En un comunicado conjunto emitido por el Reino Unido y la República de Mauricio, el primer ministro británico, Sir Kier Starmer, reconoce la soberanía de Mauricio sobre el archipiélago de Chagos. A cambio, Londres podrá seguir usando la isla Diego García, donde tiene una base con EE.UU. , vital para las operaciones militares en el área.

La población de Diego García, unos 1.000 habitantes, es un grupo étnico afroasiático. Se los conoce como chagocianos, fue expulsada militarmente por los británicos en 1973, desnudando la doble vara del alegato británico referido a la autodeterminación de los habitantes de Malvinas con Argentina.

Las negociaciones entre el Reino Unido y la República de Mauricio se iniciaron en 2022, durante el anterior gobierno conservador, dados los pronunciamientos de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), la Asamblea General de la ONU y el Tribunal Internacional del Derecho del Mar (ITLOS) en 2019 y 2020. Boris Johnson era el primer ministro entonces, y Liz Truss, su breve sucesora, continuó las negociaciones. Desde el anuncio, el jueves pasado, ambos protestan.

Los gobiernos británicos debieron actuar, pese a años de negarse a reconocer la soberanía de Mauricio sobre Diego Garcia, donde operan la base conjunta, dado que los gobiernos eran conscientes que la expulsión violenta de los chagocianos era ilegal calificada como “inhumana” en el fallo condenatorio de la Corte Internacional de Justicia.

Como era de esperarse las repercusiones siguen desde el jueves 3 de octubre en los medios, en Malvinas y en el desorganizado espectro político conservador. Se desencadenaron como un predecible reclamo que hace patente el activismo de los nostálgicos del imperio.

Alison Blake la gobernadora de las Malvinas, que los británicos y habitantes se empecinan en llamar “Falklands”, dio seguridades que seguirían protegiendo las islas, acusando así el golpe a la legitimidad de la postura británica. A coro adhirieron conservadores que disputan la interna que lleva al liderazgo del partido.

La gobernadora Blake aseguró que el contexto histórico de las islas en el Atlántico Sur era distinto y que se seguiría defendiendo, la autodeterminación de los habitantes de las islas.

El viernes 4 la alarma cundió más fuertemente entre los conservadores y los medios como el Daily Telegraph, el Daily Mail y aun The Independent, pese a justificar la movida editorialmente el 5 de octubre. El primer ministro Starmer no calmó las aguas haciendo gala de su falta de olfato político. No negó que la soberanía de Malvinas y Gibraltar seguiría el precedente de Diego Garcia. Su negociador, Jonathan Powell, calificó las objeciones como “nonsense” (pavadas).

Powell cuidó de asegurarse el apoyo crucial de EE. UU.. Chequeó cada párrafo del acuerdo. El fruto fue el inmediato y enfático apoyo del presidente Biden dadas las seguridades sobre la base conjunta en Diego García.

EE. UU. opera la base en forma dominante. Abastece a su flota y usando el obsesivo secreto que rodea la base, la aprovechó para vuelos secretos involucrando la CIA con prisioneros de operaciones militares estadounidenses que, según investigación periodística en The Guardian involucraron desapariciones y torturas.

Los aspirantes a liderar el partido conservador cotorrearon sus protestas. Se revelan vanas por la mayoría laborista en los Comunes, el apoyo estadounidense dando la bienvenida a la cesión y el coro de condenas internacionales.

Toda esta polvareda política parece que tardará en despejarse. Pero queda en claro, para propios y extraños, la duplicidad de la defensa británica de los habitantes de Malvinas que, para colmo despliega su racismo: son blancos. No son ni chinos, como en Hong Kong, ni afroasiáticos como los chagocianos. Desde 1973 fueron forzados a vivir en Mauricio y el Reino Unido en el suburbio londinense de Crawley.

El apoyo internacional a la movida señala un camino hacia una solución de la disputa con nuestro país. Lord Shackleton, autor de dos informes encargados por el gobierno británico, me dijo que “las islas no serán, ni demográfica ni económicamente factibles, sin una conexión viable y fluida con Argentina”. El problema agregó Lord Shackleton, era “el acendrado anti-argentinismo de la población insular”.

Esta situación artificial opera desde 1983 por una acumulación de errores y presunciones en nuestro país.

Fue potenciada hace unos días por el gobierno de Milei. Mondino se apresuró a firmar un entendimiento con el gobierno británico. Le hace más fácil a los británicos mantener la artificialidad de la situación actual que data de 1982.

En 1983 la comisión de RREE de la Camara de los Comunes me convocó a explicar la situación política y el reclamo argentino. Por escrito la Comisión encargó además que explorara posibilidades de entendimiento con el espectro democrático. Elevé un memorándum sosteniendo que la postura argentina admitiría un retroarriendo con garantías internacionales a los habitantes de autonomía y respeto a idioma, y sus derechos. La comisión aceptó la propuesta. La calificó como “la más elegante”. Precipitó entonces a Thatcher a llamar a elecciones anticipadas en junio de 1983. Buscaba evitar que el informe, que postulaba una figura de transacción, obtuviera estado parlamentario y fuera debatido. Pero el informe se publicó oficialmente. Ya desde 1983 varias encuestas revelan apoyo del electorado británico a una solución al conflicto. El camino no deja dudas.

Para llegar a negociar Argentina necesita librarse de las crisis que se abaten sobre nuestro país desde mediados del siglo XX. Las reiteradas crisis hacen que Argentina sea poco creíble internacionalmente para cualquier negociación. Como medida disuasoria es preciso pertrechar adecuadamente a las fuerzas armadas. Además, debe implementar una doctrina militar dirigida a recuperar las islas y a forzar una negociación con el Reino Unido que incluya temas tales como soberanía y preservación de la masa ictícola de calamares y otras especies, junto con un régimen referido a la exploración y explotación de hidrocarburos.

¿O será mucho pedir?

* Ph. D., Investigador Asociado al Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge (Centre of Latin American Studies - CLAS).