Trojan regresa al lugar que lo vio nacer y crecer en su profesión. El mismo lugar que debió abandonar, a la fuerza, muchos años atrás. Pero antes del retorno hace un “trabajo” a quinientos quilómetros de distancia, en la ciudad alemana de Essen, no demasiado lejos de la frontera con los Países Bajos. Luego de manejar durante un buen tramo de ruta el hombre detiene el vehículo y espera hasta que se hace de noche. Es entonces cuando, con precisión milimétrica e impecable timing, se hace con un puñado de relojes de marca, saliendo de una casa ajena tan rápido como ingresó. Trojan es un ladrón profesional, independiente y taciturno, entregado a esos menesteres desde que tiene memoria adulta. Una auténtica criatura cinematográfica, deudora de decenas de colegas de oficio, primo lejano del “samurái” de Delon y otros lobos solitarios de la gran pantalla. También es un maleante de la vieja escuela, afecto a la plata contante y sonante y no tanto al dinero desmaterializado que parece haber tomado el control del negocio durante los poco más de diez años desde su última aventura.

Sin códigos, el título local del nuevo largometraje del realizador alemán Thomas Arslan, retoma el mismo personaje de la anterior En las sombras - exhibida en 2010 en el Bafici, pero nunca estrenada comercialmente-, nuevamente interpretado por el actor alemán de ascendencia croata Misel Maticevic. En un sentido estricto, Verbrannte Erde (el título original puede traducirse como “Tierra quemada”), lanzada a comienzos de este año en el Festival de Berlín, es una secuela, la continuación de un relato quebrado por catorce años de ausencia. Pero también, a su manera, es una suerte de remake indirecta, que retoma la estructura clásica del film original -con un robo llevado a cabo a la perfección y gradual caída en desgracia ulterior- con nuevos elementos y personajes en juego. Uno de los cineastas más importantes de la renovación cinematográfica que la prensa de su país bautizó en su momento como Berliner Schule, la “Escuela de Berlín”, contemporánea a nuestro Nuevo Cine Argentino, Thomas Arslan ha sabido acercarse a diversos tipos de relatos a lo largo de casi una decena de largometrajes, aunque los placeres de los géneros puros siempre han sido de su predilección. Sin códigos, que podrá verse en las salas de cine argentinas desde el próximo jueves 17, es el segundo peldaño de una trilogía en proceso: el recio Trojan volverá al ruedo en una tercera película que el realizador, berlinés por adopción, ya tiene en gateras.

 

 

EL GRAN GOLPE

“La idea de filmar una secuela de En las sombras apareció durante estos últimos años”. Desde su hogar en Berlín, Thomas Arslan confirma que se trató de un deseo personal, un regreso a territorios conocidos luego de un par de aventuras en otros parajes y luego de varios años alejado de las cámaras. “Lo cierto es que mis dos películas previas, Gold (2013) y Bright Nights (2017), fueron rodadas, respectivamente, en la provincia canadiense de la Columbia Británica y en Noruega, por lo que sentí que era el momento de volver al lugar que mejor conozco. Lo interesante es que la ciudad cambió muchísimo en estos últimos quince años, en el buen y también en el mal sentido. Por ejemplo, la construcción de condominios muy onerosos y los alquileres excesivos afectan y excluyen a una parte de la población. La ciudad puede ser hoy muy poco acogedora, y ese es un cambio preocupante. Al mismo tiempo, me interesaba volver al personaje de Trojan, que regresa a Berlín luego de probar suerte en otros lugares, un poco como yo con la película. Lo cierto es que en el origen de En las sombras estaba toda esa inspiración en las novelas policiales pulp, como las novelas de Richard Stark, uno de los tantos seudónimos de Donald E. Westlake. En esos relatos los héroes son recurrentes, como en las novelas dedicadas a Parker, que reaparece en nuevos proyectos aunque el personaje siempre sea el mismo”.

A diferencia de En las sombras, que comenzaba con un plan criminal abortado de raíz cuando Trojan descubría que los candidatos para acompañarlo en un golpe no estaban a la altura del desafío, en Sin códigos el prólogo presenta al protagonista actuando en solitario. Luego de hacerse con los costosos relojes de pulsera, Trojan se encuentra con un posible comprador, pero antes de que se lleve a cabo el intercambio de dinero por los bienes el protagonista huele que algo no está del todo bien. Durante esos primeros minutos de proyección, Arslan dispone algunos de los elementos formales que acompañarán la historia durante los noventa minutos restantes: la actuación metódica y nada ostentosa de Maticevic, una preferencia por la nocturnidad y los lugares menos turísticos de la capital germana, el montaje seco y preciso, la ausencia de música hasta el momento climático cerca del final. A pesar de esa apariencia férrea, de control absoluto de cada ingrediente y condimento presente en la pantalla, Arslan afirma que, una vez que el guion está terminado y comienza la preparación de los personajes con el reparto, “los diálogos pueden cambiar durante los ensayos, incluso en el mismo set de rodaje. Tal vez no sean cambios grandes, pero existen. Además, a veces ocurre que tenés una idea clara de cómo serán los planos, la posición de la cámara, con los dibujos del storyboard como guía, pero al llegar a la locación caés en la cuenta de eso que habías previsto no funciona. Es siempre un proceso”.

