No desconocemos que la fuerza opositora hace tiempo evidencia notas de una inquietante fragilidad y, en consecuencia, desarrolla una resistencia de baja intensidad. Ese estado de situación nos hace sentir, por momentos, una mezcla de agobio y desesperanza.

Sin embargo, también es verdad que los tiempos en los que se enciende el subsuelo de la patria, y los factores que se conjugan para ello, muchas veces son impredecibles, quedan por fuera del cálculo.

Aunque hay razones que se multiplican a diario, pues el deterioro de nuestras vidas aumenta sin pausa, lo cierto es que las demandas que finalmente operan con la potencia necesaria se detonan por motivos que escapan a lo imaginado. En efecto, suponíamos que la pobreza, el desempleo, la represión a los jubilados, el ataque a los derechos humanos y un largo etcétera, justificarían una expresión opositora contundente.

Pero, hoy, ese límite, ese rechazo, provino de la educación, y desde luego también es justo que así sea. Quizá no esté de más deducir por qué es desde ese universo que se nos presenta la expresión más cabal en el intento de frenar el genocidio libertario. Sin duda, el análisis de las causas no admite nunca una explicación reduccionista, ya que los procesos sociales siempre son complejos, dinámicos y heterogéneos.

Hay dos variables determinantes de la reacción que vimos en la manifestación por la universidad pública y que fácilmente podemos identificar. Una de ellas es la tradición histórica que tiene la educación pública en nuestro país. Aquella tradición abarca tanto a su fecunda e innegable función en la formación y en lamovilidad social, como al linaje de luchadores sociales que desde ese ámbito pelearon por un país mejor.

La segunda variable es que la educación pública ha sido y es una demanda transversal, ya sea que desagreguemos por clase social, por geografías, por edades, por ideologías o por intereses y vocaciones de diversa naturaleza.

No obstante, intuyo que hay una tercera variable que cobra su fuerza como reacción contra uno de los signos más nefastos de la runfla que gobierna el país: su ignorancia. Dicho de otro modo, de los tres rasgos que caracterizan a los libertarios (la violencia, la irracionalidad y la ignorancia), por razones que todavía no podemos comprender, ni la violencia ni la irracionalidad despertaron, hasta ahora, la respuesta que pueda amortiguar sus efectos nefastos. En cambio, gran parte del pueblo se unificó y reaccionó ante la tragedia que resulta de una asociación de funcionarios que se destaca por su brutalidad. Es, pues, la educación el nodo que condensa el repudio al imperio de la ignorancia.

En síntesis, de las tres causas que están provocando la actual catástrofe social que nos atraviesa, la ignorancia gobernante es lo que el pueblo no pudo soportar. A partir de allí, sólo resta que las líneas de fuerza se unan para ponerle fin también a la violencia y a la irracionalidad.

Sebastián Plut es doctor en Psicología y psicoanalista.