Siglo XIX. La Argentina se debate entre ser y no ser. En ese contexto, los gauchos Rivero, Brasido y Luna encabezan una rebelión contra los invasores ingleses de las Islas Malvinas. Matan a algunos, les roban la bandera en esas gélidas tierras y ahora los británicos los buscan para ajusticiarlos. Ellos resisten, se esconden, planifican el futuro. Pero saben que esa fiebre patriótica no alcanza, que la historia también se escribe mirando para atrás y que hay un Judas entre ellos: sin buchón no hay mito que dispute el sentido de la argentinidad. “En principio me interesó la idea de la revuelta, pero el nodo es la traición”, explica Andrés Binetti, autor y director de El jinete helado. “Hice una investigación histórica a la manera que las hacemos los dramaturgos. No hay demasiada información, pero me atrapaba porque hay algo de lo fugado que es la figura del gaucho y su mito, que me interesaba mucho”. La obra puede verse los viernes a las 22 en el Teatro del Pueblo (Lavalle 3636).

“La obra se llama así porque a Rivero lo llevaron de Entre Ríos a criar ovejas a las Malvinas para (Luis) Vernet y le prohibieron montar. Le sacaron los caballos porque le daban poder”, cuenta. A partir de ese despojo en territorio isleño, Binetti imaginó cómo habrá sido esa última noche que compartieron esos gauchos antes de la captura de Rivero. “Tomé cierta idea de fundación de la patria en esos lugares inhóspitos y me permití no hacer el esfuerzo de responder a la historia como historiador sino tomarlo poéticamente. Que esté escrita en verso también tiene que ver con eso”, confiesa. Por eso lo atrajo la traición: de Jesús a los reyes de Dinamarca o una votación en el Senado, el devaneo de esos personajes enriquece la historia que se está contando. “Borges tenía la idea de que el traidor es mucho más complejo que el héroe, porque el traidor está muriendo siempre: el miedo a la muerte lo hace traicionar. Es una agonía”, recuerda el dramaturgo.

-La historia del gaucho Rivero se recuperó en los últimos años. ¿Por qué hacer una obra de teatro basada en su historia casi 200 años después?

-Me parece que resonaba mucho con la actualidad, en el sentido de que la traición está a flor de piel. La vemos en todos lados, parece estar legitimada y avalada. El monólogo del gaucho Luna cuando dice que por ahí hay que dejar de ser mito y pasar a ser proletario, creyendo que por ser el cuidador de una quintita se convierte en acaudalado, es del orden de lo actual, cuando muchos traicionan sus convicciones por nada o por una moto... Se naturaliza esa traición. Ahora, cuando hablan de orcos, están hablando de esos gauchos, también. Hay un tópico que se repite en la historia argentina que tiene que ver con ese desdoblamiento, con esa otredad medio siniestra y medio borrada, que no tiene entidad clara, y puede ser cualquier cosa y no tienen voz propia. ¿Qué son los orcos? ¿Docentes bonaerenses, enfermeras, motochorros?

Los tres gauchos de El jinete helado.

La puesta en escena es potente a pesar de su sencillez: tres fugitivos intentan esconderse en la nada esperando su destino. Una resignada aceptación que, sin embargo, no agita ni debilita, porque las batallas perdidas de antemano también hay que pelearlas hasta el final. En esa pequeña isla (representada por una tarima en la que transcurre casi toda la acción de los tres gauchos), terreno inestable, esquivo y deseado a la vez, las actuaciones expresan deseos y pesares de estos personajes y sus tensiones, más allá de las palabras de un texto preciso. Artefacto teatral, en El jinete helado el vestuario lleva a esa Argentina naciente de sujetos errantes que aman su tierra y la libertad de ir livianos. La música colabora con los climas y la iluminación construye distintos espacios a la vista de todos, para desplegar una historia comentada por dos pingüinas de levita, cual coro de tragedia griega pero adaptadas a estas pampas. Y la risa y el llanto dejan su lugar a un lenguaje poético y guarango, como ambas caras de la moneda.

Rivero se inscribe en la línea de gauchos literarios o reales (y luego pasados a las letras) fundantes de cierta argentinidad ligada al terruño, siempre en tensión entre la obediencia y la rebeldía, casi nunca hablados por ellos mismos. De Martín Fierro (insubordinado a la ida, laborioso y obediente en la vuelta) a Inodoro Pereyra, la tragedia puede resignificarse en farsa para entrar con el humor en temáticas que constituyen parte de la idiosincrasia nacional. Costumbrismo, gauchesca, drama y humor, el arte como mamushka representativa. “Se me armó así en la cabeza. El costumbrismo solo no alcanza hoy en día para decir”, comenta Binetti. "Si uno se vuelve muy costumbrista, este tipo se vuelve más obvio, más evidente. Entonces, hay algo de búsqueda de síntesis, de condensación”. En la articulación teatral, el humor permite plantear el dolor como una forma de reflexión. “Hay algo de la argentinidad en eso, una cosa de sujeto melancólico que sufre la pérdida desde antes, todo el tiempo”, reflexiona.

-En general, la idea del mito fundante es relativamente venturoso, tiene esperanzas en el futuro. Pero en la obra Rivero dice que vio el futuro, y que preferiría ser ciego...

-Lo que pensaba, cuando escribía la obra, es qué vería ese personaje del futuro este. Y creo que diría algo así como “Uh, la puta madre. ¿Por qué?” (risas). Y después, Luna dice en un momento “En el futuro vamos a ver si hay que ser mito o ser Luna”. Es decir, de acá para adelante también está la posibilidad de cambiar. Yo soy esperanzado, más allá de mi nihilismo. Tengo esperanza en algún lugar, no en el aquí y ahora que estamos viviendo, pero creo que se puede cambiar. Este país tiene muchísimo y a veces las traiciones nos traban. Lo estamos viendo ahora en todos lados, incluso en términos políticos en la oposición, que no se entiende por qué se están peleando. ¡O Los Piojos! Uno quiere una fiesta hermosa y se arma quilombo... Igual creo que la obra tiene algo de esperanza, si bien también hay una fuerte crítica de parte del gaucho Rivero al presente. Con todas las dificultades, él avanza. Fundar la patria está, el motivo está, en ese contexto lo que no hacemos nosotros es de los otros. La batalla está siempre. Si no hacemos lo que hay que hacer, el poder lo va a hacer a su manera.