La mentira y el engaño tienden a constituirse en signos definitorios de esta época en la Argentina. Ya no se trataría de una excepción sino de la regla. Lo normal y esperable es mentir y por consiguiente pretender engañar al otro, ya sea mediante el embuste deliberado o a través de medias verdades, deformación de los datos, uso de ambigüedades, etc. 

Nada de todo esto sería extraño a la condición propiamente humana si no fuera que hoy está implementado como una regularidad en la que ya no se debe rendir cuenta a nada ni a nadie por los dichos, mucho menos a la conciencia del propio sujeto que a sabiendas miente y que termina engañado por su propio engaño, creyendo a la larga en su propia fantasía, donde la realidad no es más que la ficción que él mismo edifica en su mundo imaginario. Estamos, por supuesto, ante la declinación de los ordenamientos simbólicos y la progresiva desvalorización de la palabra.

La mentira y el engaño se han separado de la conciencia moral y se han divorciado de la ética, de la culpa y los auto-reproches. Ninguna excusa, ninguna argumentación, son necesarios para justificar ante el propio sujeto el acto voluntario de la mentira. En síntesis, ya nadie se sonroja por mentir y ello hasta es motivo de íntima celebración. La verdad es que se miente. La mentira tiende progresivamente a constituirse en la única verdad, el modus operandi, la moneda corriente en la actual interacción social. Y ya no se trata de interpretación de los hechos, ni de la mirada subjetiva ante las cosas, como es lógico en el acontecer humano, sino de la lisa y llana intencionalidad de mentir. Se ha descubierto quizá el sinsentido del acontecer humano.

Lo vemos en la política argentina todos los días. Muchos discursos comienzan y terminan mintiendo impudorosamente. Sabemos, por ejemplo, de funcionarios gubernamentales que inventan reiteradamente títulos universitarios y que cuando las instituciones universitarias salen a desmentirlo, inventan nuevos títulos en otras universidades y así sucesivamente, sin dar explicaciones, cosa que por otra parte ya no interesa a nadie. De este modo la mentira se convierte en la nueva realidad donde el saber y las indagaciones sobre los hechos ya no están en juego. Todo empieza a dar lo mismo, caen el principio de autoridad y la posibilidad de establecer un juicio de existencia y una selección en la infinita hojarasca.

Siempre existieron la mentira y el engaño a partir de que hay un ser hablante y de la estructura misma del lenguaje, de la no fijeza, de la no correspondencia entre el significante y el significado, o, mejor dicho, del deslizamiento de la significación por debajo de la red de los significantes. Es decir, que se puede decir una cosa diciendo otra. De ahí la metáfora y la metonimia que definen el acontecer del lenguaje. El lingüista Roman Jakobson sostenía que el lenguaje está atravesado por dos ejes: el de la metáfora y el de la metonimia y que inclusive toda conversación transcurre por esos dos ejes. Además están todas las otras figuras de la retórica que indican que el lenguaje no es una buena "máquina" de nombrar y que en el habla humana abundan el malentendido, el equívoco, etc.

Pero el engaño no está dirigido sólo al otro, sino que involucra al mismo hablante. Alguien dice, por ejemplo: "Detesto a los racistas porque no me gusta que se discrimine a la gente que es inferior a uno". En este caso el engañado es el mismo sujeto que lo dice, que en realidad está siendo hablado por el lenguaje. Más que un sujeto hablante es un sujeto hablado y en lo que pronuncia le va la vida. Es la no coincidencia del sujeto del enunciado con el sujeto de la enunciación. Por eso el concepto de "sujeto" en psicoanálisis no es sinónimo de individuo ni de persona, etc., sino de sujeción, de sujeto en tanto sujetado al lenguaje, de división, de no igualdad del sujeto consigo mismo. Jacques Lacan en un Escrito titulado: "La instancia de la letra en el inconsciente ...", sostiene que no hay lenguaje propiamente humano hasta que surge en el lenguaje la posibilidad del engaño.

La mentira y el engaño han traspasado su condición estructural al lenguaje y la ocasional intencionalidad del hablante y han comenzado a instalarse como la regla generalizada y absoluta del acontecer discursivo. La consigna es mentir y engañar deliberadamente a jornada completa, contra viento y marea. En la política el engaño y la mentira absolutos han devenido a nivel de metodología. Y aquel que no miente, o que intenta no mentir, no es un sujeto creíble. Hoy se desconfía de quien no es mentiroso, ya no se le cree, no se le da crédito, se lo considera peligroso, se lo ubica por fuera de la normalidad y del nuevo principio de realidad.

Pero la mentira y el engaño desencadenados no sólo atañen a la política, sino que invaden inclusive muchos de los ámbitos de la cultura y el arte, aunque no todos, por supuesto. Lo cierto es que quienes engañan y mienten, terminan ellos mismos engañados por su propio engaño en una especie de suprarrealidad, como si hubieran descubierto que la vida y el mundo no constituyen más que una ficción o una alucinación, en el imperio del registro de lo imaginario y la fantasía sobre lo simbólico.

*Escritor y psicoanalista