A fines del siglo XIX, en un Río de la Plata donde el paisaje en formación se mezcla con las turbulencias de un país que también comenzaba a tener sus formas, la civilización y la barbarie se enfrentan en una lucha feroz de poder y supervivencia. En este escenario de violencia y tensiones sociales surge la historia de la novela La Malparida de Inés Arteta, licenciada y profesora de Historia por la Universidad de Buenos Aires, autora de las novelas El mismo río, Los caimanes, La otra mitad del universo y La madre de la noche.

La protagonista, Emilia Burton, es una joven proveniente de una familia respetable y claramente, hija de su tiempo, una época de revueltas furiosas. La novela hace foco en un hito de su vida y en un momento histórico particular: entre 1870 y 1874.

Los personajes de La Malparida se mueven en un terreno hostil donde priman las costumbres antes que la ley estatal. Hay piratas, forajidos, enfrentamientos y las opciones de sobrevivir, entonces, dependen de la pura astucia, la fuerza personal y algunas veces de la violencia del azar. En este marco, la novela explora con gran detalle las dinámicas de poder y las relaciones humanas que surgen en un entorno de desasosiego.

El periplo novelesco de Emilia parece seguir un patrón conocido. Se embarca en El Ditirambo, una balandra con destino a San Fernando, donde la espera su prometido que es un comerciante y muy pronto será su marido. El cruce del río hace de la travesía una pesadilla, cuando el barco es atacado por un grupo de piratas que asesinan a la tripulación y a la mayoría de los pasajeros con una brutalidad desgarradora. Este episodio es el inicio de un viaje físico, psicológico y emocional para Emilia, quien, junto a otra pasajera llamada Marica Rivero, es secuestrada y llevada a una isla remota. Una escena que reactiva con desvíos el mito del cautiverio de mujeres blancas.

Arteta utiliza el ataque a El Ditirambo como un recurso para introducir el caos y la violencia que dominarán gran parte de la narración. El relato del abordaje pirata es detallado y vívido: los degüellos, los cuerpos decapitados, el fuego que consume al barco, y el absoluto silencio que envuelve a los sobrevivientes, son imágenes que contrastan con la calma aparente del río. Otra vez este escenario vuelve a ser literariamente un lugar de congojas. Esta secuencia establece no solo el tono oscuro y visceral de la novela, sino que también funciona como un punto de inflexión en la vida de Emilia, quien hasta ese momento había sido una joven que vivía bajo las normas y expectativas de la sociedad de su tiempo.

La figura de Marica Rivero, la comadrona que acompaña a Emilia, es un contrapunto esencial en la novela. Mientras que Emilia se presenta como una mujer frágil, asustada y sometida, Marica encarna una figura imperturbable ante la muerte y la violencia, y profundamente resignada a los horrores que las rodean. Frente al horror, Marica sostiene una actitud indiferente, tanto al momento del secuestro como en los días en la isla. La principal tragedia para ella ya ha ocurrido, justamente en el ataque donde sufre una pérdida importante, y es así que se revela como una mujer endurecida, capaz de enfrentarse a los abusos y la brutalidad de los secuestradores. Este contraste entre las mujeres -Emilia como mujer sometida, y Marica como la que sobrevive a cualquier costo- es uno de los ejes temáticos más potentes de la novela.

A medida que pasa el tiempo, Emilia va comprendiendo que su supervivencia depende de su capacidad de adaptación a las circunstancias, y para ello intenta contagiarse de la frialdad y la templanza de Marica. Los ritos de esta transformación subjetiva constituyen uno de los aspectos de mayor impacto en la novela.

El viaje de Emilia y Marica por las aguas del Río de la Plata y los recovecos del delta del Paraná no es solo un desplazamiento físico con un destino prefijado que se trunca, sino principalmente una travesía simbólica por zonas oscuras de la mente humana. El territorio en el que se mueven es tan hostil como los piratas que las han capturado. Los bancos de arena que cambian de lugar, las islas que aparecen y desaparecen según las mareas, los animales salvajes que habitan en las profundidades del monte, todo eso contribuye a crear una atmósfera de inestabilidad y peligro constantes. En este sentido, el entorno natural funciona como un antagonista más en la novela, un ser vivo amenazante que cambia de formas y altera el estado mental de las cautivas.

La escritura de la novela acompaña este proceso, tanto al nivel de la prosa, que con precisión de asepsia casi quirúrgica narra las escenas de mayor violencia, como en la construcción de imágenes visuales para describir un delta tan poético y bello como misterioso, con sus densas neblinas y aguas traicioneras.

La estructura tripartita de la novela suma a esta atmósfera de intrigas y reedita el itinerario de toda una tradición sobre el cautiverio. La primera parte se centra en el ataque a El Ditirambo y la captura de Emilia y Marica, mientras que la segunda se desarrolla principalmente en la isla, donde las mujeres deben adaptarse a las reglas impuestas por los piratas, y la última, se enfoca en el retorno de Emilia a la civilización. Ese regreso, lejos de ser una liberación, está cargado de ambigüedad y de preguntas sin respuesta. Como María, la cautiva más famosa de la literatura argentina, Emilia, manchada de la barbarie más absoluta, debe enfrentarse al proceso de reconstrucción de su identidad en un mundo que ya no reconoce ni la reconoce.

La Malparida explora, con los recursos del presente y apelando a las convenciones del realismo, uno de los argumentos fundadores de la literatura nacional: la violación y explotación sexual de los cuerpos en condiciones de precariedad. Lejos de apostar por el sensacionalismo o por adecuarse a temas de agenda literaria, Arteta nos enfrenta a la brutalidad del patriarcado en su forma más cruda. Pero también realiza una operación peculiar al desplazar a las mujeres de su lugar de víctimas pasivas, cuyo único porvenir es la supervivencia y resistencia, para presentarnos modelos femeninos más cercanos a la Beya de Gabriela Cabezón Cámara: mujeres con capacidad de acción e intromisión en las jerarquías de poder a las que pretenden someterlas. A través del desarrollo de los personajes de Emilia y Marica, la autora nos lleva a reflexionar sobre las formas en que las mujeres enfrentan su vulnerabilidad en un mundo dominado por la violencia física y simbólica que impone el patriarcado. Emilia quien en cautiverio comienza acatando las reglas para permanecer viva termina por cuestionar las dinámicas de dominio que la rodean. Mientras que Marica, a quien se percibe inicialmente como una figura fortalecida y quizás hasta cruel, revela una ambigüedad moral que de otra forma también desafía las pautas establecidas.

La Malparida no sólo es testimonio de la violencia histórica en el Río de la Plata del siglo XIX ni una puesta al día más de los efectos del patriarcado, sino que deja entrever una convicción política de la literatura en su capacidad de intervención y una política de la literatura que promueve su potencial transformador en el nuevo reparto de temas, voces, espacios y cuerpos disponibles para la narración.