La sensación es quedar huérfano. La conmoción del hincha de Central no mengua con el paso de las horas, quizás, en aquellos que ayer fueron al Gigante de Arroyito a darle el último adiós al último diez que tuvo Arroyito. Falleció Omar Arnaldo Palma, un jugador que fue líder de su generación. Que jugaba al fútbol con la pelota en los pies. Cuando el juego era más juego que disciplina física. Y lo hizo con un encanto único hasta los 40 años. Central perdió a una figura de las que trascienden en el tiempo. Palma dio el salto a la historia. Y por eso desde ayer Central es un club un poco más grande.
La peregrinación de los hinchas por Arroyito fue testigo de lo que Palma hizo por Central, por el fútbol y lo que representó. Sí, Palma era Maradona para el simpatizante canaya. Fue el niño que vino de la postergada Chaco para intentar abrirse un camino con la pelota. No soñó jugar un Mundial. Sonó jugar con Mario Kempes. Y lo hizo en 1995 en un clásico amistoso con Newell's en Arroyito. Se dio el gusto de darle el pase gol al Matador. Pero sí, Palma fue Maradona. Fue amigo de los más débiles, siempre. Fue el que renegó de la relación con los dirigentes. Fue el que peleó el “cobre” por los pibes en tiempos donde ser futbolista era más un oficio que una profesión.
Palma fue Maradona. Fue el jugador que hizo de sus pies y la pelota una atracción para el fútbol argentino. Desafío a los grandes. Y sacó a Central del infierno del descenso 1984, a cinco años de su debut en Primera. Y entonces apareció su mejor versión, el Palma de 1985, el líder de un equipo que asombró con el ascenso y luego con el título en la máxima categoria en 1987, en una puja domingo a domingo con un Newell’s que tenía su propio diez: Gerardo Martino.
Si, Palma es Maradona. El Maradona canaya capaz de dirigir a todo un equipo con la pelota en su botín. Eran otros tiempos, era otro fútbol. Sí, pero el Negro interpretó su tiempo como nadie de su generación. Era el jugador capaz de una gambeta en velocidad, como el mejor wing, el que ponía la pelota al espacio vacío para enseñar al compañero adónde tenía que correr o el que guardaba la pelota en sus pies todo el tiempo que quería. Se fue de Arroyito porque así lo decidieron los dirigentes. River y Veracruz de México también lo disfrutaron. Pero volvió rápido, en 1992. En un momento donde en la ciudad el Newell’s de Marcelo Bielsa había asombrado a todos en el país con su fútbol de velocidad. El Diez se juntó con Don Angel en 1994, el Maestro juntó al Diez con Raúl Gordillo, Eduardo Coudet, Pablo Sánchez y el Polilla Da Silva y la foto del recuerdo: Horacio Carbonari trepado al alambrado al ganar la Conmebol 1995.
Palma es Maradona. Si era el primero en suspender una práctica para reclamar el pago de los sueldos. En todas las crisis, los jugadores encontraron refugio detrás del diez. Pero en verdad fue Central el que encontró refugio durante tantos años detrás de su número Diez. Los ídolos quedan sujetos al fallo de la historia. Grandes eruditos griegos, líderes militares o referentes polítos están expuestos a la discusión a lo largo de la historia, sin excepción. Pero en fútbol hay algo que es sagrado. A los ídolos no se los discute. Está la historia para que se los recuerde y se los vuelva a disfrutar. En eso está el Negro hoy.