Me encontraba en la parada del colectivo y de repente, apareció un señor de traje que estaba muy apurado. Como el tiempo pasaba y el transporte no venía, el hombre se impacientó y le preguntó a un joven la hora. Eso desencadenó una charla entre los personajes que condujo a una severa discusión. 

-¿Tiene hora?

-Sí, son las once y cuarto, Señor...

-¡Cinco minutos de atraso! ¡Con todo lo que tengo que hacer hoy para producir!

-¿Para producir?

-Sí, para trabajar y ganar dinero. ¿Usted qué ocupación tiene?

-Me ocupo de captar la belleza que hay en todas las cosas (naturaleza, personas, animales y objetos) y les doy nueva vida en el lienzo.

-Comprendo que hay maravillas en el mundo, pero ¿a qué se dedica?

-Justamente, le estaba describiendo mi ocupación. Pero para serle más preciso, soy pintor.

-Disculpe, pero no me ha entendido… Le preguntaba por su profesión…

-Mi profesión es artista; puntualmente, pintor.

-¿Pintor de paredes?

-No, exactamente… Soy pintor de cuadros.

-¿Y cuál es la utilidad de su mercancía? ¿Y el precio de sus productos?

-¿Mercancía? ¿Productos? ¡Perdone, pero me cuesta hablar en esos términos! No ofrezco productos sino obras y no me gusta hablar de utilidad. Para que se dé una idea del valor de lo que hago: puedo pintarlo a usted y a su familia para que permanezcan en un retrato. Puedo dibujar a su mascota y hacerla eterna. Puedo darle vida a una flor y también, puedo revivir a un ser querido para que lo tenga presente todos los días de su vida...

-¡Quién pudiera devolverme la sonrisa de mi madre! Dígame, ¿cuánto salen sus cuadros?

-Eso dependerá del tamaño que usted prefiera, pero debo decirle que el arte no tiene precio, Señor…

-Entonces, si no tiene costo, ¿me va a regalar el retrato de mi madre?

-¡No puedo, Señor! ¡Tengo que comer! Podría hacerle un descuento, pero le aseguro que el importe siempre va a ser poco porque, como le dije, el arte no tiene precio…

-¡Si no tiene precio, no vale nada!

-El razonamiento es contrario: el arte no tiene precio porque cuesta demasiado…

-¡Su arte es carísimo, entonces!

-¡No me entiende!

-Interpreto que si algo cuesta mucho tiene que tener un precio elevado. La cuenta es directamente proporcional…

-En este trabajo, no se puede aplicar la matemática. Es difícil poner un número a mis noches eternas dándole forma, color, textura y volumen a una idea. ¡Madrugo trabajando, Señor! Hasta que no quede como quiero, no lo entrego. De modo que, si me encarga el rostro de su madre, va a demorar unos cuantos meses…

-¿Me pregunto para qué trabaja tanto si no puede cobrar mucho?

-Justamente porque, como le explico, el arte tiene tanto valor que cualquier precio es poco…

-Entonces, si va a ser tan caro y va a tardar tanto tiempo, me conformo con la fotografía seria de mi madre…

-¡Todavía no me comprende! ¡Mi arte podría devolverle la sonrisa al rostro de su madre, Señor!

-¡Tengo cosas más urgentes y útiles que comprar! ¡No puedo destinar dinero en una pintura! ¡No me sirve!

-¡Es cierto! El arte no sirve para nada más que para generar emoción o belleza…

-¿Y para qué pierde el tiempo en eso si apenas sobrevive?

-¡Nunca pierdo tiempo, Señor! Siempre gano vida haciendo lo que me gusta.

-¿Lo que le gusta? En la vida, no se hace lo que nos gusta sino lo que nos da dinero para vivir. Eso se llama trabajo y no, placer…

-¡Yo trabajo, Señor! ¡En cada obra pongo el cuerpo, la columna vertebral, el corazón, el sudor, el alma, el alma y mucha, pero mucha responsabilidad! La pintura es un laburo complejo, pero el cuadro debe resultar placentero para el público...

-¿Me está confirmando que el arte es puro placer?

-Hacer una pintura no es placentero para el artista, exige mucho esfuerzo y dedicación; por eso, insisto, una obra de arte no tiene precio sino “valor” …

-¡Es muy vueltero y confuso, jovencito!

-Si hablamos, como a usted le gusta, en términos de “necesidades”, el arte es indispensable para la vida. El mundo necesita artistas que le den esperanza. Las personas precisamos emociones para vivir. ¿Me entiende?

-¿Y qué renta recibo con eso?

-¡La pintura no le va a dar ninguna renta, pero le va a brindar alegría y salud! ¡Entienda de una buena vez que no es lo mismo “precio” que “valor”!

-- .........

-¿Se ha quedado pensando? No se preocupe por analizar tanto…

-¡Me ocupo de mis negocios!¡Tengo el tiempo y el dinero justos para lo que es urgente! ¡No puedo perderlos en arte ni mucho menos en esta discusión!

-¡Usted está confundido!

-¿Quién gasta hoy plata en un cuadro o un poema? ¿Quién consume arte?

-Lo “consume” y la “gasta” quien sabe que las cosas del espíritu son importantes. El alma del artista va en cada obra. ¿Le parece poco valioso?

-¿El alma, en la obra? ¡Qué espanto tener su alma en mi casa! ¿Usted cree en la reencarnación?

-¡Está mezclando todo! Le vuelvo a explicar: el artista trabaja para dar a luz una obra, la piensa, la plasma en un bosquejo, la piensa, la vuelve a diseñar una y mil veces hasta que quede perfecta, luego la pinta, piensa, le da volumen, piensa, la retoca… Cuando ya está lista, el creador la entrega y ya no le pertenece. La obra es de los otros, pero el alma del artista se refleja en cada creación. Borges escribió por ahí, refiriéndose a sus escritos, que a lo largo de los años “ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara”. ¿No es maravilloso?

-¡No, gracias, no quiero tener su alma en el retrato! ¡Qué horror!

-¡Es inútil que le siga explicando lo que nunca va a entender!

-Mi interrogación era más simple; le había preguntado por su profesión (abogado, médico, contador, ingeniero) ya que no se puede vivir del arte…

-¡Vivo de la pintura hace más de veinte años, Don! ¡No sea necio!

-¡Y usted no sea atrevido! ¡Se me hace tarde! ¡Adiós!

 

Todavía me dura el sabor de esa vanidad, prima hermana de la insolencia… El Señor se retiró usurpando los lugares sucesivos, pidiendo a gritos que lo dejaran pasar, que se le hacía tarde, que tenía una urgencia. En la cola había ancianos (como yo), varias mujeres con niños, algunos enfermos, pero al hombre no le importó. El Señor era el mundo y el artista me recordó aquel poeta del jardín de Rubén Darío. Me acerqué y lo alenté a resistir, a pesar de todo. Nos chocamos las manos. La fila se movió justo cuando una mujer de azul apareció y nos abrazó con el poncho de la esperanza que a todos nos cobija.