En el principio fue el mar. Después de cuatro discos –incluido el fuego que arrasa en El éxodo (2014) y la tierra posterior en la que se asentó en Hambre (2018) para fundar una nueva patria–, quizás había llegado la hora de zambullirse en lo líquido. Claro que Ernesto Tabárez –un músico uruguayo de porte intenso, que no ha pasado desapercibido ni en la otra orilla ni en esta junto a su banda Los Problems– lo haría a su modo. O sea, con la fe que lo acompaña desde los días de Malditos banquetes, su debut discográfico, de 2007. Pero acusando recibo de que la oscuridad también le ha pisado los talones: llegó la hora de conjurarla convocando algunas fuerzas luminosas.
Así que, finalmente, Ernesto eligió quedarse con lo que denomina “la experiencia humana” del mar. Es decir, marineros y trabajadores portuarios, bitácoras que desde hace siglos dejan registro de esas horas de molicie donde no pasa nada, hechizos y supersticiones y mitologías, el coraje de cruzar el mundo a ciegas. Y también, las plegarias atendidas y no atendidas, el rastro de Moby Dick en fuga y el de quienes ayer y hoy sucumben en los bordes con territorios que se les niegan: los caídos del mapa. En el medio, emerge de modo constante su forma personal de mirar y sentir en una época donde el horror y la maravilla libran una batalla desigual. Eté sabe que nunca fue de otro modo.
Todo esto constituye el germen de Plata, el nuevo disco que Los Problems vienen a presentar en Niceto, un escenario porteño que conocen por haber tocado con bandas amigas pero que ahora colonizarán por derecho propio. Llegarán tras haber llenado dos veces La Trastienda en Montevideo solo con este disco y convertirse, finalmente, en una banda masiva, con reconocimiento del público y la crítica: un lugar ganado a pulso.
Previo al recital, Ernesto visitó brevemente Buenos Aires. “Estoy esperando este encuentro con Argentina como las personas nos esperan a nosotros. O más”, confiesa un mediodía donde la primavera comienza a abrirse paso. “Tocamos mucho acá, construimos un vínculo que con la pandemia se nos desarmó y era esencial para nuestra banda. Porque algunas de las personas que más disfrutan de Los Problems son argentinas. Así que ahora tendremos la posibilidad de reencontrarnos. Los uruguayos cantan fuerte nuestras canciones, es verdad. Pero esa pasión argentina llegó antes y queremos retomarla”.
Quienes conocen la trayectoria del Eté saben que no es un guiño para la hinchada sino que habla en serio. Desde 2012 hasta ahora, Los Problems cruzaron varias veces el charco. Telonearon a sus amigos de La Vela Puerca, celebraron la llegada de El éxodo y de Hambre en diversas oportunidades, llenaron el Xirgu en 2019 y tocaron en Niceto en marzo de 2020 junto a Las Bodas Químicas sin saber que la pandemia les impediría retornar. Mientras tanto, Ernesto vino por las suyas en recitales más pequeños. Incluso se presentó en formato acústico junto a Iván Krisman (bajista de su banda pero también un multiinstrumentista de talento excepcional) en diciembre de 2021, ni bien la restricciones sanitarias se levantaron: junto al público pudo emocionarse mientras volvía a poner su voz ronca en tierra.
Ahora Buenos Aires se abre en dos a los costados de la ventanilla: después de tocar en la Televisión Pública, Ernesto se mete en un auto en dirección al borde del Río de la Plata. La fotógrafa Nora Lezano lo espera en la zona de San Isidro, donde el agua está más cerca, para que puedan hacer las fotos que se publican en este suplemento. Él está encantado con la idea porque, dice, nunca se metió en el lado argentino. Por supuesto que nadie lo obligará a zambullirse en el río (hacer fotos en la orilla sería suficiente). Pero a Ernesto se le aplica lo mismo que dijo Melville sobre su protagonista, Ismael, en Moby Dick: tiene una curiosidad insaciable por las cosas bárbaras.
UN MARINERO EN ALTA MAR
Está feliz de volver. Se ríe mucho, imponente aunque ya no se vista siempre de negro y haya cambiado el atuendo por un mameluco azul. Mantiene intacta su capacidad de agitar el aire por donde pasa y habla a raudales. De todos modos, está reeducando esa voz, un poco quebrada (aún) por cierta enfermedad que por primera vez en sus 41 años, lo obligó a una mudez prolongada tras una intervención quirúrgica, poniendo en riesgo la presentación de Plata (aunque no, finalmente no).
