La psicosis estaba casi descartada. Sin embargo, una pregunta aparecía constantemente en el horizonte de la historia de los hechos, de la narración que hicieron los implicados. ¿Qué hubiese ocurrido si el arma no hubiese fallado y los tiros hubieran alcanzado su objetivo, o sea, la cabeza de CFK? 

Entonces pensé en otros atentados y magnicidios y me detuve en el asesinato del político, jurista y académico Jorge Eliécer Gaitán, defensor acérrimo de los derechos de los oprimidos, ocurrido en Bogotá el 9 de abril de 1948, a manos de un joven albañil desocupado con filiaciones masónicas (según consignaron algunos testigos e historiadores), el tristemente célebre Juan Roa Sierra, y que desembocó en el atroz “Bogotazo”, esa jornada de desaforada violencia, en casi toda Colombia. 

Crímenes, saqueos, cientos, miles de muertos fue el saldo de ese magnicidio, no definitivamente aclarado aunque la hija de Gaitán, Gloria Gaitán, involucra directamente a la CIA y a sus espías como los autores del plan para matar a su padre, a través de una operación de inteligencia denominada “Operación Pantomima”. Pantomima, ¿por qué? ¿Teatro? ¿Farsa? ¿Simulacro que no es simulacro? (simulacro…palabra muy valorada por Borges en sus textos…, uno de ellos, “El simulacro”, precisamente, es un cuento muy anti-peronista pero con un poder de observación notable que deviene en acabado cuadro de psicología social).

A partir de la lectura de los textos de Arturo Álape, periodista y escritor colombiano, premiado por la Casa de las Américas en categoría teatro, que escribió un magistral libro de “no ficción”, “El Bogotazo”, donde narra y analiza los acontecimientos de esa jornada brutal en Colombia, y de Gabriel García Márquez, que cuenta su experiencia de aquel 9 de abril de 1948 en Bogotá cuando era un joven estudiante y vivía en una pensión cercana al escenario de los terrible hechos, tracé una serie de coincidencias, un mapa de lugares, acciones, personajes y tiempo que podría resultar útil para las investigar lo ocurrido el 1 de septiembre de 2022 en Buenos Aires.

Juan Roa Sierra era un hombre muy joven, tenía un poco más de veinte años, su madre, Encarnación Sierra admiraba a Eliécer Gaitán, el mismo Roa lo admiraba. Tal vez la admiración se tornara en odio ante la indiferencia del líder… De todos modos hay una serie de datos que configuran una constelación de causalidades (no casualidades como diría Ernesto Sábato). Roa Sierra alternaba con masones o supuestas logias masónicas y era albañil, uno de los gremios medievales privilegiado en el imaginario de los Rosacruces. Roa estaba sin trabajo y tenía una hija a quien mantener… Su madre dijo que Roa a veces reía sin motivo y que decía ser Francisco de Paula Santander, héroe de la independencia. 

Pero aquí surge la estrategia de “Operación Pantomima”, ideada por la CIA que planeaba y apoyaba el Plan Truman para toda América Latina luego de la Segunda Guerra Mundial. En este punto emerge la figura del famoso espía norteamericano John Mepples Spirito, que fuera detenido en la década del 60 por planear una conspiración contra Fidel Castro. Mepples Spirito estuvo años preso en Cuba pero negoció su libertad y vivió un tiempo en El Vedado… cerca del Hotel Nacional en La Habana. Luego regresó a los Estados Unidos y sus pasos se perdieron… como ocurre casi siempre con estos personajes… (Spirito, misterioso y siniestro a la vez, nacido en 1924, un 24 de junio, fecha inolvidable para los lectores de Sábato…).

García Márquez en “Vivir para contarla” evoca esa jornada aciaga y traza nombres de calles y edificios en una descripción del escenario de la tragedia. Una tragedia: luego de los disparos contra Gaitán, tres disparos que lo hirieron de muerte, Roa Sierra, resguardado en una farmacia, es atrapado por la gente indignada, es golpeado, linchado y arrastrado hacia la Plaza Bolívar y el Palacio Nariño. García Márquez asegura que un hombre elegante y que se marchó en un lujoso automóvil arengaba a la multitud para que atrapasen a Roa Sierra, que clamaba por piedad. No hubo ninguna piedad. Los enardecidos transeúntes y testigos lo hicieron pedazos, nada quedó de él… apenas un zapato… 

Semidesnudo, con un resto de tela de su camisa o su saco, ensangrentado totalmente, era un retazo de cuerpo amputado, desfigurado y masacrado por golpes, palos, cajones de lustrabotas y puntapiés. Tanta fue la furia del pueblo. Gaitán estaba llamado a ser el presidente de Colombia en las próximas elecciones y, era seguro, inclinaría al país hacia un definitivo socialismo que terminaría con las masacres de los peones de las compañías bananeras por parte de los hacendados explotadores y con la mediocridad del gobierno del presidente Ospina Pérez. El magnicidio de Gaitán marca el comienzo de la “Violencia” en Colombia, que dejaría, dice García Márquez, cerca de un millón de muertos.

Gabo presencia el derrotero del linchamiento de Roa Sierra. Dibuja el escenario: el crimen cometido por Roa, que empuñaba un viejo revólver 38, muy viejo y desvencijado pero que fue tan bien manipulado que disparó con precisión, lo que demostraba la pericia del tirador, a la salida del edificio Agustín Nieto, cerca del Café El Gato Negro… en la Carrera Séptima y esquina de la Avenida Jiménez de Quesada hasta el Palacio Nariño y la Plaza Bolívar. Plinio Apuleyo Mendoza, gran amigo de Gabo, también fue testigo de estos macabros sucesos. Siempre los recordaron… La violencia desatada, con tranvías, ómnibus, autos quemados, negocios saqueados, heridos y cientos de muertos. La cifra es escalofriante: 3000 muertos.

En esos tiempos aciagos Bogotá había sido designada como sede de la Novena Conferencia Panamericana. Las universidades organizaron el Congreso de las Juventudes Latinoamericanas, al que asistía, como delegado por la Universidad de La Habana, un joven veinteañero, Fidel Castro, quien esa tarde del 9 de abril, debía reunirse con Jorge Eliécer Gaitán. La entrevista jamás se realizó, pues los hechos se desataron un poco después del mediodía, cuando Plinio Mendoza Neira invitó a almorzar al desdichado líder.

Diagnóstico y declaración 

Finalmente, luego de sopesar y estudiar pruebas y entrevistas, me incliné por el diagnóstico de psicopatía y farsa, pero sabía que los medios me acosarían y no soy persona para resistir esos embates y presiones. Decidí renunciar.

La verdad es que pensé en irme del país; lo podría haber hecho, pues lo único que me ataba a esa tierra eran mis padres y ellos ya no están en este mundo. No tengo pareja ni tengo hijos. Podría haber partido hacia otro lugar; pero decidí quedarme aquí. A pesar de todo, soy feliz de haber nacido en la Argentina.

En estos días, los periodistas lograron un encuentro rápido, cuando trasladaron a los implicados a otra cárcel. Ambos, Enzo N. y Brunilda C., se negaron a hablar en medio de las cámaras y la gente que se apiñaba en torno de ellos pero, de pronto, se escuchó la confesión terminante de Enzo ante una pregunta:

-¿A usted lo mandó alguien a realizar el atentado?

-Ya lo dije -contestó

Qué buen actor, pensé…