugar de rock. Hay algo radical que sucede en un ámbito pequeño. A los artistas de los mega festivales los ves a través de una pantalla. Es ridículo lo lejos que están los escenarios, no lo entiendo.

G.: -Hoy en día es lo más cercano a ir a Italpark. No pude ver a varias bandas que me gustaban porque tocaban en los festivales. Prefiero ir a los sideshows.

L.S.: -Se instaló que un festival tiene que ser para 100 mil personas y que tenés que estar 14 horas en un predio. Ningún cuerpo humano puede resistir a eso, ni puede registrar tanta información junta. Los festivales de antes, como el Rock & Pop, lo conformaban tres grupazos. Cuando fui con mi hija a Lollapalooza me quise morir: la perdí, me quedé sin batería, no podía entrar al coso de la birra y la cola para el baño era imposible. Me fui al Kidzapalooza porque era el único lugar donde había bandas de rock.

-Los festivales se convirtieron en planes familiares, lo que rompió con esa distancia generacional entre padres e hijos que marcaba el rock. ¿Están de acuerdo?

A.M.: -La música es lo menos elitista que hay, se basa en compartir. Hay una cuestión de comunión muy importante.

L.S.: -No hay nada más lindo que compartir música con tu hijo o hija. Mi viejo tiene 85 años, toca la guitarra y a veces lo hacemos juntos. Está bueno hacerlo, por más que él toque jazz y a mí no me guste. Mi abuelo tocaba el bandoneón. Así que me parece que compartir es algo súper natural.

S.R.: -Sigo escuchando grupos nuevos. En ese aspecto, no sé si la generación anterior a mí lo hacía. Me parece que el rock, como movimiento cultural y político, sí hizo un quiebre en lo generacional y permitió a los hijos juntarse con los padres. Hay una cuestión de comunidad, sin ser hippie.

-Otro rasgo que los aúna es que sus carreras musicales se consolidaron en los '90. Sin embargo, buena parte del público que los iba a ver en aquellos años quedó rezagado. ¿Cómo es su vínculo con las nuevas audiencias?

L.S.: -Un pibe de nuestra edad seguramente enfermó a sus hijos con música de Attaque, Cienfuegos o los Cadillacs. El rock se hizo más familiar. Antes no podías llevar a tu hija o a tu viejo a Cemento. Mi viejo me dejaba ahí, se iba corriendo y quedaba a la buena de Dios. Tenía 16 años... No Le haría eso a mi hija. El otro día me hizo escuchar a Mother Mother, un grupo canadiense que viene ahora, y me pareció espectacular.

 

-Si bien los cuatro crearon y curtieron under, la camada de artistas de rock que surgió tras la pandemia no sólo combate al trap sino que también se atrevió a refundar el under. Con ustedes afuera e intentando sacarlo de Palermo. ¿Qué opinión les merece esa avanzada?

L.S.: -El nombre cambia, pero las situaciones son similares. La actitud es la misma: gente joven haciendo cosas nuevas, para no mucha gente. Lo que alguien diga o haga no es determinante.

S.R.: -Tocás en General San Martín y es igual de under que hacerlo acá. El “palermismo” o “antipalermismo” es una pose. Aunque yo entiendo el concepto. Lo que quisieron decir es que no van a tocar más para los chetos. Sin embargo, no es real que Palermo sea una entidad de clase media alta.

-Si algo caracterizó al último show que dio Cienfuegos fue la tensión que se percibía entre el público. Un movimiento o una palabra podía provocar el caos. ¿Se vivió igual arriba del escenario?

S.R.: -Ese show lo dimos en 2022 y yo sentí esa tensión. La música de Cienfuegos es una receta para el odio. En aquel momento éramos la banda de sonido del desastre, que era la post pandemia. Espero que en Art Media vuelva a haber mucha tensión. Hoy en día, cuando todo está muy edulcorado, incluso la misma violencia, está bueno que te sientas incómodo. Es fundamental que los grupos te saquen del lugar de confort.

-¿Los demás buscarán lo mismo que Cienfuegos en el Strummer Fest?