Por las dudas, Eté guarda en la guantera un pañuelito de seda de colores para el cuello, no vaya a ser cosa que la garganta se resienta a orillas del río. Ese gesto revela una ternura que seguramente le ha sido útil a la hora del naufragio. “El 31 de diciembre de 2020, pasé por primera vez fin de año en la casa donde vivo ahora, cerca del puerto”, cuenta. “A la medianoche, todos los barcos comenzaron a hacer sonar sus bocinas al mismo tiempo. Escuché eso y me puse a llorar. Era como el rugido de un animal oceánico. Sobrevivimos otra vez: llegó el momento de volver y hacer discos. Así que me fui al estudio que tengo ahí cerca, me puse a escribir, retomé una carpeta con archivos que habían quedado después de Hambre pero que no podían ir ahí porque eran otra cosa”.
Esas bocinas se escuchan vagamente en “Arariyo”, la tercera canción del flamante Plata. Un tema con guitarras portentosas al frente como suele ser el estilo de Los Problems, pero que incorpora la delicadeza de un teclado que acompaña la emoción in crescendo de la canción, interpretado por la pianista y tecladista Bárbara Jorcin. Su incorporación es la más reciente de la banda y una de las claves del nuevo sonido, más terso por momentos, más prístino y sofisticado. Arariyo es un restaurante coreano donde Ernesto y sus amigos se reúnen a menudo en la zona portuaria. Pero además, explica, “su significado más cercano es ‘querencia’, la melancolía sobre un lugar donde fuiste feliz”. El verso central (“Si te escribo es porque quiero que sepas que te quiero”) se expande y transforma como agua dulce en busca del océano. “Imaginé un marinero en altamar, de esos que se embarcan varios meses, mandando un mensaje a la casa, lejos de su novia, en ese quiebre donde el tiempo y la distancia tornan incierto el amor”, cuenta.
“Arariyo” se estrenó a las cero horas de 2024, como adelanto de este quinto disco. Sin embargo, recién ahora Ernesto sabrá que las bocinas de los barcos no bramaron de casualidad aquella noche donde comenzaba el año nuevo. Apenas unas horas antes, mientras terminaba el 2020, un marinero de una barriada popular montevideana había fallecido de manera intempestiva arriba del barco aún anclado en la bahía. Las bocinas sonaron con estruendo en su homenaje y para acompañar a la viuda, que había quedado en tierra. Quien acaba de descubrir esta historia es Ignacio Algorta, director de la Orquesta de las Sombras (una orquesta de cámara junto a la cual la nueva formación de Los Problems, la misma que llegará a Buenos Aires, se presentó en el auditorio nacional del Sodre en 2021). Algorta no puede menos que maravillarse: “La cazaste en el aire”, dirá. “Sí, este disco está lleno de maravillas y milagros”, reconoce Eté.
VIVIR DE HACER METÁFORAS
Compuesto por doce canciones y editado por Little Butterlfy Records, Plata se empezó a grabar en noviembre del año pasado en Buenos Aires y se terminó este enero en Playa Hermosa, en la costa uruguaya. Allí tiene una casa-estudio Sebastián Teysera, vocalista de La Vela Puerca, amigo de Ernesto y productor del disco junto a Ale Vázquez. Teysera y Vázquez tomaron la antorcha dejada en 2007 por Andy Adler, productor del primer disco de Los Problems, Malditos banquetes y leyenda rocker que falleció en 2020. Él ayudó a refrendar esa cuota de malditisimo punk, resonancia filosa, barrio que se incendia: el sonido primigenio y distintivo de Los Problems. Algo que, de todos modos, Ernesto traía desde muy joven ya que en transitó su adolescencia junto a Eduardo Darnauchans, leyenda de la música popular uruguaya, del que aprendió a componer canciones a corazón abierto y a hacer equilibrio en la cornisa de todo.
Desde Vil, el segundo disco, hasta ahora, Ernesto se había encargado de la producción. No le fue nada mal: Vil (2011) funcionó como carta de presentación para que los convocasen a acompañar a Daniel Johnston, cuando visitó Montevideo; en 2014, El éxodo se alzó con cuatro premios Graffiti, (incluida el que se levó “Jordan”, elegida con total justicia como canción del año, un hit de barricada que acumula más de tres millones de escuchas en Spotify, con el que comenzó el salto internacional de Los Problems). Cuando salio, Hambre también recibió varios de esos reconocimientos, equivalentes a los premios Gardel de acá.
Así que Ernesto puso la vara muy alta, sí, pero esta vez necesitaba ayuda: lo que quería con Plata era reinventar el sonido de una banda que, además de Krisman en bajo y Jorcin en teclados, se completa con su batero histórico, Andrés Coutinho y con el jovencísimo guitarrista Martín Iglesias, incorporado de manera reciente. Lo que no sabía, al principio, es que también necesitaría alguien que hablara por él, literalmente. Eso que parecía ser una afonía grave terminó convirtiéndose –según dictaminó la biopsia posterior a la operación en la garganta a la que se tuvo que someter Ernesto–, en una displasia que lo obligó a enmudecer, un territorio desconocido para el simpre locuaz Tabárez. Dejó de fumar y cuando se refiere a su sanación, no para de mencionar a Marisol Gómez Alarcón, la coach vocal que le está enseñando a cantar otra vez, a encontrar la voz que necesita ahora, en estas condiciones, en este tiempo.
