“En algún lugar del monte santiagueño hay un árbol solo. Durante la noche una hilandera dice conjuros en quechua. Se despiertan antiguas creencias. El monte reverdece, honrando la santa nace el gesto folclórico. Comienza el rezabaile”. Con estas palabras da inicio Árbol solo, espectáculo que cruza el folclore con lo contemporáneo tanto en el baile como en la música. Las danzas tradicionales se combinan con técnicas actuales y los ritmos antiguos con la electrónica para reinterpretar el Rezabaile de la Telesita, un antiguo ritual comunitario de Santiago del Estero en el que se le pide favores a la santa pagana (Telésfora Castillo, más conocida como Telesita) bailando con alegría, con bebida y comida durante muchas horas. 

El alma-mater de esta propuesta es la artista santiagueña Miri Fioramonti, que se animó a debutar como directora secundada por un equipo de lujo. Marcelo Moguilevsky, a cargo de la música, creó una banda sonora de una riqueza notable con un abanico amplísimo de texturas, instrumentos y géneros; las coreografías marcan tres momentos del día y cada uno fue concebido por distintos coreógrafos. Miur Nagur creó la danza nocturna a partir de elementos de la danza butoh, Juan Onofri Barbato dio movimiento al amanecer donde se despliegan energías aún no encauzadas y Andrea Severa imprimió una energía desbordante al baile del día. La directora, que dejó su provincia natal para estudiar Artes en la UBA y formarse como bailarina, convocó a Deby Wachtel como directora asistente.

En el amplio espacio escénico del Galpón de Guevara se desarrolla este espectáculo con aires de ritual, habitado por un árbol, una imponente hilandera sentada en un silla y un elenco muy parejo y de gran nivel de bailarines y bailarinas que dan vida a los “promesantes” y a los habitantes del monte. Hay música, canto, oraciones en quechua, proyecciones y mucho movimiento. “Me interesó retomar el Rezabaile de la Telesita porque son cosas que están desapareciendo, que están cambiando. Yo recuerdo, por ejemplo, que de chica iba mucho a la fiesta de la abuela Rosa de los Carabajal, “la fiesta de la abuela” como se la conocía. Ibas a su casa, había comida y se bailaba en el patio. Ahora se sigue haciendo pero en una cancha tipo estadio y se paga entrada. El rezabaile tiene que ver con la resiliencia, con ciclos de regeneración. A la santa se le pide que llueva, que los animales estén bien, que las plantas crezcan y se le pide bailando. Es un rezo colectivo, un ritual muy antiguo. La iglesia nunca iba a permitir algo así: la incorporación del cuerpo. Y supone una comprensión de ser parte de la naturaleza, de ser naturaleza, no de vivir solamente en ella. Quise acercarme a esa tradición a partir de un lenguaje diverso, múltiple. Cómo vemos ese rezabaile hoy, cómo lo incorporamos a nuestros cuerpos. Ya existe una compañía nacional de danza folclórica que baila a la perfección. Mi intención es otra”, comenta Fioramonti a Página/12.

-¿Cómo fue el proceso de trabajo?
-Lo vengo gestando desde antes del 2019. Vengo de una familia folclorista, mi mamá bordaba, mi abuela tejía. Siempre estuve muy unida a las raíces, siempre me gustó bailar folclore. La obra es un poco un compendio de muchas cosas que quiero compartir, brindar una conexión poética con algo tan antiguo como es el folklore. Y como soy una kamikaze me mandé a crear la obra, sentí que quería armar un equipo y trabajar colectivamente. Con Débora terminamos juntas de dar forma a la dramaturgia y convocamos a Mogui para la música. Yo quería que tuviera los timbres de las zambas, de las chacareras, el latido del bombo, el violín. Un sonido folclórico atravesado por la electrónica desde el comienzo que crece hasta su pico máximo en la última etapa, la del día, y que explota en el hall del teatro donde público y elenco se unen bailando al terminar la función.

¿Por qué convocaste a tres coreógrafos?

-Quería multiplicidad de lenguajes y que cada uno trajera su impronta. Miur Nagur trabaja con imágenes internas de los intérpretes porque la noche tenía que ser un poco meditativa. Juan Onori trabajó el amanecer con los bailarines que comienzan a desplegar más movimiento. Es la génesis de la danza folclórica, el nacimiento del gesto folclórico pero todavía descoordinado. El ritmo de la cueca impulsa esa pura energía, cómo pisamos, cómo levantamos los brazos, una vez que llega la lluvia. Y con Andrea Servera llega el día pleno, el baile en el patio de los ranchos donde se consuma el encuentro comunitario. Una explosión de vitalidad en esa zamba que se cruza con la danza contemporánea con saltos y piruetas de manera orgánica. Y el vestuario acompaña esta evolución. De un estilo más minimalista a las polleras, a la superposición de telas, a los bordados y tejidos con colores vibrantes como son los textiles en Santiago del Estero. Es un gran trabajo de Florencia Vitón, la vestuarista.

-¿Cómo ves la relación entre la hilandera, quieta, pesada y el elenco que es puro movimiento?

-La actriz que interpreta a la hilandera nació en Santiago. Su personaje es una figura estática pero es la que mueve los hilos, la que genera movimiento, la que dice conjuros en quechua. Y controla lo que sucede entre los seres del monte que son sus animales de poder y los “promesantes”.

-¿Cómo es tu mirada sobre la figura de la Telesita?

-Se dice que fue una chamana que a la noche bajaba desde el monte al pueblo para bailar cuando escuchaba música, cuando había fiesta hasta el amanecer. En el ritual de la Telesita se hace una muñeca que se quema porque la leyenda cuenta que la encontraron muerta en el monte, quemada por un fuego. Yo quería sacar a la Telesita de la idea de la “pobrecita” con un final trágico. Santiago del Estero siempre fue una provincia muy católica y la Iglesia nunca vio con buenos ojos este tipo de celebraciones. Era común dormir al lado de un fogón y quemarse. Hoy también pienso que pudo haber sido un femicidio. En todo caso quise dotarla de la fuerza de la tierra. La chacarera que escribimos con Moguilevsky y que canta Feli Colina dice en un momento: “No soy un alma en pena. Pena es no poder bailar”. Quise rescatar desde la contemporaneidad algo que es nuestro, una tradición popular que tiene que ver con la resiliencia y con la alegría también. En tiempos difíciles, los campesinos pedían y piden bendiciones, pedían lluvias y lo hacían bailando y tomando. Y el nombre del espectáculo tiene que ver con esa lucha también. Árbol solo es una localidad en el departamento de Quebrachos cerca del Chaco, un lugar muy inhóspito donde la gente sigue viviendo a pesar de la tremenda deforestación. Se llama así porque talaron los bosques de quebracho para hacer los durmientes del ferrocarril y actualmente la deforestación continúa.

*Árbol solo se presenta los miércoles a las 20 horas en el Galpón de Guevara (Guevara 326). Bailan Emilia Degano, Gerónimo De Martino, Juan José Hair, Selene Irrazábal, Martina Kogan, Ana Pérez, Camila Povrzenic, Camila Redondo, Evelin Santillan, Camila Vega, Lucas Yair Araujo y actúa Laura Tarchini como la hilandera. Jonatan Szer colaboró con Moguilevsky en la creación musical y la iluminación es de Leandra Rodríguez.