Ahora que el padre ha muerto, que el antiguo orden parece haber apaciguado su implacable mandato, el nuevo rey se apresura a llamar a su amado para compartir el reino. Eduardo II es presentado en escena desde un primer plano. Los lenguajes entran en una convivencia suntuosa que se dispone a cuestionar las temporalidades. Estamos en el teatro pero nuestra primera imagen de Eduardo se produce en la pantalla.