Un caos armonioso y ordenado. Un octeto experimental, atemporal y lúdico. Una aventura musical en las antípodas del mainstream. Esas pueden ser algunas definiciones posibles para Ocho, el proyecto musical comandado por el músico y productor Juan Belvis que este año publicó su tercer disco, 8 III, y que se despide –sí, dice adiós- el jueves 7 de noviembre a las 21 en Galpón B (Cochabamba 2536). “La música de Ocho nos enamoró a todos. El objetivo siempre fue hacer música sin concesiones ni condescendencias comerciales. Lo que pasa ahora con las producciones  es que todos están viendo qué conviene y aunque sea mínimo se nota en toda la música”, sostiene Belvis.

Chau Ocho, tal es el nombre del evento despedida, será una oportunidad para repasar los tres discos del grupo con la participación de músicos y músicas que formaron parte de todas las etapas: Luciano "Lulo" Vitale, Candelaria Zamar, Juana Sallies, Andrés Beeuwsaert, Ignacio Martín, Facundo Guevara, Víctor Carrión, Daniel Bruno y Felicitas Rocha, entre otres. “Es un cierre de trilogía. También para liberarme de la presión que fue encarar el proyecto de Ocho. Fue como un recomienzo de mi lenguaje musical”, confiesa Belvis, un artista proveniente de una familia bien musical: es hijo de Liliana Vitale, sobrino de Lito y nieto de Donvi y Esther Soto, fundadores de la cooperativa artística MIA (Músicos Independientes Asociados). “Ocho me agarró después de haber tenido mi experiencia con mi primer grupo, La Sed. Había vivido toda una experiencia como rocker y como frontman, pero en un momento me di de baja, algo me empezó a hacer ruido sobre adonde estaba llevando mi expresión letrística y como cantante”.

“Entonces, hice un parate medio fuerte, y me puse a estudiar orquestación y armonía. Me había autocensurado la creación de canciones, que es algo que hacía desde chico. Mi abuelo (Donvi), medio bromeando y medio en serio, me decía que a los 3 años había hecho mi primera canción”, cuenta. “Con Ocho me pasó que después de tres o cuatro años de no dejarme hacer canciones -algo que fue un poco hostil conmigo mismo-, me embarqué en la concepción de algo que empezó a enamorarme de nuevo: un ensamble que empecé a sentir a partir de los bronces. Los vientos de metal siempre me enamoraron. Empezaron a surgir de nuevo canciones de una manera que ya me había olvidado esta autocensura que me había puesto. También ensambló con una nueva dirección que había sentido con respecto a la música que podía hacer. Fue toda una reconfiguración que hice llegando a los 30. Entonces, ahí empecé a hacer 8 I en 2011, ya con Lulo Vitale en sociedad como productores”.

Desde 8 I (2015) a 8 III (2024) nunca paró el flujo creativo en materia de composición de canciones. Eso le dio, también, un pulso atemporal. De hecho, las canciones del reciente 8 III están listas hace un par de años y esperaban el tiempo oportuno para ver la luz. “Siempre que terminé un disco de Ocho ya estaba compuesto el siguiente, por eso es que me libero ahora de asumir este cierre de trilogía, porque no hay otro disco de Ocho en vista”, dice Belvis. “Ocho empezó a involucrar una demanda humana, unos egos muy fuertes. La buena voluntad de todos quienes estábamos involucrados hacía que todo sea mucho más fácil de lo que en un momento fue… que es coordinar tanta gente. Ocho es una entidad creativa que involucra a un montón de personas”, define Belvis, quien trabaja codo a codo con Lulo Vitale en su estudio de producción Belcebú, en la casona familiar de San Telmo. “La gente que nos convoca para producir es porque escuchó Ocho”, resalta.

-Se nota que hay mucho trabajo en el estudio, mucho vuelo. A veces hasta parece que están improvisando. ¿Cuánto hay de experimentación en Ocho?

-Hay más experimentación de lo que creo. Si bien hay mucho armado de los vientos, también en cada sesión aparece la prueba y la exploración. Pero también hay un control claro en el arreglo final, aunque parte de la creatividad conjunta con Lulo. El objetivo es la música, entonces nunca hay un ego de "esta es mi idea y esta es la tuya". Congeniamos muy bien con Lulo: desde muy chicos escuchamos Stravinski, Tchaikovsky, los Redondos o Rage Against The Machine de la misma manera, con la vara de la música. En ese juego de exploración aparece de todo. En Ocho no hay ninguna concesión que hacer con nadie, entonces hacemos lo que la canción nos pide.

Además de la colaboración de la saxofonista Camila Nebbia en "SS (sinceridad sexual)", el disco cuenta con la participación del cantor y compositor patagónico Shaman Herrera en dos canciones: "La caída del capitalismo" y "La sentencia". “En 8 I le dediqué una canción sin conocerlo, ‘Devolución’, que dice: ‘Shaman cae sobre mí’. Le compuse esa canción y no hice mucho más, porque nunca fui cholulo”, dice Belvis sobre su admiración por el músico. “Los músicos de Ocho me insistían en que le diera el disco. Entonces, le llevé uno al Centro Cultural Recoleta en 2016 a un show suyo y le dije que había una canción que lo invocaba. Después, al año me escribió para decirme que había escuchado el disco y que le había encantado. A partir de ahí, al siguiente show, me invitó y le llevé 8 II. Se generó una hermandad tremenda entre los dos. Después grabamos un EP juntos, El viento en los escombros (2022). Y también trabajé en su último disco Solastalgia (2023), que convocó a diferentes productores. La emoción de cantar con Shaman es tremenda”.

-En el disco, la palabra cantada es un instrumento más, no es algo central. ¿A qué se debe esa búsqueda?

-Ahora hay otro tipo de epidemia que es la necesidad de la palabra, de entender todo, por tanto flow, la voz al frente y al mango. Con 8 III me dijeron "Está bajísima la voz, parece Spinetta en Pescado Rabioso" y yo pensé "¡Qué gran elogio!". Qué lindo no entender todo, también. Porque hay una cuestión con el castellano que necesitás que no se te escape una palabra. Es loco, porque cuando escuchás algo de afuera no estás permanentemente pensando si entendiste o no, estás con ese fluir musical. La música tiene eso, hacés una melodía de piano y te emocionás, que es lo que le gana como lenguaje artístico a todas las demás artes. La música tiene esta propiedad que trasciende el idioma. De todos modos, la escritura me parece primordial hoy. Escuchando gente como el Indio o Palo empecé a tener una responsabilidad y un placer con la palabra. La voz está ensamblada en Ocho. No es una voz y el resto.

-¿De qué manera incide en vos como artista la experiencia cooperativista de MIA y el legado artístico de tu familia?

-De muy chico era muy fan de MIA y antes de que estuvieran las reediciones en CD le decía a mi abuelo que por favor los reeditara. Los escuchaba en vinilo o cassette. Luego los reeditó y en Japón se recontra vendieron. Siempre fue como un eje y una inspiración total que mis abuelos hayan generado el primer sello discográfico formal de autogestión. La influencia en los Redondos, en Skay y Poli, en reuniones con mis abuelos tomando las pautas de cómo estaban diseñando esta autogestión, que tan bien les fue a ellos, es una inspiración tremenda para mí. Fue un privilegio total haber tenido esa escuela.