El jueves pasado quedó inaugurada en el Museo Nacional de Bellas Artes la exposición “Horacio Zabala. El efecto Piranesi”, una muestra que pone en diálogo más de treinta obras del artista argentino realizadas desde comienzos de la década del setenta, con 16 grabados que el artista y arquitecto italiano Giovanni Battista Piranesi dedicó en el siglo XVIII al tema carcelario -y que forman parte del enorme conjunto de estampas del autor incorporadas al patrimonio del MNBA a principios del siglo XX-.

Piranesi es el antecedente ineludible cuando se trata de arquitecturas carcelarias. Pero las suyas eran prisiones monumentales, con el espíritu del Settecento: cárceles fantasmagóricas, en donde se acentuaba el dramatismo pictórico de la imagen con negros plenos que evocaban la función del encierro. Las prisiones de Piranesi eran sociales. Las de Horacio Zabala son celdas individuales: para artistas e intelectuales y para los opositores en general: “Mis cárceles -explicó con ironía el artista a quien firma estas líneas- intentaban solucionarle de antemano al poder el problema de la construcción de cárceles para aquellos que se le opusieran. Y llevé al papel las más atroces que se me ocurrieron: había cárceles subterráneas, flotantes, elevadas sobre columnas, etcétera”.

Piranesi fue uno de los más grandes aguafuertistas de la historia del arte. Nació cerca de Venecia en 1720 y murió en Roma en 1778. Sus grabados fueron tomados como modelo por el romanticismo, no sólo por el barroquismo tardío de sus “cárceles", sino también por las perspectivas colosales, el horror vacui (el horror al vacío como estética de la disposición compositiva) y la sensación de apertura hacia el infinito de sus grabados, sino también por su añoranza de un pasado clásico, la fuerte carga de subjetividad y el acento nostálgico. Gracias a la impronta sinestésica de la épica romántica, la obra de Piranesi tuvo también fuerte impacto sobre la poesía, la novela y el teatro. Después del olvido en el que cayó durante buena parte del siglo XIX, a comienzos del XX fue redescubierto por las vanguardias europeas.

Sus prisiones de pesadilla fantástica acentúan la carga de los interiores tomados por su función de encierro y el aprovechamiento fluido del espacio arquitectónico.

Por su parte, las cárceles de Horacio Zabala (Buenos Aires, 1943) -también él, arquitecto-, según cuenta, “forman parte de una larga serie de prisiones individuales que comencé a proyectar en 1972. Los anteproyectos incluyen varios tipos de cárceles: Utilicé estrictamente el lenguaje arquitectónico para darles verosimilitud a los proyectos. Todo el mundo puede reconocer fácilmente una planta arquitectónica y eso facilitó la comunicación. Fue un proyecto obsesivo y que lo seguí por bastante tiempo. Después hice otras cárceles, esta vez sí de tipo metafórico. Por ejemplo, la idea de que el papel o el lenguaje son cárceles (…) La violencia siempre me pareció un tema para el arte, siempre me atrajo. Es parte del ser humano, como la ternura o el amor. No solo busqué decir algo desde el arte en contra de la violencia, sino que también está la violencia en términos conceptuales o filosóficos. En cuanto a la metáfora de la cárcel, me hace pensar que, en mi caso, necesito el aislamiento y el silencio para concentrarme en mi obra. Como si fuera el monje que se refugia en su celda. Allí uno es libre: es una contradicción, pero fructífera. A una cierta edad, uno sabe en qué ambiente quiere trabajar. Cuando necesito concentración en la obra me incomunico del mundo por un tiempo. Por supuesto después salgo y me comunico”.

La forma es vista como una cárcel y al mismo tiempo el artista tiene la capacidad para moverse con total conciencia y, a su modo, con plena libertad entre esos límites.


Las prisiones que proyectó Zabala en los primeros años setenta, son obras contra la violencia y de algún modo no solo hablan de la historia argentina sino que también anticipan la violencia política que vendría poco después en el país y el resto de América latina.

Andrés Duprat, director del MNBA, en el texto introductorio, afirma sobre las obras de ambos artistas que “en el extenso arco temporal que va de la modernidad a la contemporaneidad, ambos parecen trazar un círculo perfecto, un relato de los infiernos pasados, presentes y futuros a los que puede ser sometida la condición humana”.

Por su parte, Mariana Marchesi, directora artística del Museo y curadora de la muestra, escribe: “Con dos siglos de distancia, Piranesi y Zabala han trabajado en torno a catastróficos universos existenciales, al tiempo que han volcado su mirada sobre los dispositivos disciplinarios del castigo y el encierro. (…) Las cárceles imaginadas por Piranesi en el siglo XVIII postularon una innovadora experimentación sobre el espacio. Sus arquitecturas imposibles funcionan como verdaderas cajas de resonancia plagadas de visiones opresivas, claustrofóbicas, provocadas por la compulsiva repetición al infinito del fragmento y la continua metamorfosis del espacio”.

La expresión “Efecto Piranesi” fue acuñada por el crítico literario norteamericano Joseph Hillis Miller (1928-2021) a comienzos de los años sesenta del siglo pasado, para señalar los ecos y procedimientos que la obra del artista italiano generó en otras artes y campos de la cultura.

En tiempos en que el poder en la Argentina se ejerce de un modo ominoso, violento e inhumano, la exposición que exhibe cárceles imaginadas por los artistas, arquitectos y humanistas de la Italia del siglo XVIII y la Argentina del XX, pierden su sentido metafórico para volverse sucedáneas de lo que se autoproclama paradójicamente como libertario.

* La exposición “Horacio Zabala. Efecto Piranesi”, en el Museo Nacional de Bellas -Avenida del Libertador 1473-, se puede ver de martes a viernes, de 11 a 19.30, y sábados y domingos, de 10 a 19.30, con entrada gratuita, hasta el 1º de diciembre.