Como productor, Ale Vázquez tuvo un rol fundamental. “No sólo se ocupó de interpretar un sonido sino que hizo algo más raro y hermoso: llevar las canciones a otro nivel, convirtiéndolas en una obra de arte”, se entusiasma Ernesto. Y relata cómo empezó todo: “Vinimos a verlo en Buenos Aires, y nos reunimos en un bodegón en la esquina de su estudio, en la zona de Almagro, que él frecuentaba desde hacía un montón. Ese día, el Tokyo, así se llamaba el bodegón, estaba lleno de gente y a Ale le resultó raro. ¿Qué pasaba? Que era el último día que el lugar abría sus puertas: les habían aumentado el alquiler y no podían pagarlo. Así que terminamos conversando mientras la gente revoleaba servilletas y cantaba ‘El Tokyo no se va’, en este estilo tan argentino que tienen ustedes”. Por si fuera poco, la primera canción que Vázquez escuchó fue una versión preliminar de “Las palomas”, evocación bíblica de aquellas aves que Noé lanza para saber si el agua había bajado. “No volvieron las palomas que soltamos aquel día”, insiste la canción para señalar un buen augurio: si no volvían era porque había tierra cerca y el diluvio había terminado. En medio del tumulto, una paloma entró por la ventana del bodegón, comió unas migas en la mesa de Ernesto y Ale, y se fue. “Fue todo lo que necesitaba para entender que habíamos tomado la decisión correcta. Si yo vivo de hacer metáforas, cómo no voy a creer en ellas”, dice Eté.
UNA VIRGEN EN CADA PUERTO
Al otro lado del teléfono, Vázquez también evoca ese momento y grafica con una anécdota el modo en que la banda se va tornando en fenómeno masivo acá. También, el hecho de haber grabado un disco con las cuerdas vocales de Ernesto en estado crítico.
“Hace unas noches, mientras él estaba en Buenos Aires, yo salía de una reunión en Palermo. Me subí a un taxi y escuché de fondo la voz de Ernesto, que es inconfundible, mientras daba una entrevista en la Mega. Le pedí al taxista si podía subir el volumen y me preguntó si lo conocía a Eté. ‘Es que lo vengo escuchando y me da mucha emoción cómo habla, cómo dice, cómo canta’, me dijo. El taxista había sido músico y confesó que escuchar a Ernesto le hacía volver a esas épocas. Yo le conté del amor de Eté por la música, de su compromiso cantando con las cuerdas vocales destrozadas. Ese desgarro se escucha en la emoción intensa con la que está ungida cada canción. ‘Y acá lo tenés, ahora, cantando por radio con su voz a pleno’, le digo finalmente al taxista”. El asunto no termina ahí. En ese momento, el conductor del programa citaba una frase de una de las canciones: “Ha muerto quien no embarca más”. “Se emocionó el conductor del programa, se emocionó Ernesto, se emocionó el taxista y me emocioné yo”, dice Vázquez. La canción en cuestión es “Oración del marinero”.
¿Por qué elegiste que Plata se abriera con “Oración del marinero”? Es una plegaria oscura y venís de mencionar tu interés en hacer un disco luminoso.
–Justamente, es el modo de conjurar el horror. Al horror lo conozco y lo canté. Sabemos que está. Pero ya estamos grandes, no podemos quedarnos ahí. La Oración empieza diciendo: “Todos los marineros saben del diablo/ por eso hay una virgen en cada puerto”. Bueno, acá tenemos la virgen y el diablo. Ahora que los situamos, podemos avanzar. El disco tiene una religiosidad desbordada, que entendí desde el principio. Plata debía ser supersticioso porque los marineros, los exploradores, lo son. Y no es raro, si se subían a un pedazo de madera para ir a un lugar que no sabían si existía. Yo creo que ese lugar existe. Vamos para allá.
Sin embargo, el horror vuelve a tocar tu hombro en “Ismael”, esa canción sobre un pibe marginal al que mata la policía.
–La noche que grabamos el video, en el puerto, una mujer que estaba al borde del agua, se tiró al río revuelto. Se hizo el rescate entre nuestro equipo de trabajo, un vecino valiente y Prefectura. Los policías que aparecen en video son de veras, no son extras. Pero en esa canción estamos hablando de otro horror, ominoso y vandálico, sí, pero de una capacidad enorme de resistencia colectiva. El estribillo repite “todo el mundo contra la pared”, una frase que hay que tener mucho valor para decir. No queda claro quién la dice, si Ismael, la policía, los dos. Pero es una frase que muestra que las fronteras entre los mundos, entre el bien y el mal, son porosas. Sea como sea, hay que estar muy convencido para gritar algo así. Requiere fe y coraje. Lo mismo que necesité para hacer este disco.
