“Este pendejo me salió pirómano", decía a veces mamá mirando cómo mi hermano se desesperaba al punto de la excitación al ver fósforos, encendedores o cualquier otra cosa que produjera la magia del fuego.

Yo creo que él no podía evitar desear ver arder algo, hacer arder algo, sentir arder algo, como yo no podía evitar quedarme embelesada viendo el agua correr cada vez que se abría una canilla o una manguera.

A veces ella se tenía que ir y dejarnos solos, por que tenía que hacer algún mandado, o tramite o alguna de esas cosas que hacen los grandes, pero nunca se marchaba sin corroborar primero que no quede nada al alcance de mi hermano que pudiera desencadenar en una catástrofe incandescente, o cerrar las canillas con muchísima fuerza para que mis débiles manitos no pudieran manipularlas.

Yo no supe el significado de la palabra pirómano hasta que vi una película en donde el villano era tan pirómano que quería prender fuego el mundo, captando los rayos del sol con una lente gigante. Tuve pesadillas esa noche. Ese año una bomba había explotado en un edificio importante de la capital del país, y tenía miedo de que los villanos que hicieron eso vean la película y quieran incendiar todo el mundo.

Y ahí entendí por qué mamá escondía todos los encendedores y fósforos antes de salir a hacer mandados. Pero nunca entendí por qué esa fijación con las canillas. Yo siempre fui una nena muy buena.

Si, ese pendejo le había salido pirómano no más. Pero lo peor de todo es que además era convincente y comprador, como diríamos actualmente, un chamuyero. Yo, bueno, a mí se me notaba a la legua si osaba querer decir una mentirita pequeñita.

Una vez, en un cumpleaños de mi prima que festejamos en casa, ni él, ni mi primo, ni una vecinita de su edad, se oyeron por varios minutos. Lo sé porque yo estaba encerrada en el baño viendo correr el agua de la canilla que algún invitado había dejado flojita.

Los grandes estaban tranquilos disfrutando del placer que les generaba que esos tres demonios no estén rondando por ahí molestos como avispas. Seguro pensaban que estaban muy tranquilos dibujando con las pinturitas y los papeles que les habían dado para que se entretengan, hasta que empezaron a oler algo raro.

Escuché desde el baño como una tromba de invitados corrieron hasta la pieza de mis papás mientras gritaban "fuego, fuego" sin dudarlo agarré el vasito de lavarse los dientes y lo llené al ras con la idea de convertirme en la heroína del día.

Nunca me voy a olvidar como lloró mi prima al ver un montoncito de sus regalos formando una pequeña hoguera. No sé cómo se las ingeniaron para que la chispa del Magic Click comience a crecer en la bombacha rosada que hasta hacía unos momentos había estado descansando tranquilamente en su cajita de regalo y se haga mayor a través de rompecabezas, medias, muñecas y osos de peluche.

Está de más decir que mi vasito de agua no pudo hacer mucho por todos esos pobres regalos sepultados en una tumba ardiente.

De todas maneras, me aguantaba las ganas de cagarme de risa, pero al llanto de mi prima se sumaron los de mi primito y la vecinita al ser encontrados in fraganti haciéndole la segunda a mi hermano.

Él no lloro, ya estaba acostumbrado, siempre se comía castigos descomunales por culpa del fuego, y aún así no le importaba.

Yo nunca hice nada demasiado grave con el agua, ¡que elemento noble el agua! Fresquita y húmeda, capaz de curar la sed y limpiar las heridas.

"Este pendejo me salió pirómano" recordaba excusarse a mamá mientras le tatuaba cinco dedos en la cara a su segundo hijo y le prometía a mi prima que le iba a volver a comprar todo lo que las llamas habían alcanzado.

Ese día el Magic Click pasó a formar parte de los objetos estrictamente prohibidos para dejar al alcance de los niños, o más bien del pequeño pirómano que habitaba en la casa.

Nunca más volvieron a cerrar las canillas con fuerza, por las dudas, dejándome con esa increíble sensación de poder llegar a convertirme en heroína alguna vez.

Sensación que se fue desvaneciendo a medida que el pequeño pirómano maduraba y dejaba de lado su absurda atracción hacia las brasas.

A veces añoro esas épocas en que vivía con el villano del cuento capaz de romper el mundo bajo el mismo techo. En las que soñaba con que iba a ser la gran salvadora del universo y brillar a través de una cortina de agua.

Otras veces me siento egoísta y me pongo a repensar el concepto que todos tenemos de héroes. ¿Por qué es menos peligrosa una persona que necesita de la maldad de alguien que haga el trabajo sucio, sólo para destacarse y brillar?