Mañana los jubilados volverán a marchar. Mañana el gobierno se cobrará con intereses las ganas de reprimir que se le acumularon el miércoles pasado, aprovechando que mañana serán pocos. Las hienas de las que ya hablaba Pablo Neruda (“…hienas voraces de nuestra historia. Roedores de las banderas conquistadas…”) caerán a palo y gases y balazos de goma sobre nuestros viejos, que fueron abandonados. Pero no te apures con la indignación, no sea que te indignes fuera del tarro.

En la naturaleza, las hienas de verdad rodean y asustan a la manada, la manada huye dejando atrás a los más débiles, que acaban siendo rodeados, maltratados, asesinados, destrozados y fagocitados por las hienas, que como tales, van sobre el desvalido abandonado. Le hiena hace lo que sabe. Entonces la responsabilidad es de la manada que abandonó al débil, ya que si la manada enfrenta a la hiena, la hiena no consigue atacar. Esto lo sabe cualquiera que haya tenido televisión por cable.

Yo no tengo nada que hablar con la hiena. Yo hablo con la manada, que de ahí soy. O pretendo ser. Además la hiena, nauseabunda, despreciable, vil, ya se apoderó de la sabana. O habrá que ver.

Pero volvamos a lo nuestro. Mañana miércoles habrá represión, sin duda. Es la receta de los miércoles sin fecha de caducidad, y a pesar de que los jubilados fueron a las dos marchas de las universidades, ningún estudiante convocó a marchar por los viejos. Ni antes ni ahora.

En la última marcha de los universitarios escuché a una estudiante de la UBA, decir que esta marcha era importante para el país, porque era fundamental para los estudiantes, los profesores, los trabajadores y los jubilados. O sea, ESA marcha, no otra.

Parece que no solo los jubilados envejecieron. También algunas canciones, como la de Violeta Parra diciendo que los estudiantes “no hacen el sordo mudo cuando se presenta el hecho”. Estos nuevos estudiantes parece que no solo se miran a sí mismos, sino que además reclaman todo el resto de la atención del universo mundo, porque su causa es ecuménica. Ellos son el centro de la batalla colectiva. Y no solo el centro, también el ombligo. Y dejaron a sus abuelos dos cordones umbilicales atrás.

Quizá sea necesario dejar en claro que la causa de las universidades es sin duda ni doblez, una enorme causa nacional. Una de las urgencias graves que tenemos. Pero resulta que estuve en las marchas anteriores de los jubilados, donde más de uno me dijo que “cuando fue la marcha por los universitarios nosotros vinimos. Son nuestros nietos, son el futuro de la patria. Claro que teníamos que venir ¿Que les costaba tomarse un ratito por nosotros?”. Estos viejos hablaban del futuro -aun sabiendo que no tienen tiempo de revancha- mientras los más jóvenes no se ocupan de ser cariñosos con el pasado.

Hace dos miércoles una jubilada se tiró en el piso frente al escuadrón de la policía que estaba listo para avanzar. Se acosó en el asfalto al grito de “¡quieren vernos aplastados, avancen y aplástennos de una vez!” y el escuadrón no avanzó y la jubilada dio una muestra, una clase, de valor y de dignidad que pareciera que nadie más aprendió. Eso fue hace quince días, mucho tiempo atrás para el hoy permanente en que se convirtieron las cuestiones humanas urgentes, donde prevalece la idea de que todo es hoy. Siempre es hoy. Hoy y el futuro, donde el pasado pareciera no tener cabida. Hoy es mi causa. Hoy vamos. Y en todo caso, hoy no vamos, porque mi causa será después, otro día. Hoy no porque tengo un parcial en una universidad que es amenazada en su existencia. Esa universidad que los viejos -que no asistirán- salieron a defender junto con los chicos de hoy y del futuro.

Y ahora llegan las preguntas: ¿Qué pasaría si los universitarios de la Universidad Nacional de las Artes, o los de la Universidad Nacional de la Plata, o la Universidad de Quilmes, tan felicitada por estos días, o los chicos de la UNSAM, rodaran a los jubilados y se acostaran en el piso en un acto de defensa?

Cuando un jubilado de ochenta y cinco años te mira a los ojos y te dice “¿Que les costaba tomarse un ratito por nosotros?” te llenás de preguntas. Y si tenés sangre en el cuerpo, también de bronca. Porque no es justo. Porque no está bien. En una época donde medio mundo se llena la boca hablando de responsabilidad afectiva, estar con los que nos antecedieron y pelearon para que, entre otras cosas, pudieras ir a la facultad, sería todo un detalle. Sería un gesto de humanidad básica, tanto, que ni hace falta ir a la universidad para entenderlo o sentirlo. Si es que te da la gana.

Lo universitarios ya dieron muestras de valor, de organización, de convicciones. Están a tiempo de ver para atrás en sus propias historias, y mirando lo valioso del pasado por defender, dar una muestra, además, de dignidad. Porque no siempre es hoy.