El escenario es el lugar donde va a rendirle homenaje. Por un segundo parece no existir la ficción, como si la actriz jugara a ser Patti Smith pero se decidiera a utilizar la escena real del teatro sin demarcar sus límites. Pero después Ivana Zacharski comienza a ser habitada por la poeta punk sin esfuerzo, como si lo que la actriz buscara fuera conocerla y desentrañar algo de su estado y de su euforia para convertirlo en una escena teatral

Patricio Abadi utiliza algunos de los textos de Smith en su biografía llamada Éramos unos niños (Lumen 2010) y se detiene en los episodios primeros, cuando ella comienza su vínculo con el fotógrafo y artista visual Robert Mapplethorpe, el incendio en la pensión donde vivían en Nueva York mientras eran unos jóvenes artistas casi vagabundos y su mudanza al hotel Chelsea en los años 60.

Todo lo icónico del personaje, la pregnancia de sus escritos, su impronta performática, se traduce a la escena sin estridencias. Las fotografías de Mapplethorpe se proyectan mientras la actriz permanece sola con esa luz melancólica de Ricardo Sica que le da un brillo delicado. Las imágenes ofician de partener y sus canciones, combinadas con temas de Lou Reed y los Stone, buscan rememorar un recitado poético, esa forma performática que caracteriza a Patti Smith. Abadi se detiene en la etapa anterior a su desarrollo como cantante, cuando escribe influenciada por los poetas malditos y todavía no grabó su primer disco.

El componente biográfico se ampara en una suerte de síntesis, en un fragmento que no pretende abarcar toda una vida. Ivana Zacharski tiene algo de ese fervor como si lo que quisiera reconquistar en la escena fuera ese vértigo de la vanguardia, ese estado de creación que podía llevar a Patti y Bob a pasar noches sin dormir, a no alimentarse o a no importarles vivir en la intemperie de pensiones hediondas con poco dinero en el bolsillo porque creían que su arte podía augurarles todas las conquistas.

La pieza es un ejercicio sencillo, genuino, sostenido en la actuación donde Ivana Zacharski invoca esa fuerza poética sin pretender imitarla, como si entrara en un diálogo con la artista. No hay nada forzado en este juego donde las fotos parecen irradiar una emoción en la actriz como si entrara en un estado de trance, como si todo fuera un momento poético donde la esencia de esa vida se condensa en esa amistad con Bob. La narración del proceso autodestructivo de Mapplethorpe, de la muerte de una enfermedad que desencadenó su condición de portador de SIDA hacen referencia a un pacto, a una complicidad artística que no se circunscribe al tiempo en que fueron amantes sino que deviene en un compañerismo, en una amistad que atraviesa toda la vida de la poeta. Allí comienza esa epopeya rimbaudiana a la que ella siempre vuelve.

Patti Smith es en esta obra un soporte que Patricio Abadi utiliza para hacer conexiones entre el Aullido de Allen Ginsberg (1955) y el poema Cadáveres de Néstor Perlongher, escrito durante la dictadura militar en un viaje entre Buenos Aires y San Pablo como si se saliera del personaje y entrara el autor en escena. Y es, tal vez en ese momento, cuando el texto desafía las temporalidades y va más allá del retrato de la protagonista, donde esta invocación a Patti Smith nos permite pensar las modas de la performance, su manera reiterada de acudir en la actualidad a ese formato y articularlo, de un modo conflictivo con ese gesto al que Patti Smith recurrió cuando no tenía más que sus palabras y su cuerpo. Una poética del instante, de la presencia, de ese momento donde una joven artista quiere cantarle su deseo al mundo.

Patti Smith se presenta los sábados a las 22:30 en El excéntrico de la 18.