Desde Río de Janeiro
La verdad es que no ocurrieron incidentes dignos de registro, y poquísimas sorpresas, todas en ciudades pequeñas y sin peso político.. así fueron las elecciones realizadas este domingo en las 5740 ciudades brasileñas. Las atenciones se concentraron en San Pablo, la mayor, más poblada y más rica de ellas. Pero tampoco allí hubo sorpresa: el actual intendente, Ricardo Nunes, fiel discípulo del ultraderechista Jair Bolsonaro, pasó a la segunda vuelta ocupando el primer lugar. Pegado a él, con menos de un punto porcentual de diferencia, el izquierdista Guilherme Boulos, apoyado por Lula da Silva.
Y enseguida en tercer lugar la figura escandalosa de Pablo Marçal, un neófito en la política que sacudió los cementos electorales – nadie antes jamás había oído su nombre - y fue la gran (y peligrosa) novedad del pleito. Se da por seguro que Marçal apoyará a Nunes en la segunda vuelta contra el izquierdista Boulos. Lo que nadie se arriesga a mencionar es cuál será el precio.
Entre las tantas características innovadoras que llamaron la atención en el pleito de este domingo está la franca y contundente mayoría alcanzada por la derecha y la extrema derecha en la inmensa mayoría de los municipios brasileños. En algunas capitales importantes, los ganadores supieron mostrarse más radicales aún que Bolsonaro, algo que los analistas creían, al menos hasta ahora, algo imposible.
Para Lula da Silva y su gobierno, dicen analistas, el resultado de este domingo podrá traer problemas. Además de intendentes derechistas o ultraderechistas, hay que recordar que las cámaras de Concejales siguieron por la misma ruta. Eso significa presión sobre diputados nacionales para obtener más presupuesto del gobierno de Lula, y los resultados de esas eventuales inversiones serán defendidos como iniciativas de la oposición.
Es verdad que salvo poquísimas excepciones, como Río de Janeiro, cuyo intendente, Eduardo Paes, fue reelecto por amplio margen con el respaldo de Lula, habrá segunda vuelta en la inmensa mayoría de las ciudades con peso político y económico específicos.
Será un nuevo desafío para Lula y su gobierno, así como para Bolsonaro, que ve surgir una derecha que ya no depende directamente de él.