El 20 de diciembre de 2015 me convertí en madre y enloquecí”, afirma Mar García Puig en la primera línea de La historia de los vertebrados (Random House), un libro de una belleza anómala cuya vibración perdura mucho tiempo después de la lectura. Como un eco que vuelve a anunciar, más allá del espanto, la vida que se abre paso, el miedo como una fuerza feroz en el espejo de la mortalidad y la “locura puerperal” a la manera de una sombra que se proyecta en el horizonte de la fragilidad humana. “Al anochecer, cuando yo contaba contracciones en la sala de dilataciones, el país contaba escaños. Y ambas cuentas confluyeron en una nueva vida para mí, porque uno de esos escaños iba a ser mío. El mismo día del nacimiento de mis hijos, me convertí en diputada del Congreso”, agrega la escritora catalana con una honestidad brutal, que va directo al grano de un complicado doble ingreso a la maternidad y a la arena política.

Locura, maternidad (madre de dos mellizos, Sara y David) y política le permiten a García Puig explorar las heridas personales y también indagar en las locas del pasado desde la “precursora” Emma Riches, que ingresó por primera vez al manicomio de Bedlam (Londres) en 1857 pocos meses después de haber dado a luz a su segundo bebé. Emma tuvo tres hijos más y en todos los casos repitió el mismo patrón: paría y al cabo de pocas semanas era ingresada en el manicomio, permanecía nueve o diez meses y luego regresaba a su casa. La escritora catalana, que nació en Barcelona en 1977, necesita unir el cordón umbilical de su “locura puerperal” con las locas pretéritas parar articular una familia conectada por las crisis nerviosas, la congoja y el llanto. En una de las fotos que se conserva de Emma aparece una tercera mano. “Sigo preguntándome de quién es la tercera mano. El lector racional dirá que es de una enfermera, que trataba de impedir que se golpeara o que tocara la cámara. Yo prefiero pensar que es la mano de otra loca, de su madre, de su tía, de su abuela, de las locas de la historia. Veo la mano de Emma sobre mi mano en mi regazo, cuando estoy en el escaño, cuando me toman la foto, en el tren que me lleva de vuelta a casa, y las dos manos juntas son memoria”, plantea en uno de los capítulos de La historia de los vertebrados.

El título de su primer libro viene de “Su primera semana”, un poema de la poeta estadounidense Sharon Olds. “En ese poema, está hablando de la primera vez que baña a su hija y como tiene miedo de que se le escurra, de que se caiga; tiene incluso un poco de humor porque dice que de repente ‘oigo crack y pienso ya está’, y entonces siente como si tuviera la historia de los vertebrados en sus manos. Eso me gustaba porque me permitía combinar esa épica de cuidar a un ser desvalido y que depende completamente de ti, pero a la vez también tenía un giro un poco irónico, ‘la historia de los vertebrados’ como una cosa un poco grandilocuente, y me gustaba esa ambivalencia”, reconoce la escritora, que vino a Buenos Aires a participar en el 16° Festival Internacional de Literatura Filba.

La fragilidad humana

-El título del libro parece incluir también la idea de la fragilidad humana, que está tan presente cuando pensamos en la maternidad y la locura, ¿no?

-Sí, totalmente. Yo creo que es uno de los ejes del libro: cómo nos relacionamos con esa fragilidad. Muchas veces la maternidad se ha considerado como un tema que interesa solo a las mujeres y a las madres. Y yo quería reivindicar, como han hecho muchas otras autoras, que la maternidad te pone en contacto, seas madre o no, con cosas que son muy universales como la fragilidad humana. La maternidad es un tema universal, aunque muchas veces se nos haya hecho creer que es un tema menor. En uno de los capítulos del libro recuerdo la anécdota de Sharon Olds cuando envía sus poemas a una revista de literatura y le dicen que son para una revista femenina porque hablan precisamente de la fragilidad.

-Como si en las revistas de literatura sólo se admitieran temas “masculinos” y de varones.

-El problema es esta idea de que lo universal es lo masculino. Todas hemos leído sobre guerras sin haber ido a ellas. Me pasa una cosa curiosa con este libro y es que ha salido en un muy buen momento para trascender un poco y que no lo lean solo madres que han tenido algún tipo de problema relacionado. La literatura nos permite leer sobre cosas muy ajenas a nosotras mismas y entenderlas. A veces en las firmas vienen mujeres y me dicen: “yo no he sido madre, pero tu libro me ha gustado mucho”. Me parece curioso porque nunca me he acercado a escritores que han escrito sobre la Guerra civil a decirles: “yo no he estado en la guerra civil, no la he vivido, pero tu libro me ha gustado”. La maternidad no ha sido un gran tema literario ni fue considerada un tema universal.

Madre monstruosa

-¿Por qué persiste el paradigma, tan internalizado por las mujeres, de la madre monstruosa?

