Desde Barcelona

UNO No se alegren porque Rodríguez no se alegra: ahí sigue, vaciando estantes para poder volver a llenarlos, rodeado por pilas de libros como pequeños rascacielos y lo hacen sentirse falso e histérico gigante de la lectura entre auténticos e históricos colosos de la escritura. Y se pregunta qué hacer con el journal de rodaje de Apocalypse Now de Eleanor Coppola, con ese de conversaciones con Francis Ford Coppola, con el de Peter Biskind --Moteros tranquilos, toros salvajes-- acerca de esa "generación que cambió a Hollywood" y sucedida por tantas degeneraciones. (Hoy por hoy Rodríguez sólo cree en David Lynch y en Paul Thomas Anderson, en los Coen y en Tarantino y, aunque ya le canse un poco, en Wes Anderson y, de tanto en tanto y con precaución, una dosis de Terrence Malick; y, claro, por encima de todo el fantasma de la electricidad de Stanley Kubrick aullando en el rostro de todos ellos) .¿Volverá alguna vez a abrir esos libros? ¿Tiene sentido conservarlos? Se dice que --si respeta su ley recientemente dictada de salen 3 para que puede entrar 1-- habrá sitio para la nueva novela de Will Self. O la de Alan Hollinghurst. O la de... Sin saber muy bien qué hacer, Rodríguez decide huir de allí para reflexionar sobre el asunto. Y entonces descubre que han estrenado Megalopolis dirigida por ya saben quién.

DOS Y más dudas geo-tempo-existenciales: entrar o no entrar. Rodríguez ha oído/leído tanto sobre la postergada y varias veces interrumpida (por September 11, por covid) y tan anhelada por casi medio siglo magnum opus de Francis Ford Coppola. Eso de que remató propiedades para poder filmarla. Eso otro de su caótico e improvisado rodaje y las extravagantes actuaciones de su multiestelar elenco entre nieblas de marihuana con director metiendo mano donde no debía. Y hasta ha visto sus avances que asustaban un poco con ese futurismo más anticuado que retro y con aires de descartes de Roger Dean para aquellas portadas de Yes. Y las críticas --desde su estreno en Cannes-- habían sido más bien extremistas y polarizadas y bipolares. Algunos la consideraban obra maestra que recién sería comprendida en décadas y que aquí y ahora las palabras mágicas son Blade y Runner. Otros maliciaban un "Francis Ford Crappola". O la celebraban "como lo más chiflado que jamás he visto y disfrutado". O, con cierta gracia, advertían que era lo más parecido a encontrarte con un gran amigo al que no veías hace tanto y tenías tantas ganas de volver a ver y que te diga que la noche anterior tuvo un sueño rarísimo y empiece a contártelo y, de pronto, comprendas temblando que el relato de ese sueño va a durar algo así como dos horas y media. O, ambiguamente, calificándola como "inolvidable: hay que verla para creerla" o "una semana después sigo sonriendo". Pero Rodríguez también leyó las inteligentes y encendidas y categóricas defensas en The New York Times y The New Yorker alentando a rendirse a la visión de un visionario: algo que ya no abunda en las pantallas ¿Qué hacer entonces? En la sala de al lado daban Wolfs con Clooney & Pitt y, claro, resultaba apuesta segura: doméstica comedia noir con nuestros muchachos en plan de nuevos Newman & Redford. Pero, claro, lo de Megalopolis tenía más riesgo y épica y justificaba intermezzo (no: la nueva de Sally Rooney --esa que The Guardian arrima a Woolf y a Joyce y Babelia desprecia amablemente porque se sabe que sus hipersensibles personajes y sus autocompasivos fans son de lágrima fácil-- jamás entrará en la ciudadela de Rodríguez por lo que jamás será expulsada; pero sí recomendaría a todos sus seguidores la Postales de invierno de Anne Beattie para que sepan cómo se narra con encanto una juventud desencantada).

