Es conocida esa distinción de Max Weber entre aquellos políticos que viven “para” la política y los que viven “de” la política. Están los que se entregan a una causa y los que hacen de esa causa un modo de vida, una fuente de ingresos más o menos permanente. Depredadores de cargos públicos que con cínico descaro se permiten desprestigiar y desmantelar aquella parte, no la suya, que le ha dado de comer durante años. La hipocresía, en ocasiones, baila un tango bien apretado con el cinismo. Durante los últimos diez años de su vida Adam Smith fue agente de aduanas. Su padre lo fue toda su vida. Una sorpresa inesperada por parte de un defensor de la supresión tributaria. Determinadas ideologías son un terreno particularmente fértil para el divorcio entre actos y principios.

Dicen que no es tiempo de señalar a nadie. No hace falta. Se señalan solos. Ser tránsfuga se ha puesto de moda. Al adelantado Scioli se le han sumado Jalil, Jaldo y Arrúa. La capacidad humana por humanizarse es trastocada por intereses económicos que tienen a su servicio las mejores herramientas de persuasión. La cuestión trasciende lo político-moral y dice mucho sobre la naturaleza de la sociedad en la que vivimos. Nos hemos integrado amablemente en esa ingenuidad de ir con un lirio en la mano ante la bajeza de la política fecal.

Cabe preguntarse cómo funciona el cerebro de Alberto Arrúa. No en los detalles, sino en los principios. No en lo privado, sino en lo universal. Cómo demonios le funciona esa capa finísima de células, arrugadas y antiestéticas, que nos permite percibir, sentir, planear, crear, aprender, razonar: el córtex, o corteza cerebral, la sede de nuestra mente, aquello que nos hace humanos a todos los humanos, que en apenas una horas pasó de la lealtad a la traición.

Las copias son tan viejas como el original. Daniel Scioli es el ejemplo de tránsfuga de manual. Esos políticos que primero hablan de cargos y luego de ideología. Uno se pregunta si no hay algo de patológico en ese enfermizo deseo de arañar un sillón de mando sea como sea, venga de donde venga.

De todas formas es agradable saber que hay gente ahí afuera dando lo mejor de sí mismo por todos nosotros. El ministro se reunió en varias ocasiones con el grupo inversor 777 Partners, al que expuso como modelo de excelencia para la privatización del fútbol argentino. Lo que comenzó como un relato gótico que llamaba a la esperanza desembocó en un melodrama con algunos toques de comedia de enredo. En ocasiones, es difícil convivir con el ridículo. El ejemplo privatizador 777 Partners, promocionado por Scioli, quebraba estos días desencadenando una serie de ventas de activos, entre ellos las acciones del Vasco da Gama de Brasil, el Standard de Lieja de Bélgica, el Sevilla de España, el Hertha Berlín de Alemania, entre otros. Con sede en Miami, el grupo fue desalojado de sus oficinas debido al impago de alquileres.

Andamos muy cortos de esperanza últimamente. Antes de la quiebra de 777 Partners el ministro se entrevista con Caruso Lombardi para definir el futuro del fútbol argentino. No damos a basto con tanto sobresalto.

El pasado no es solo historia, es también memoria. Ya lo decía Quevedo: “Hijo, esto de ser un ladrón, no es arte mecánica, sino liberal”. Lo escribió en 1603. No hemos aprendido nada.

(*) Periodista, exjugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979