Te ibas metiendo al área por la raya haciendo sombreritos a los jugadores de Boca, del lado de Regatas y después le pusiste un centro tranquilo a la cabeza de Lanzidei. Una jugada preciosa, a tu ritmo, con tu trote particular y virtuoso. Como cuando inflaste la red del arco de Cordiviola en la primera final con los cordobeses de Racing. O entraste gambeteando gente en aquel último partido contra Vila Dálmine.
Te quebraron antes de irnos a la B contra Chacarita y cuando volvimos en esa épica tan propia de ser campeones en segunda y después en primera, nos regalaste noches maravillosas como en la cancha de Ferro contra Argentinos Juniors, abrazado con mi papá como pocas veces. Como en aquella tarde contra los funebreros, no pudiste saltar el último guadañazo pero igual la peleaste, Negro querido. Seguramente irás a tirar paredes en otras canchas pero quedate tranquilo que formás parte de una muchedumbres de almas que sienten el azul y amarillo más allá de la frontera del último final.
Porque a pesar de tanto dolor y saqueo, Central es la memoria andante y rebelde de una ciudad que supo darte un lugarcito como a tantos que vinieron con hambre y desesperación y encontraron un pase justo para ganar en la cancha chica del fútbol y en la cancha grande de la realidad.
Gracias Palmita querido. Nadie, ni siquiera la señora de los cierres supuestamente definitivos, me podrá robar todos los profundos momentos que nos regalaste con la amada auriazul. Chau negrito. Hasta cualquier momento. Te quiero un montonazo y te debo muchísimo.