Hace apenas un mes, Ana Paula Costas fue atacada en el barrio de Alto Comedero en las afueras de San Salvador de Jujuy por un grupo de hombres cuando volvía a su casa, tenía 43 años y era una mujer trans. A las 4 a.m. la trasladaron al Hospital Pablo Soria, los golpes le habían provocado una herida letal. El crimen de Ana Paula fue un crimen de odio sucedido en tierra Jujeña y se suma a la enorme cantidad de travesticidios que existen en nuestro país. 

Ayer se cumplieron 9 años del asesinato de Diana Sacayán, activista del movimiento de derechos humanos y de la lucha por el reconocimiento y la inclusión social del colectivo travesti, a pocos días de terminar el Encuentro Nacional de Mujeres -aún se llamaba así- en Mar del Plata durante 2015. El crimen se investigó con un enfoque de género, se consideró que fue un crimen de odio y se instauró a partir de ese momento la figura de travesticidio.

“Los discursos de odio calan profundo, no solo en la Capital Federal sino también en las provincias donde todavía visibilizarse tiene un costo no solo social, sino también hacia adentro de las familia” dice Sara Pérez, lesbiana y parte de la agrupación Ayelén Chambi e Identidad Marrón Jujuy. “Venimos del travesticidio de Ana Paula, pero también hemos tenido compañeres que han recibido palizas en los boliches”, dice mientras camina en la cabecera de la Marcha contra los Travesticidios, Transfemicidios, Transhomicidios y Lesbicidios. Las palabras no sobran, aunque cuesta pronunciar de corrido la enumeración, parece necesaria. 

Hasta ahora la palabra lesbicidio no había encabezado una marcha en los Encuentros. Fue precisamente por la masacre de Barracas, una herida al hueso de una sociedad que no se conmueve lo suficiente con una escena de extrema crueldad: Andrea, Pamela y Roxana y Sofía, cuatro lesbianas prendidas fuego en el cuarto diminuto y precario de un hotel. Se nombra ese crimen como una masacre y aún así, no se genera una conmoción acorde.

"Señor, señora, no sea indiferente, se matan a lesbianas en la cara de la gente", cantaron en una marcha que superaba las diez cuadras, intentando hacer audible una crueldad que no se produce de manera espontánea. Los discursos de odio se nutren cuando el presidente se obsesiona con el ano, la vaselina y los mandriles, utilizando hasta el cansancio metáforas para estigmatizar el sexo gay. O cuando la canciller Diana Mondino compara el matrimonio igualitario con “elegir no bañarse y estar lleno de piojos”. Así se van acumulando las narrativas en la voz de un gobierno que va contrapelo de la libertad de cartón que vocifera.