-La maternidad tiene algo de monstruoso; está la idea, siempre subyacente, de que ha pasado algo que se escapa a la racionalidad; que no había un ser y de repente está. Esa idea de que no vas a dar a luz a una persona, sino que das a luz un nuevo mundo y ya no es el mismo porque hay otra persona, y tú también sufres una serie de metamorfosis. La relación de las mujeres con el cuerpo siempre ha tenido mucho que ver con lo monstruoso. Después hay una serie de estigmas sobre la mujer y parece que nunca puedes ser una buena madre, que es un objetivo inalcanzable, porque si estás demasiado presente eres la madre castradora. Si no, eres la madre ausente y entonces tienes un nombre, que es la madre congelador. Incluso el propio psicoanálisis le puso todo tipo de epítetos: ‘la madre cocodrilo’, ‘la madre congelador’, que tienen algo de monstruoso; la madre que es capaz de helar; la madre que es capaz de comerse a sus hijos. En el imaginario colectivo, ves la figura de la Virgen María, de la madre sacrificada, de la madre pura, con la que es muy difícil relacionarte. Yo creo que acabamos casi todas en la madre monstruosa porque el ideal de la Virgen es inasumible (risas). La universalidad de la maternidad reside no solo en que es un momento que te pone en contacto con esa fragilidad, sino que también todos nos hemos relacionado con la maternidad, porque tenemos una madre ausente o presente.

-En la investigación que hiciste para escribir “La historia de los vertebrados”, ¿te sorprendió algún aspecto o cuestión del vínculo entre maternidad y locura?

-Me sorprendió mucho encontrar que en épocas muy definitorias a nivel económico, a nivel de cambios sociales, como en la época victoriana, se produjera esta explosión de locura puerperal. Una de las formas que ha habido de domar y castigar a la mujer ha sido a través de su papel de madre, porque la maternidad es algo que cruza a las mujeres, quieras o no quieras ser madre, lo seas o no. En muchos discursos políticos actuales se está volviendo a revalorizar la figura de la madre para hacer política. La mujer que opta por la no maternidad, o no puede serlo por cualquier circunstancia, también sufre un peso sobre hasta qué punto está legitimada socialmente.

-En un momento del libro recordás que tuviste problemas con algunos varones de la coalición de Podemos en los que se explicitaba claramente el machismo. Ahora que hay cada vez más mujeres en la política en España, ¿te parece que ese machismo está cediendo y que hubo cambios?

-En el momento en que asumí como diputada fue el Congreso español con más mujeres de la historia. Ya hace un año y medio que no soy más diputada. Yo no he visto ese cambio, puedo decir que somos más mujeres; pero la política es un entorno tan hostil, que aunque quieras cambiar una serie de dinámicas, te acaba absorbiendo completamente, y esto es transversal a los partidos. La maquinaria política muchas veces no permite hacer esa pausa tan necesaria; por eso era importante hablar de esto en el libro porque la literatura es una forma de poner la pausa para ver en retrospectiva. El otro día comentaba la cantidad de mujeres que abandonan la política muchas veces decepcionadas. Desde el feminismo tenemos la manía de contar cuántas mujeres hay; es necesario poner luz sobre esas cifras, pero hay una cosa que se llama “tasa de supervivencia”, que es el tiempo que permanecen las personas en política. Nosotras podemos haber alcanzado casi la paridad, pero ellos aguantan muchísimo más en política; hay que plantearse por qué sucede esto en todos los partidos. Pusimos el foco en cambiar las leyes y en hacer que hubiera obligatoriedad en la presencia de mujeres; pero ahora falta bajar al detalle en cómo se trata a las mujeres que están en política y cuánto pueden permanecer.

-En “La historia de los vertebrados” señalás que sos prisionera de la esperanza, tanto en el Congreso como en el hospital, donde los mellizos estaban internados. ¿Qué implicancia tiene la esperanza para la diputada que fuiste, para la madre que sos?

-La esperanza es un arma política y vital de supervivencia, al menos es la única que he encontrado. La esperanza es el motor en un mundo inestable, donde somos frágiles, donde vivimos en medio de la incertidumbre constante. Mucha gente me pregunta si salí muy decepcionada de la política y siempre respondo que la esperanza no la he perdido porque perder la esperanza sería devastador. Yo no venía del mundo de la política y entré con mucho idealismo y pensando que podíamos conseguir muchas cosas; es verdad que te das de bruces con una realidad donde no todo se puede hacer y hay unas fuerzas económicas que ponen muchos límites. La esperanza es lo que permite seguir haciendo política desde muy diferentes sitios. Yo tenía muy claro que no quería salir de la política descreída, con esos discursos de la antipolítica en los que se dice que la política no sirve para nada o que todos los políticos son iguales. Sigo manteniendo la esperanza que a través de la política se pueden cambiar vidas. Estaba en Comunes, un partido aliado de Podemos, una fuerza muy explosiva que creció mucho y rápido y eso nos abrumó y no supimos tampoco cómo articularlo. Pero tiene que evolucionar y creo que sigue siendo posible articular cosas desde ese espacio.

