¿Por qué, le pregunto a Will Ferrell, existe la transfobia? Parpadea, abre la boca y niega con la cabeza. "Creo que le tenemos miedo a lo que no conocemos", responde en voz baja.
Ferrell todavía se está acostumbrando a este tipo de preguntas. Como comediante y estrella de cine, ha pasado décadas existiendo en silencio detrás de una letanía de absurdos hombres-bebé ficticios. Como público, conocemos a Ron Burgundy de El reportero: la leyenda de Ron Burgundy, a Ricky Bobby de Ricky Bobby: Loco por la velocidad o a Buddy de Elf: El duende. Creaciones grandes y llamativas que lloriquean, se preguntan y se pavonean. Sin embargo, el hombre que hay detrás de todo esto es más bien una incógnita. Hay que pensar en ello. ¿Tiene alguna idea de la vida personal y política de Will Ferrell? Por eso, cuando se le pregunta sobre el estado del mundo -y no, como suele hacer, sobre si alguna vez habrá una secuela de Hermanastros- habla despacio, deliberada y cuidadosamente. Un hombre divertido con su sombrero serio puesto.
Le pregunto a Ferrell por la transfobia a raíz de un nuevo documental, Will & Harper, que lleva el nombre del actor y de su mejor amigo desde hace casi 30 años, el escritor de comedias Harper Steele. En 2022, a la edad de 61 años, Steele envió a Ferrell una carta en la que le contaba que era trans y que acababa de iniciar el proceso de transición. "Sólo te pido que, como amigo mío, me defiendas", escribió Steele. "Hacé todo lo que puedas para, si me confunden de género, hablar en mi favor, es todo lo que te pido".
Steele no sabía qué pensarían sus seres queridos ni hasta qué punto la tratarían de forma diferente. También estaba preocupada por Estados Unidos: antes de la transición, solía viajar por el país y aventurarse en lugares desconocidos, tropezaba con los bares de mala muerte más recónditos y entablaba amistad con completos desconocidos. ¿Ya no sería posible? En busca de respuestas, Ferrell y ella decidieron ponerse en camino juntos, acompañados por el cineasta Josh Greenbaum. El resultado, una conmovedora aunque melancólica instantánea de la amistad y la homosexualidad, ya está disponible en la plataforma Netflix.
"Conocimos a mucha gente que..." Ferrell busca la frase correcta, mirando a Steele. La encuentra. "Que eran simplemente... 'vos no... vos no sos una amenaza'". Los tres estamos sentados en la suite de un hotel londinense, Ferrell vestido con un jersey de punto gris, Steele con una blusa rosa adornada con perlas. Ella lleva gafas multicolores y su pelo es una cascada de ondas blancas.
"Hay odio ahí afuera", continúa Ferrell. "Es muy real y es muy inseguro para las personas trans en determinadas situaciones". Reflexiona sobre mi pregunta original. "Pero no sé por qué las personas trans me resultan amenazadoras como hombre cis. No sé por qué Harper es amenazante para mí". Los dos se entienden a la perfección: hay muchas sonrisas de agradecimiento de un lado a otro. "Es tan extraño para mí, porque Harper es finalmente... ella. Por fin es quien siempre debió ser. Independientemente de que puedas o no entenderlo, ¿por qué te importa que alguien sea feliz? ¿Por qué es una amenaza para vos? Si la comunidad trans es una amenaza para vos, creo que se debe a que no tenés confianza ni seguridad en vos mismo".
Ferrell parece darse cuenta de la seriedad de la sala. "Bueno, esa es mi penosa respuesta", exclama. Steele y él se ríen. "Fue buena", dice Steele. "Deberías escribir un artículo sobre ello".
Ferrell y Steele se conocieron en 1995 cuando los contrataron para el venerado programa de sketches estadounidense Saturday Night Live: Ferrell como intérprete y Steele como guionista. No tardaron en coincidir. "Había muchas personalidades compitiendo por el espacio aéreo", recuerda Ferrell. "Y cuando veo eso, tiendo a retirarme". Se hizo un poco de fama. "La gente decía: 'Eh, ¿alguien conoce a ese tipo alto? Es agradable, pero no parece muy gracioso'".
Steele, sin embargo, se había fijado en él. Tenían un sentido del humor similar, con una predilección por la comedia experimental, que más tarde impregnarían en los sketches que escribían juntos. "Más tarde me enteré de que, sin que yo lo supiera, había sido una pequeña defensora mía", dice Ferrell. "Supongo que había estado informando al grupo principal de gente en plan: '¡Ese tipo es realmente divertido!' Steele ha escrito muchos de los proyectos más extravagantes de Ferrell, entre ellos la comedia en español Casa de mi padre y el éxito de Netflix Festival de la Canción de Eurovisión: La Saga de la Historia del Fuego.
