En la prensa mundial, en las nuevas series, distópicas o no, en los ensayistas contemporáneos, un tema insiste desde distintos ángulos: la violencia jugando cada vez de un modo más patente en la vida social. Ese juego se efectúa en distintos niveles tanto micro políticos como macros. En una distribución capilar en todo el tejido social.

Se han destruido tantos legados simbólicos, tantos límites éticos, se han producido tantos insultos a la verdad, se ha exhibido con tanta impunidad la condición explotadora del Capitalismo, que cualquier conflicto social no encuentra ningún lugar de elaboración que le permita una resolución, ni tampoco ninguna orientación política, salvo en aquellos casos donde todavía subsiste una tradición política anterior, donde aún insisten las formas populares de resistencia a la dominación, donde aún persiste la memoria hacia los luchadores y luchadoras por la Justicia.

Mientras tanto millones de sujetos con responsabilidades importantes, en todas las áreas, no solo ignoran la situación sino que la promueven con fuerza y entusiasmo. Parecen no temer el desastre que se está preparando y la situación de guerra que se va deslizando en los distintos pliegues de lo social. No se trata de una guerra declarada explícitamente, ni tuvo un comienzo preciso ni tendrá un final pactado, hasta que no retorne una política que mantenga una férrea relación con la verdad y la justicia.

Un mundo de ricos asistiendo al modo en qué los pobres mueren sin consecuencias, al modo de un espectáculo siniestro, va preparando su contrapartida.

Si esto no sucede, aunque la humanidad, nuestros países duren un tiempo más, la condición humana será testigo de cómo toma forma su propia extinción.