9 de agosto de 1981. Tengo 7 años y estoy en la platea del Gigante, arriba, en el sector Q.

Más allá de dónde esté la pelota o la jugada, yo sigo con la mirada, completamente hipnotizado, al 10 de ellos. En un momento recibe por la derecha y encara, pelota al pie, dejando un tendal de muñecos en el camino. "¡Bajenló!", grita un señor detrás mío. "¡Bajenló, bajenló!", corean desesperados varios más. Y lo bajan nomás, pero adentro del área.

Los hinchas de Boca usan las banderas de toboganes para tirarse de la popular alta a la baja. Si el penal es gol, invadirán la cancha y darán la vuelta una fecha antes del final. Pero Maradona, pese a que Carnevali se juega demasiado rápido a un palo, la estrella contra el travesaño. Un rato más tarde, Jorge García, camiseta adidas amarilla con el 3 en la espalda, la clavará de tiro libre ante la atónita mirada de Gatti y los porteños deberán esperar una semana más para festejar. 

13 de abril de 1987. Tengo 13 años y estoy en la popular de la cancha de Ferro. Palma le mete un gol a Argentinos Juniors muy parecido al que Diego le hizo a Bélgica, un año antes, en el glorioso México 86. La hinchada de Central, que dos fechas más tarde dará la vuelta en Temperley y festejará su cuarto título nacional, se lo dedica a Maradona, que está en la platea porque su hermano Hugo juega para los Bichos de La Paternal: "Diego no te vayas, Diego vení. Quedate a ver a Palma, te vas a divertir". Y Diego aplaude, y se divierte, viendo al negro de la mano vendada y el 10 en la espalda.

*Periodista, presidente de la cooperativa de trabajo La masa.