Con el primer tramo de su filmografía, aquella que va desde Un crisantemo estalla en cinco esquinas (1997) hasta El abrazo partido (2003), Daniel Burman se convirtió en uno de los referentes más relevantes de aquello que alguna vez fue el Nuevo Cine Argentino. Su trabajo continuó con seis largometrajes estrenados cada dos o tres años hasta 2016, cuando siguió el camino de otros tantos colegas que se alejaron del cine para incursionar en el terreno de las series para plataformas (Edha, de Netflix, y la muy buena Iosi, el espía arrepentido, de Prime Video), además de la tira diaria (Pequeña Victoria, emitida aquí por Telefé). Pero ese distanciamiento, aunque prolongado, nunca tuvo la intención de ser definitivo. La encargada de cortar la sequía de ocho años sin una película es Transmitzvah, que tiene como protagonistas a Juan Minujín y la española Penélope Guerrero.

“Me di cuenta de lo que extrañaba el cine cuando volví. Hacer cine es una fiesta, un regalo de la vida. Uno dice ‘bueno, hay cosas parecidas’, pero no: somos un grupo de personas sentadas en fila y mirando lo mismo. Es como que toda la vida se detiene y está ahí. De hecho, cada vez que veo el tráiler me acuerdo dónde estaba en cada toma e incluso la ropa que tenía puesta. Detrás de cada plano hay momentos de la vida. Después, la película puede gustar más o menos, podés conectar o no, pero son fragmentos de verdad de un grupo de personas”, reflexiona el director a Página/12 durante la entrevista realizada junto a Minujín, quien en la ficción exhibida por primera vez en el marco de una de las secciones paralelas del Festival de Cannes interpreta a Eduardo Singer.

Inseguro y estancado en el barro de una vida familiar y laboral que no lo satisface, Eduardo es el hermano mayor de quien supo ser Rubén y ahora es Mumy, una auténtica celebridad de la canción idish que emigró a España y, a raíz de un suceso familiar, se ve obligada a regresar a su Buenos Aires natal luego de dos décadas. Lo hace con una nueva identidad de género y el anhelo de saldar cuentas con el pasado tomando el Bar Mitzvah. ¿O, dado que es mujer, debería ser el Bat Mitzvah? Con Alejandra Flechner, Alejandro Awada, Gustavo Bassani, Itzik Cohen y Carla Quevedo en los roles de reparto, Transmitzvah utiliza los preparativos del ritual como excusa para un viaje hacia la reafirmación identitaria, entendida como algo mucho más amplio que el género. Un viaje que incluye humor judío, pasos de comedia dramática, la impronta de descubrimiento de una road movie y hasta algunos números musicales con canciones compuestas por Burman y su coguionista, Ariel Gurevich.

La pregunta por la identidad no es nueva en el corpus creativo de Burman. Al contrario, es uno de los hilos conductores. La cuestión de vínculo filial, por su parte, ya había estado en centro de la escena de Dos hermanos (2010), con Antonio Gasalla y Graciela Borges. “Me parecía interesante retomar ese tema, que tiene que ver con el amor fraterno y la idea de que los hermanos siempre discuten y mantienen sus conflictos como si fueran niños. Me gustaba pensar en dos hermanos muy dispares, una muy exitosa y otro que vive en un limbo muy lejano a la adultez y que tiene hacer pequeños movimientos en su familia que parecen mínimos para el afuera, pero para él son enormes. Eduardo quedó totalmente atrapado en la red de la filiación y su hermana, completamente autoexpulsada. Entre los dos empiezan a recorrer un camino que tiene un punto de intersección donde hay amor, odio, conflicto y, finalmente, redención”, cuenta el director, quien quería “hacer una película luminosa que haga que salgas del cine mejor de lo que entrás”.

-En el Festival de Cannes dijiste que la idea de transición en Transmitzvah no tenía tanto que ver con el género, sino con el paso de la niñez a la adultez.

 

Daniel Burman: -Sí, es la madre y el padre de todas las transiciones. Y es una gran decepción. Yo recuerdo mucho cuando era adolescente y un día caí que era adulto y me sentía así. Pero todos sabemos que no, que somos unos farsantes, unos niños obligados a actuar en roles que nos dieron o soñamos, pero siempre desde un lugar infantil. Hay como un síndrome de impostor en la adultez por el que uno nunca se siente realmente adulto. Pero, a su vez, es un camino que hay que atravesar para saber quiénes somos. Podés no ser adulto, pero algo sos.

 

-Es una pregunta que quizás no tiene una respuesta definitiva.

 

D. B.: -Sí, y por eso uno de los personajes pasa por una transición exitosa, en el sentido de que está alineados su cuerpo, sus sensaciones y su identidad de género. Pero ese no es el conflicto de la película. El conflicto está más emparentado con dos hermanos que tienen que ver qué hacen con su línea de filiación, con todo lo que rechazaron para seguir sus sueños y cómo muchas veces es necesario ir a buscarlo. En el caso del personaje de Juan, se suma que no puede rechazar nada porque no sabe qué quiere ser.

 

-Juan, ¿cómo trabajaste ese “no saber qué quiere ser” desde lo interpretativo?

