Apenas hace un mes, el tema de discusión era qué le pasaba a la gente que lo había votado, que estaba ciega al rumbo inexorable de bochorno y dolor al que estamos condenados con Milei. “Hay que darle tiempo”, en un país con el 53 por ciento de pobreza, ya era raro, muy raro. Sobre todo dicho por los que forman parte del porcentaje que, visto de cerca, es estómago vacío. “Hay que darle tiempo”, mientras los daños colaterales del presunto buen rumbo ya eran atroces, era a su vez insoportable. Y eso es lo que se rompió. El aire corre.

Si algo Milei no cambiará nunca es el rumbo. Porque no es un rumbo, es una idea fija. Es lo que ya dijo y es tan escalofriante que se dejó pasar: su rumbo es el caos.

Recuerdo aquel hallazgo de Cristina el día de las mil indagatorias, en un Comodoro Py lluvioso hasta el preciso instante en el que ella agarró el micrófono. No es prosa poética. Pasó así. “Macri nos desorganizó la vida”, dijo, y miles de fichas bajaron porque eran días terribles en los que también veíamos que lo que había costado tanto construir era pateado, detonado. Pero Milei llevó todo eso a un grado superior de delirio, sobre coordenadas económicas que ahora no nos desorganizan, sino nos caotizan la vida y están tratando de caotizarnos la mente.

Cada una de nuestras vidas, pero sobre todo la del 53 por ciento del país que cayó en la pobreza, y que nunca imaginó que todo lo sólido se evapora en el aire, están desarmadas, expuestas a todos los peligros. Eso incluye un grueso de clase media, que es la que más engrosó el 11 por ciento que Milei aportó al índice de pobreza en estos meses. Como será de caótico todo, que Carrió, otrora delirante, fue sumamente sensata cuando denunció hace rato que éste iba a ser el mayor ataque histórico a la clase media.

Todo se aceleró y se seguirá acelerando, porque la dinámica del aceleramiento está implícita en el tipo de poder descontrolado de esta ultraderecha. Visto desde hoy, y asimilada la grandiosidad de la multitud del miércoles, unida por su propia identidad --porque la batalla cultural que nos plantean es profundamente identitaria--, Milei está volviendo a ser el panelista televisivo que se disfrazaba del capitán ancap. Tocó su techo y retrocede.

Es una metáfora, aclaro por las dudas, porque todo es tan delirante que podría no serlo. A Milei le espera un futuro en la internacional reaccionaria, y mucho dinero, pero tendrá que remontar la etapa que se viene. No políticamente, que no puede. Emocionalmente, que todo indica que tampoco.

Su retroceso político se expresa también, como es extrañamente lógico en su adn de tirano bizarro, en su retroceso anímico. Pero en estos días de furia desatada y lluvias de insultos, aparecieron muchos memes en los que se empieza a ver la versión del Milei que ha reemplazado al león o al loco de la motosierra. El presiduende. Esos memes lo volvían niño. Lo infantilizaban. Lo devolvían a un tipo de maldad infantil que en sí misma es siniestra, como él, porque no responde a razones sino a pulsiones. Es la maldad de El señor de las moscas, de William Golding, la maldad que nace del abuso de poder, del desconocimiento de los límites y de la inseguridad que busca reforzar la autoridad con actos crueles.

El problema de este país desequilibrado es que una mayoría de legisladores y gobernadores del pro, radicales y peronistas le han dado poderes como para destruir el Estado argentino en tiempo récord. Y es ahora o nunca que deben rectificar esa contribución al caos.

Milei imagina un país superavitario pero sin población. Adorni gana ocho palos o algo así, y un jubilado 230 mil. Ese es el país de Milei. Todos los burócratas ágrafos cobran millones. Los médicos 500 mil. Ese es el país de Milei. Los vendidos amorales recalan en cargos con sueldos en dólares. Los discapacitados son abandonados. Se deja morir a los enfermos de cáncer pero ya son varias las denuncias, Rigi mediante, donde funcionarios libertarios o macristas fueron denunciados por pedidos de coimas millonarias en dólares. El Rigi será un festival de corrupción.

 

Pero empezó a despertarse un gigante dormido. La marcha universitaria es la marcha de la oposición. Y esto es así porque en el país en el que crecimos y vivimos, y en el que vamos a seguir viviendo, cueste lo que tenga que costar, la universidad pública, laica y gratuita es la columna vertebral de la movilidad social ascendente. Y por todos nuestros dolores y frustraciones, que piloteamos como podemos, todos sabemos que un país sin universidades, sin educación pública, sin salud pública, sin jubilaciones, sin agua que salga de la canilla, con facturas que implican dejar de comer pero que vienen acompañadas de avisos de cortes programados, esto es: en un país de mierda, nadie es feliz. Se nos juega nuestra identidad entera en esta pelea. Eso nos permitirá dar las luchas necesarias para seguir siendo argentinos y argentinas. De no dar ese paso, todos seremos cosas.