THOMAS ARSLAN
 

 

Las filiaciones con la historia del cine policial no tardan en recorrer la mente del espectador cinéfilo, de Don Siegel a Jean-Pierre Melville y, de allí, a Michael Mann, en particular el de Fuego contra fuego, aunque en Sin códigos si algo brilla por su ausencia es la ley y sus agentes. “No sé por qué, pero tengo un interés especial por las películas de golpes criminales, especialmente aquellas en las que la preparación y ejecución del plan son el punto central de la trama. Desde un punto de vista cinematográfico, esto te permite mostrar acciones precisas de un oficio particular. Porque es una forma de trabajo, ¿no? Un trabajo de criminales, desde luego, diferente al que tenemos la mayoría de nosotros. Por ejemplo, el trabajo de alguien que está todo el día en su computadora no es muy cinematográfico. Y así podés mostrar procesos de trabajo llenos de tensión. Eso es algo que me interesa. Recuerdo que antes de filmar En las sombras volví a mirar El hombre que burló a la mafia (1973), de Don Siegel. Charlie Varrick, interpretado por Walter Mathau, es un criminal realmente lacónico, y si bien no tomé nada explícito de allí, es una de las películas que me pusieron en camino. En cuanto a Michael Mann, es un realizador que admiro, aunque debo decir que estamos en planetas distintos respecto de los presupuestos. Supongo que él tuvo un ciento por ciento más de dinero que nosotros”.

¿Cómo definirías, en pocas palabras, al personaje de Trojan?

-Es un criminal muy profesional, siempre en control. Alguien que prefiere trabajar solo y nunca en el contexto del crimen organizado. Es alguien que se maneja bajo sus propias reglas: qué hacer y qué no hacer; con quién trabajar y con quién no. Además, es alguien que podría definirse como un nómada: no tiene un lugar fijo donde vivir y está siempre en movimiento. Tampoco parece interesarle demasiado el concepto de propiedad. No diría que no tiene emociones, de ninguna manera, pero siempre las esconde, las controla, porque en el contexto en el cual se maneja sería difícil manifestarlas. Como espectador, me gustan mucho las películas de gánsteres, las clásicas y las de Scorsese. Pero no tienen nada que ver con Trojan, ya que allí hay estructuras familiares putativas, y a Trojan eso no le importa en lo más mínimo. Quiero decir, para ciertos golpes el protagonista necesita trabajar con otra gente, pero siempre mantiene su independencia.

SIN DEJAR RASTROS

Trojan es un trabajador analógico en un mundo criminal. De allí su preferencia por las prácticas de antaño, lejos de esos gadgets y dispositivos tecnológicos que, inevitablemente, dejan un rastro que siempre es posible rastrear. El plan se prepara con tiempo y paciencia y, siguiendo las reglas de Trojan, ninguna de las partes involucradas se conoce entre sí. El cliente que desea hacerse con un cuadro del paisajista Caspar David Friedrich no conoce a los ejecutores del golpe, y el trabajo se contrata y paga a través de un intermediario. De esa manera, nadie podrá relacionar a unos con otros. La preparación del robo implica ponerse en contacto con quienes acompañarán al protagonista, ya que se trata de un golpe que no puede llevarse a cabo en solitario. Allí aparecen arquetipos de este auténtico subgénero cinematográfico: el otro ladrón que empuñará un arma y reducirá a los efectivos de seguridad del museo, el único a quien Trojan conoce desde hace tiempo; un especialista en seguridad informática cuya única tarea es recopilar información sobre el espacio físico donde tendrán lugar los hechos, además de bloquear alguna pantalla en el momento adecuado; la conductora designada, siempre lista para salir en marcha cuando los hechos estén consumados. Ese es el diseño del guion de Sin códigos. Un guion que, a pesar de pisar terrenos harto transitados, lo hace con tanta efectividad y la suficiente dosis de novedad en los detalles y el estilo que parece estar haciéndolo por primera vez en la historia.