 

Juan Minujín: -Eduardo tiene negada la idea de que puede hacer algo distinto al camino que se le trazó, un recorrido diametralmente distinto al de su hermana. Ella tiene un deseo, va para adelante y se lleva puesto el mundo. Tiene un arrojo que el hermano no. Ni siquiera lo tiene para decirle a la esposa que va a llegar media hora tarde. Esa dupla, ese contraste, me parecía lindo. Y también me parecía interesante que Eduardo tome un tema que en principio no es de él y lo convierta en una causa personal. Como a estos personajes les cuesta mucho hacer algo por ellos, pero no tanto por otros, deposita todo en el festejo de la hermana. Eso hace que él mismo se pueda movilizar.

 

-En algunas entrevistas contaste que no sos religioso, pero que creés en que hay que cuestiones que te exceden. ¿Cómo fue involucrarse en una película con la religión como elemento constitutivo de los personajes?

 

J. M.: -Trabajé con alguien de un templo que me ayudó mucho. Fui varias veces a hacer shabat y, además, me reconecté con la parte judía de mi familia paterna. De alguna manera, fue retomar varias cosas. Cuando hice Los dos Papas sabía mucho menos, así que tuve que aprender cuestiones de la tradición. Eso era una especie de background que estaba dando vueltas y era importante tener. Pero la película es como que "usa" eso como excusa para hablar de otras cosas. Diría que lo religioso fue lo más fácil de resolver. Lo más complejo, como siempre, es entender cómo piensa el personaje y por qué hace lo que hace.

 

-¿Y entendiste cómo piensa y por qué hace lo que hace?

 

J. M.: -A veces sí y a veces no. Las guías de mi personaje son que le cuesta mucho tomar una decisión y a la vez ama y admira a su hermana. Para él estar con ella es como estar con Paul McCartney, con alguien de otro mundo. Siente el peso de los roles en las familias por el que hay un hijo que está para brillar y otro para estar atrás.

 

- ¿Cómo llegó Penélope Guerrero al elenco?

 

D. B.: -Ella había hecho un par de series para plataformas, y el director de casting me había dicho que era ella. Yo no la conocía, pero hizo un casting espectacular trabajando desde un lugar interesante. No fue desde la belleza, el cuerpo o la sensualidad, sino desde un lugar interior y muy roto, lo que le dio al personaje algo bastante particular. Vi mucha verdad en lo que estaba buscando y, sobre todo, no vi ninguna imposición. Yo quería que la cuestión de género no estuviera en primer plano, y había algo en ella que iba más allá del cuerpo, la apariencia y la belleza.

 

-¿Ella participó en la parte final del guion?

 

D. B.: -Sí, con lo tiene que ver con su personaje. Yo, obviamente, no pasé por un proceso de transición de género ni tampoco tengo a alguien cercano que lo haya hecho. Si bien no creo en la corrección política de la "voz autorizada" y todo eso, sí había una cuestión de respeto y conocimiento en la construcción. O sea, yo puedo construir muy bien un personaje sin importar si es mujer, hombre o trans, pero hay un núcleo relacionado con el cuerpo y un proceso de muchísima complejidad que yo no transité. Ella me dio una visión en primera persona esencial para la construcción de Mumy.

 

¿Cómo fue trabajar con ella, teniendo en cuenta que no tenía tanta experiencia como Juan y el resto del elenco?

 

J. M.: -Fue muy de la mano de Daniel, en el sentido de que tenía muy claro que quería contar de esa relación de esos dos hermanos. Y fue tratar de encontrar la complicidad entre ellos sin forzarla.

D. B.: -Es muy complejo conseguir una complicidad que no sea obvia. El hermano no tiene que hacer un guiño ni nada, sino que la complicidad tiene que darse de manera implícita, invisible. Estoy muy contento con el trabajo de los dos, tanto individualmente como por separado. Y Juan hizo un aporte muy importante en el guion que excedió a su personaje. A esta altura de la vida disfruto mucho trabajar con actores que puedan aportar ese tipo de elementos.

 

J. M.: -Tanto en el caso de Penélope como en el de cualquier actor con más o menos experiencia, se trata de escuchar más que de hablar y buscar imponer cómo quiero que sea la cosa. Es ver por dónde viene el fluir de la situación y acompañarlo. Si se logra eso, ya hay un gran porcentaje ganado. Después, podés hacerlo mejor o peor, contar más o menos lo que querés contar, pero hay algo que hace que si vas escuchando, funciona. A veces trabajar con actores o actrices que tienen menos experiencia es más fácil porque hay menos menos mañas, menos tironeos, menos "esto es así".

-Hay varios momentos volcados a la comedia surrealista, como las escenas musicales o las situaciones con los "Mumys", que rompen con el tono general de la película. ¿Qué buscabas con eso?

 

D. B.: -La película propone un corrimiento de lo real porque es una fábula y porque la realidad de hoy es irrespirable. Quería hacer una película luminosa, y los momentos musicales son de respiro. Ahí la palabra no alcanzaría ni tendría la precisión emocional suficiente para demostrar lo que pasa. Hay un par de musicales que cuentan cosas. Son tres temas originales en idish que escribimos con Ariel Gurevich, el guionista, y cuentan momentos importantes de los personajes. Son respiros luminosos para poder volver al cauce de la historia.

 

 

-¿Ya habías escrito canciones antes?

 

D. B.: -Mi sueño desde que empecé a trabajar en cine era escribir una canción. No en idish, pero después me gustó la idea. El idish es un idioma fruto de la diáspora cuya literatura y música no se han renovado mucho. Me parecía un desafío muy interesante. Fue muy lúdico soñar las canciones, escribirlas y hacerlas.