"La comedia es su lenguaje amoroso", dice Greenbaum más tarde. "Es algo en lo que siempre se sumergen". El cineasta, más conocido por su alocada comedia Barb & Star van a Vista Del Mar, conocía a Ferrell y Steele desde años antes de Will & Harper, y esperaba honrar su amistad en la película. Sin embargo, el trabajo resultante se convirtió en una montaña rusa tonal: demasiado cómica y la seriedad del viaje de Steele se diluiría; demasiado pesada y se perdería la ligereza innata de sus dos estrellas. Por ejemplo, se mantuvo un chiste sobre los diferentes sabores de las papas fritas Pringles. ¿Una larga escena en la que se veía a Ferrell escondido en los conductos de aire del Museo Internacional del Espía de Washington? Eliminada.
También se echa en falta el reconocimiento del clima político en el que se estrena la película. Hay una escena particularmente estremecedora en la que Ferrell y Steele dan la mano a un político estadounidense en un partido de baloncesto en Indiana, sólo para descubrir más tarde que había votado a favor de una serie de leyes antitrans. Pero se trata de una escena atípica en una película que da prioridad a lo personal sobre lo político.
"Todos éramos conscientes de que sería recibida como una película política y de que entraría en la conversación política", dice Greenbaum. "Pero en el fondo es una historia muy pura y sencilla de dos amigos. Creo que eso puede cambiar y afectar a más corazones y mentes. En el clima en el que nos encontramos, si olés una agenda u olfateás que alguien está intentando convencerte de algo, perdés la mitad de la audiencia. En ningún sentido intentábamos evitar la política, pero no nos parecía fundamental para la historia que estábamos contando".
Will & Harper es, fundamentalmente, una película en dos mitades. La mitad más poderosa está relacionada con el viaje de Steele, que desentraña años de lucha privada y empieza a reconstruir una nueva vida. Luego está la presencia de Ferrell, que en gran medida sirve de sustituto para los espectadores en casa que, incluso si no se preocupan en absoluto por las personas trans, todavía pueden tener preguntas sobre la identidad trans que normalmente se pasan de puntillas.
"Sería falso no señalar que somos conscientes del alcance que tiene Will Ferrell", afirma Greenbaum. "La base de fans que tiene atraviesa todos los espectros, pero también tiene un elemento tradicionalmente heterosexual, de hombres cis y hermanos. En cierto modo, queremos llegar a ese público. Pero era muy importante para mí, y para Harper, que también representáramos a la comunidad queer".
Al ver Will & Harper, uno se da cuenta enseguida de lo inusual que es ver a personas trans hablando de sí mismas en lugar de que lo hagan en las noticias de la noche o los columnistas cisgénero. Aún más inusual es ver a dos mujeres trans conversar sobre sus respectivas transiciones, como hace Steele durante un alto en el camino.
Sin embargo, le pregunto a Steele si está contenta con la postura vagamente apolítica de la película. No se habla, por ejemplo, de la transfobia cortés y liberal. Al menos en el Reino Unido y Estados Unidos, las voces más agresivas en el discurso antitrans son las de individuos que, por lo demás, se declaran de izquierda. En Will & Harper, sin embargo, la mayor parte de la transfobia que preocupa tanto a Steele como a Ferrell proviene de las zonas rurales de la América Central. El país de Trump, efectivamente. ¿Steele es consciente del otro tipo de transfobia?
"Están en el fondo de mi cabeza, personalmente", dice Steele. "Desde luego, oigo esa voz en mi país. El New York Times es una especie de centro de eso: generalmente de tendencia izquierdista, pero también a veces muy antitrans. Es extraño...". Se interrumpe. "Por eso suelo preguntar a los periodistas que me entrevistan si creen en mí. ¿Creen que existo? ¿Que soy válida? Porque eso no siempre forma parte de la conversación. Me gusta empezar por ahí. Porque hay mucha gente en la comunidad liberal a la que, por una razón u otra, no le entra en la cabeza".
Pero Will & Harper, dice, no era la película para indagar en eso. "Sólo queríamos abordar lo que supone para dos personas que son amigas: lo que todo esto significa para nosotros y para nuestra amistad de cara al futuro. Necesitaba que él viera la alegría que yo estaba experimentando". Steele esboza una sonrisa. "Y también quería demostrarle a mi amigo que sigo siendo divertida", ríe. "Y probablemente más graciosa que él".
"Bueno", corrige Ferrell, todo erizado y fingidamente ofendido. "Creo que eso es discutible".
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.