Sí: Megalopolis respaldaba tregua a la guerra que un quijotesco Rodríguez libraba estas semanas contra/a favor de los demasiados libros. Así que Rodríguez viaja y llega a Megalopolis y que sea lo que Dios --o Francis Ford Coppola-- quiera.

TRES Porque la idea de lo megalómano es recurrente en la vida y obra de Coppola. Ahí están los Corleone, Kurtz, Tucker, Drácula, el Motorcycle Boy, Harry Caul y (entre tantas otras frustraciones) su Evita y su El general en su laberinto. Y los guiones para El Gran Gatsby y Patton. Y las varias versiones de Apocalypse Now y esa absurda Coda a El Padrino III. Y su estudio y sus viñedos y sus hoteles/bares temáticos y su revista y su marca de cannabis y su proyecto de "cine en vivo" y tantos otros increíbles planes a los que no darles crédito (en especial del tipo bancario)... Y es que el imperial e imperioso Coppola siempre fue un tipo volátil. Algo así como Lennon para el McCartney de Scorsese (cuyos "fracasos" son más bien "no-éxitos"). Lucas es Ringo y Spielberg no es Harrison (De Palma es Harrison): Spielberg es George Martin. Y Clint Eastwood es Johnny Cash. O algo así (y este es el tipo de tonterías que piensa Rodríguez cuando no sabe qué pensar). Coppola, en cambio, hace cosas raras (incluso degradarse a casi autoparódico con The Cotton Club o de "hábil artesano" con Gardens of Stone, The Rainmaker o esa imperdonable Jack con el imperdonable Robin Williams). Y lo cierto es que Rodríguez le había perdido la pista y no vio, con cierta culpa, Youth Without Youth, Tetro y Twixt. Pero ahí estaba Megalopolis en su cine favorito con ese póster un poco-demasiado Marvel/DC. Y Rodríguez, para darse coraje, se dijo un "Allá ustedes con esas transgresiones en conserva de Yorgos Lanthimos y esas perversiones germa/nórdicas o esas reuniones de amigos franceses en la campiña o esas miserias islámicas para despertar la lastimosa piedad de la Academia y llevarse un Oscar extranjero... Yo voy a ver una de Coppola". Y entra...

 

CUATRO ...y sale sin salir de su desconcierto. Pero la de Rodríguez es una extrañeza feliz. La fabulosa "fábula" Megalopolis es, sí, fallida. Pero no podía no serlo, porque ese es su Gran Tema: el Fallo en busca del Funcionamiento. Y ahí está esa trama dispersa de arquitectura arriesgada y frágil que combina y conjuga a alternativa Manhattan de mañana con Roma de ayer, a utopía con distopía, a Shakespeare con Ayn Rand, a Circus Maximus con Madison Square Garden, a Trump con Britney/Swift, a Nietzche con Gibbon, a Neo con Paul Atreides, a objetivismo con fascismo, a Mark Helprin con Marco Aurelio, a Méliès con Gance con Lang con Welles con el Coppola de la incomprendida o incomprensible One from the Heart, a conjura catilinaria con intriga gótica, a megalón con acero y con tiempo perdido y detenido y recuperado mientras el héroe grita --detalle seguramente autobiográfico del director-- un "¡Me congelaron las cuentas!". Y a Rodríguez se le ocurre que Megalopolis es algo así como el sueño húmedo de un Michael quien finalmente pudo salirse de todo eso en lo que volvían a meterlo y que por fin gozaba de ser benefactor autócrata-tecnócrata y de final feliz y familiero y así un Corleone deviniendo en un Coppola. Otra de corazón, sí (y el hombre ya está en la próxima: novela de Edith Wharton, autora ya adaptada por Scorsese). Y --pensando en espectadores que perdieron masa muscular/cerebral o que jamás fueron entrenados-- Rodríguez también se dice: "Ah, para bien o para mal esto era... esto es el cine". Y vuelve a casa y decide que se va a quedar con esos tres libros porque mañana nunca se sabe.