TRANSMITZVAH 6 puntos
(Argentina, 2024)
Dirección: Daniel Burman.
Guion: Daniel Burman y Ariel Gurevich.
Duración: 100 minutos.
Intérpretes: Penélope Guerrero, Juan Minujín, Alejandra Flechner, Gustavo Bassani, Alejandro Awada.
Estreno en salas de cine.
Uno de los grandes temas presentes en casi toda la obra de Daniel Burman es la búsqueda de la identidad, usualmente a través de un regreso a las raíces. Con Transmitzvah, su primer largometraje en ocho años luego de un período concentrado esencialmente en la producción de series (Edha; Iosi, el espía arrepentido), el director de El abrazo partido regresa al cine y al barrio de Once para narrar el reencuentro de uno de los personajes centrales con sus orígenes familiares y religiosos. Pero antes de eso, un prólogo, que anticipa el tono fabulesco y musical que recorrerá los cien minutos de metraje. Es el pasado y Rubén, el hermano menor de la familia Singman, está a punto de atravesar la ceremonia del bar mitzvá. En la tienda de ropa elegante y sport regenteada por la familia todo es preparativos y ansiedad, pero la inesperada performance en drag confirma lo que seguramente todos ya imaginaban: el pequeño no se reconoce más con el nombre de Rubén sino con el de Mumy, y bajo esa gracia quisiera atravesar el rito de pasaje religioso.
Corte al presente. Mumy Singer, una cantante muy popular del otro lado del océano que ha olvidado su acento porteño (la actriz trans andaluza Penélope Guerrero) regresa por primera vez a la Argentina para reencontrarse con ese pasado perdido. En Balvanera la esperan su madre y, tal vez, el padre (Alejandra Flechner y Alejandro Awada), aunque quien va a buscarla al hotel es su hermano mayor, Eduardo (Juan Minujín), esposo y padre de dos chicas que no está recorriendo un período matrimonial precisamente armonioso. Hace rato que Mumy dejó de ser Rubén y ese corte con el pasado fue directo, profundo y, se intuye, doloroso. La excusa del viaje es una serie de presentaciones en el Teatro San Martín, y en una ocasión se menciona al paso que Mumy ha logrado revitalizar el uso del yidish gracias a sus canciones. El pasado retorna con fuerza ante la enfermedad del pater familias y la pérdida de la potencia vocal, que el novio de la protagonista (Gustavo Bassani), aficionado a la psicología, no tarda en racionalizar de manera simbólica y, al mismo tiempo –si tal cosa es posible– muy concreta.
Transmitzvah es, a grandes rasgos, una comedia con toques dramáticos, y Burman utiliza muchos de los mecanismos humorísticos que ya había practicado en películas anteriores. La gran novedad aquí es la ampulosidad de lo fantasioso, no sólo por las secuencias musicales que explotan en los momentos y ámbitos más inesperados sino, esencialmente, por la frontal negativa a hacer del naturalismo una tonalidad imperante. Cuando Mumy toma la decisión de tomar el bat mitzvá y la búsqueda de un rabino que acepte las condiciones se da de bruces con el dogma de la Torá, surge la idea que da título al film. “Transmitzvah, es una buena idea. ¿Ya la registraron?”, es la respuesta del sacerdote. Entre diálogos filosóficos y citas a autores de todo tenor –del cabalista Abulafia a Lacan–, el guion del propio Burman y Ariel Gurevich avanza hacia un tercer acto que regresa a otro origen, en el extranjero, con aires de misticismo exacerbado.
No todo funciona en términos narrativos y el tono del relato, por momentos algo almodovariano, no siempre logra hacer pie, en particular cuando las escenas parecen organizarse de manera caprichosa. En otros, ganan la partida la simpatía de los personajes y la creciente sensación de que, en el fondo, el tema central de Transmitzvah no es otro que el amor entre hermanos, que podrán no elegirse pero sí reelegirse. Y también están los gags, de los más básicos a los disparatados, como esa referencia a una red subterránea que comunica todos los locales del Once y donde, entre pelucas y telas confeccionadas con “merino de verdad”, pueden hallarse esas pilas de 9 volts indispensables para encender de nuevo la llama de la infancia perdida.