Víctor Hugo Morales cargó durísimo contra los diputados y diputadas que validaron el veto presidencial que echa por tierra el financiamiento a las universidades públicas y apuntó particularmente contra el exministro de Educación de Mauricio Macri, Alejandro Finocchiaro, quien no tuvo un mejor argumento a la hora de justificar su voto vaciador que decir que preferiría “cortarse las manos antes de votar con el kirchnerismo”. Con ironía, el conductor de La Mañana le respondió: “Si fuera tan amable de ofrecernos un gesto, que sea la cabeza”.
El editorial de Víctor Hugo Morales
Los 84 votos llegaron de golpe, como suele suceder en esas votaciones rápidas y frías. Un abrir y cerrar de ojos y, de repente, ahí estaba ese número: 84. Hombres y mujeres que, desde hoy, cargan con una deuda que jamás podrán pagar.
84 participando en esta lotería política donde siempre sale algún mamarracho. El 84 es el número de la iglesia, la crucifixión de la educación, pero esta vez no es en el Calvario, sino en el altar del Fondo Monetario Internacional y las corporaciones.
Como dijo el más imbécil de los bochornos morales de ayer: "¿Cómo hubieran reaccionado los bonos, los inversores, el FMI? ¿Qué hubieran dicho de la Argentina? Hemos salvado al país". Después, entre un intento patético de redención, ofreció cortarse la mano. Se trata de la cabeza. Si fuera tan amable de ofrecernos un gesto, que sea la cabeza.
Estos 84 votos, propios y ajenos, son mucho más repugnantes que los propios. Son una traición. Gobernadores que denigran el título y arrastran consigo a quienes todavía se llaman "decentes".
Deberían renombrarse, cambiar de categoría para no compartir la misma vergüenza. No son todos iguales, pero hoy, esos nombres —Jaldo, Jalil, Torres, Llaryora— quedan marcados por la deshonra.
La educación, esa palabra que todos mencionan con reverencia, ha recibido el más artero de los hachazos. Profesores, estudiantes, y todos aquellos que sueñan con un futuro digno, ven ahora cómo se desploma el horizonte. Estamos viviendo el neoliberalismo más despiadado y ladrón que se haya concebido.
Festejan la Asociación Empresaria Argentina, que pidió todo esto el año pasado, el FMI, Caputo y sus clientes bonistas. Festejan los poderosos, Roca y el Círculo Rojo, Clarín y, cómo no, el diablo de Tacuari. Es un aquelarre, una fiesta macabra liderada por un demente y acompañada por un coro de insultadores.
Nos queda solo el dolor, ese que se siente como una piedra en la mano. Y al lanzarla al agua, lo único que genera son círculos concéntricos, un remolino en el que nos hundimos todos.