A.M.: -En el caso de Pez, estamos haciendo shows en el que tocamos de algún disco representativo específico. Acá no haremos grandes éxitos sino pequeños fracasos. Tocaremos un poco de todo. Lo condensaremos lo mejor posible para que no griten “Cienfuegos”, mientras estamos en escena.

G.: -Tenemos un show como para gente que no nos vio nunca. Es un condensado de todos nuestros discos. Soy el más chicos de los que está acá y los vi tocando a ellos con sus bandas. A Attaque los vi por primera vez en vivo a los 14 años, en Cemento. A Martes Menta (Ariel Minimal fue parte de ese grupo) los vi tocando y a los Cadillacs también. Es un flash para mí haberlos visto desde muy chico.

L.S.: -Yo tocaré más temas del disco que saqué hace poco, lo que alternaré con canciones de Attaque que me gustan. Es lo que vengo haciendo desde que me agarró la desesperación por salir a tocar y Attaque no arrancaba. No podés esperar toda la vida a que todo el mundo se ponga de acuerdo. Gori me ayudó a componer un montón de temas. También está tocando en la formación.

 

-¿Qué pasó con Attaque?

L.S.: -Hace tres años que no tocamos. Fue un parate natural. Uno fue para allá, el otro por acá y el tercero se fue a otro lado. Y está bueno también, tras 35 años de carrea ininterrumpida. Si el Strummer Fest produjo el regreso de Cienfuegos, capaz el próximo lo haga con Attaque. Nunca hubo un final definitivo sino un impasse interesante. Estoy disfrutando mucho esta etapa porque nunca me pasó algo así.

-Hay mucha gente que murió y otra que desapareció. Pero si salen a la noche, siempre verán a Sergio Rotman y a Gori en algún club, bar, fiesta o recital.

A.M.: -Ellos mantienen viva una escena, loco. Son soldados.

L.S.: -Hacelo vos mismo. No podés dejar todo en manos de los demás.

G.: -Todos los fines de semana tenés una actividad.

 

S.R.: -Me pregunto por qué no salir. Buenos Aires tiene una cosa que ninguna otra ciudad tiene: esta oferta musical constante. Probé quedarme en mi casa y me aburrí un montón. Otro factor importante de salir todas las noches es que es divertido. Una cosa que pasaba en los '80, ahora que hay tanta nostalgia por esa época, es que salir no era una experiencia divertida: era muy peligroso. Sólo los más guapos salían a ver a Crass en el Parakultural (en 1987, la banda inglesa, icono del anarcopunk, compartió fecha ahí con Todos  Tus Muertos). Hay muchas cosas arraigadas a la nocturnidad que parece que siempre fueron así. Y encima el premio era muy pequeño. Al final del día, cuando llegabas a tu casa, porque el 60 pasaba una vez por hora, te morías de frío, y lidiabas con la policía o con los skinheads. No existía el premio. Hoy en día volvés a tu casa y decís: “Algo aprendí”. 

Vender(se)

El dilema de ser "de culto"

¿Ser o no ser músico de culto? Esa es la cuestión que se les plantea a Rotman, Scaglione, Minimal y Gori. Y enseguida toma la posta el líder de Cienfuegos: "El Indio Solari es un artista de culto. Si buscás una forma de ser exitoso, lo más seguro es que te vaya mal".

L.S.: -Ariel fue el guitarrista de los Cadillacs y tocó con Lito Nebbia, lo que demuestra su versatilidad. Toca lo que quiere. ¿Qué es el culto? ¿Vender pocas entradas? Es preferible que eso pase a ser un artista de plástico y tocar ante 50 mil personas.

A.M.: -Me preocupo por la música que hago. Si tengo que preocuparme por hacer que el negocio funcione, que de cierta forma lo hacés al postear varias veces al día un flyer, ahí se va a la mierda todo. Te va bien, te va mal, sos popular. Se lo dejo al destino. Somos gente que hace música todo el tiempo.

G.: -Creo que podríamos hacer una música más pegadiza y que tenga mayor llegada, pero hacemos la música que nos gusta. Eso hace que no nos traicionemos, lo que puede llevar a muchos a suponer que somos artistas de culto.