 

Las papas comienzan a quemarse luego del golpe. Todo empieza a complicarse, varias cosas se dan vuelta, aparecen personajes que no estaban en el plan de nadie, con ideas y acciones inesperadas. Allí radica el gran placer del nuevo film de Arslan: lo inesperado, cuando todo parece indicar que nos hallamos en un universo familiar. Y la ciudad, claro. Berlín. Una Berlín alejada de las postales turísticas y los sitios de visita obligatorios, que en el transcurso de la historia termina convirtiéndose, casi, en un personaje más. Para el realizador, “Berlín es una ciudad que puede ser filmada de maneras muy diversas. He vivido aquí desde 1986, desde que comencé mis estudios cinematográficos. Y al comparar esta ciudad con la que existía a finales de los 80, o incluso la de comienzos de siglo, ha cambiado mucho. Es algo que quería capturar. Por supuesto, la forma en la cual se registran las calles y sitios depende de la historia y de los personajes, no se filma siempre de la misma manera. En este caso, me interesaba explorar y mostrar lugares que no conocía demasiado. Caminé un montón durante la preparación del film y la escritura del guion para encontrar lugares interesantes. Hay tantas películas filmadas aquí, y tantas otras se seguirán filmando. Me interesaba mostrar sitios que no tuvieran exposición previa, o bien mostrarlas con una mirada diferente”.

En la conversación con Arslan surge la cuestión de las actuaciones. No hay dos cineastas con una misma idea, y lo que se demanda de cada actor y actriz varía desde una punta a la otra del termómetro. A pesar de no tener un concepto general rector que lo guíe, el director de Sin códigos prefiere que sus intérpretes se mantengan en un registro sin histrionismos. “De todas formas, depende mucho del guion. En este caso, no había muchas maneras de acercarse a las actuaciones, a pesar de que cada personaje es diferente y también lo son los intérpretes. Me siento muy agradecido por la contribución de Misel Maticevic a la película. No había visto demasiadas de sus películas antes de colaborar en En las sombras, y a pesar de que en aquel momento no era tan conocido, tampoco era cierto lo contrario. Es un actor muy interesante y, por supuesto, no siempre ofrece performances como la de estos dos films. Tiene un rango muy amplio, pero entiende muy bien lo que tanto mis películas como mis personajes necesitan. Debo decir, por otro lado, que él como persona es bastante parecido al personaje: durante el rodaje es de pocas palabras y está siempre concentrado en el papel, aunque se trate de una escena sin diálogos en la cual sólo tiene que abrir una valija. En ese sentido, también estamos en sintonía: como a mí, a él no le interesa demasiado la psicología del personaje. Cuando hablamos sobre Trojan, al leer el guion, básicamente nos centramos en su fisicidad”.

PASADO Y FUTURO

Luego de terminar sus estudios de cine en Berlín, Thomas Arslan comenzó a filmar sus primeros cortometrajes en la recientemente reunida ciudad de Berlín. Luego de un trabajo para la televisión a mediados de los años 90, su primer largometraje para las salas de cine, Brothers and Sisters (1997), lo encontró retratando a la comunidad turco-alemana de su ciudad adoptiva. Ese mismo trasfondo formó parte de su siguiente proyecto, Dealer (1999), el film que lo hizo reconocido en el mundillo de los festivales de cine más prestigiosos, en un momento en el cual comenzaba a hablarse de un nuevo cine alemán, en gran medida centrado en la ciudad de Berlín. De hecho, muchos siguen llamándolo el padrino de la “Escuela de Berlín”, ese movimiento renovador en términos generacionales y estéticos que también incluye a cineastas como Christian Petzold, Christoph Hochhäusler y Angela Schanelec, entre otros creadores contemporáneos y un poco más jóvenes que les siguieron, como Maren Ade o Franz Müller. Todos ellos en plena actividad, la punta de lanza del cine alemán más interesante por fuera de los márgenes del mainstream.

 

Para Arslan, como suele ocurrir con las etiquetas que aparecen cuando se producen esas renovaciones generacionales, todo se reduce a un nombre inventado por la prensa. “No es un rótulo que hayamos creado los realizadores. Es algo que surgió de los periodistas allá por el año 2000 o 2001. Pero han pasado más de veinte años. Yo tengo sesenta y dos, así que ya no soy tan joven. Diría que es una etiqueta un poco gastada y que ya no dice demasiado. Cada cineasta siguió su camino desde un primer momento, así que me resulta complejo poder definir exactamente qué fue la Berliner Schule. Creo que es más fácil definirlo desde afuera. En todo caso, la idea ya quedó vieja. Lo bueno es que sigo teniendo contacto con muchas de esas personas; algunos de ellos son amigos cercanos, como Christian Petzold o Nicolas Wackerbarth. Y eso no ha cambiado”. Luego de Dealer le seguirían varios largometrajes, casi siempre estrenados en el Festival de Berlín: A Fine Day (2001), el documental Aus der Ferne (2006), Vacaciones (2007), En las sombras y las ya mencionadas Gold y Bright Nights. El futuro cercano lo espera con un tercer capítulo dedicado a Trojan, cierre de una trilogía que Arslan ya comenzó a escribir. “Espero que esa sea mi próxima película. Es una idea que surgió mientras filmábamos Sin códigos, y no quiero que haya tanta distancia como entre la primera y la segunda. Después de eso, ya veremos”.