VAMOS A JUGAR
Teysera aportó su voz en “Hijos del mar”, el sexto track, una canción festiva en torno a las aventuras iniciáticas de la infancia, esa arista donde “lo que pasa, pasa a ser nuestro problema”. La letra se despliega sobre cuerdas singularísimas: una mandolina con cuerpo de banjo y una guitarra portuguesa, por ejemplo. “Hijos del mar” alude al club que quedaba frente a la escuela de Eté cuando era niño. Además, tiene entre sus capas un velado homenaje a “Dirty Old Town”, de The Pogues y a esos versos que dicen “besé a mi chica junto a la pared de la fábrica”. Porque, en definitiva, para ser adorable, lo luminoso debe tener una pizca de barro en las botas a cualquier edad.
Hay una historia conmovedora también tras una de las últimas canciones, “La espuma”. “Iba a ser una canción de amor incierto, de dos que esperaban el Colonia Express. Cuando se la mostré al Tüssi, él me insistió con que se llamara así, ‘Colonia Express’. Evoca ese momento de la espuma que se levanta cuando el barco arranca y entra en movimiento”, cuenta Eté. “Tintinea/ cambia de lugar/ no lo veas/ vamos a jugar”, dice la canción. “La primera versión decía ‘vamos a fumar’. Pero yo estaba dejando de fumar y ya sabemos que las canciones también son conjuro. ‘Vamos a jugar’, propuso Ale. Ahí apareció Nina, mi hija. Tiene seis años y es el primer disco que grabo con ella acá, en este mundo. Además, una vez vinimos a Buenos Aires y a la ida, Nina vio esos chorros de agua y un arco iris que se generó y nos acompañó todo el viaje. Entonces me di cuenta de que la canción era esa: la espuma y Nina, que debía estar en Plata”.
Tüssi es Gonzalo Curbelo Dematteis, hermano mayor que con su banda La Hermana Menor estuvo cerca de Los Problems desde sus inicios (Krisman, el compañero de dúo de Ernesto y hoy integrante de su grupo, era el bajista de la Hermana). Incluso, por casualidad, el último disco del Tüssi y su debut como solista, Bruma Cabra Club, salió casi en paralelo con Plata. Pero no llegó a celebrarlo: falleció de manera sorpresiva en febrero de este año, una semana antes de la aparición de su primer simple. “El Tüssi fue una persona fundamental en mi oficio de hacer canciones. Es el único que firmó letras conmigo: ‘Punto muerto’ de Vil y ‘Hombre lobo’ de Hambre, están escritas por los dos. En este disco todavía lo tuve: nos sentamos a pasar las canciones, buscarles giros, limar detalles. Esta vez quedó poco de lo lineal, pero abrió todos los caminos: aunque sus versos no hayan quedado exactos, dieron lugar a los que sí quedaron”. Ernesto evoca una noche en una casa serrana donde, hace poco más de un año, cantaron el tema “Vigilantes del espejo”, de la banda española Triángulo de Amor Bizarro, que en su estribillo insistente pide “una noche más”. También, lo hermoso que era verlo trabajar, alejarse, volver al rato diciendo “creo que lo tengo” y tirar su magia sobre la mesa. Eté hace silencio. Piensa. “Fuimos testigos de su don”, agrega.
El sol sigue su camino. Atrás queda la orilla del río: su fulgor inapelable, sus botellas de plástico, los restos de una gallina semi hundida en la arena, quizás como parte de algún rito impío. Adelante, asoma la avenida 9 de Julio. En el auto, de regreso, Ernesto sigue buscando las palabras que expliquen Plata. “Por supuesto que Moby Dick es un concepto que recorre el disco. Esa ballena grandiosa aparecía a cada rato en las letras pero decidí quitarla. Porque sé que existe aunque no se vea, que su gran ojo nos mira y sigue pensando cómo matarnos”, afirma. “Te digo esto porque me quedé pensando en lo que hablamos sobre el horror que, sí, es una marea creciente ahí donde miremos. Pero también, sobre algo que el disco entiende: el yo plural, el nosotros, esa maravilla que nos mantiene vivos porque conocemos la otra cara. Ahora que el horror está expuesto, ahora que lo canté y lo transité, mi trabajo es para la belleza. Y para el bien. Es lo que le debo a mi hija: buscar la belleza en cada cosa que haga. Había un juramento satanista que decía ‘Todo el bien que se pueda, todo el mal que se deba’. Yo voy por eso”.
Eté & Los Problems presenta su disco Plata el viernes 11 en Niceto Club, Niceto Vega 5510. A las 20.