-En el libro revelás que tu padre te inició en la política. ¿En qué sentido fue una figura central para tu politización?

-Aunque nací en Barcelona, mi padre era de un pueblo de Castilla que se llama Soria, que estuvo muy castigado después de la Guerra. Mi abuela materna era maestra durante el período de la República. El franquismo castigó mucho a los maestros de la República porque se habían formado con una serie de valores que no querían que transmitieran a los nuevos alumnos. Mi abuela y su familia tuvieron que emigrar y estuvieron siempre muy vinculados al contrafranquismo, a la lucha en la clandestinidad desde el Partido Comunista. Mi padre además era abogado laboralista y muy sindicalista; pero también tengo un poco de rebeldía contra determinadas formas del sindicalismo y del partido comunista, muy masculinas y verticalistas. Mi padre es quien me politizó y quien me dio, junto a mi madre, esa capacidad crítica para poder ver también el mundo como feminista y poder impugnar determinadas cuestiones de esa tradición familiar.

El dicurso de odio de la ultraderecha

-¿Por qué han crecido tanto los discursos de la antipolítica?

-Tenemos esta tendencia de pensar que vamos avanzando de forma lineal, pero a veces retrocedemos. Este retroceso lo he visto en España con el tema del feminismo; retrocedemos cuando hemos avanzado tanto porque hay una reacción. A veces lo pienso también en el tema de la literatura, cuando determinados discursos críticos dicen que ahora solo se publica a mujeres, que para que te publiquen “tienes que ser una mujer hablando de temas de mujeres”; es también una reacción a que por fin se publican muchas mujeres. En España ha habido una evolución en los derechos de las mujeres y ahí la ultraderecha se ha rearmado y ha creado un discurso de odio contra lo que llaman la “ideología de género”, el feminismo, y quieren devolver a la mujer a su rol exclusivo de madre y juzgarla por qué tipo de madre es. En Italia, Giorgia Meloni se ha definido siempre como madre y eso es lo que le ha legitimado. La perversión que tiene esto es que ya no es un señor fascista alzando el brazo; es una mujer madre que te habla de tú a tú, pero que tiene una concepción de la maternidad que atrasa un siglo.

-“El miedo materno es una fuerza feroz que ha dado forma a nuestro mundo”, planteás. ¿Escribir “La historia de los vertebrados” es tu forma de rebelarte contra ese miedo?

-Sí, recuerdo que cuando estaba realizando la investigación, tenía tal cantidad de material sobre el disciplinamiento y el miedo, que de repente empecé a pensar que no iba a tener espacio. Y entonces me imaginé las bibliotecas que se pueden llenar con informes médicos, con discursos, con todo tipo de documentación histórica de cómo se ha disciplinado a las mujeres a través de ese miedo: qué le va a pasar a tus hijos; qué te va a pasar a ti si no puedes cuidar a tus hijos, si te sales del carril establecido. ¿Qué le puede pasar a nuestros hijos si no somos esa madre abnegada? Esto es algo con lo que vivimos y nos somos conscientes porque esos discursos están tan interiorizados que no los impugnamos. El miedo y el sufrimiento materno nos atraviesa.

-Al reconstruir las historias de locura puerperal, ¿qué te ha revelado de vos misma?

-La maternidad como una monstruosidad muchas veces la vives con culpa. Yo recuerdo que había pensamientos que no me atrevía a revelar: ¿cómo puedo pensar eso sobre mis hijos? Yo había luchado mucho por ser madre, porque no podía, y de pronto miraba a mis hijos a la cara y sentía terror. Emma Riches no quería estar con su hijo. Cuando de repente leí eso, que existe este rechazo al bebé, da igual que esté tipificado en un libro de medicina, la culpa no te la quitas de encima. Pero al ver esas otras monstruosidades, a esas otras locas, me comprendí a mí misma. Me gustaría poder decirles a todas las mujeres que no son malas madres, que no se torturen.

El acompañamiento

“En Barcelona, en mi ciudad, posteriormente a lo que me pasó a mí, se abrió una unidad de psiquiatría en uno de los hospitales públicos más importantes donde van las madres con los niños, de forma que no separas a madre y niño. La atención es conjunta; son centros de día donde hay una supervisión y un acompañamiento a esa maternidad que empezó complicada”, explica Mar García Puig un cambio que implica una gran avance. “Luego está la violencia contra las madres, las retiradas de custodia y los laberintos burocráticos. Cuando hay una retirada de custodia, que en un principio puede ser de tres meses, entras en un laberinto que se eterniza, en un sistema que penaliza especialmente a las madres en situación de precariedad, a las madres migrantes, a las madres racializadas. Estos son datos; no es debatible: las retiradas de custodia en España se realizan sobre todo a las madres en situaciones más vulnerables”, advierte la escritora.