Los tiempos que vivimos, fragmentados e individualistas, nos pujan hacia refugios dentro de imaginarios que ofrecen las pantallas. Nuestros vínculos están cada vez más mediatizados por las aplicaciones. Detenerse en espacios de sociabilidad e intercambio, donde los cuerpos están presentes y se vinculan, se ha vuelto, sin duda, un acto de resistencia.

Los clubes de barrio, los potreros, los espacios improvisados para el juego y el encuentro, o incluso algunas formas de entender la tecnología como espacio de intercambio real entre personas, han despertado el interés de Emiliano Guerresi, Favio Gutiérrez y Julián Medina. Estxs jóvenes artistas expanden sus prácticas y las anclan en lxs habitantes que encuentran en esos lugares.

Aquellos espacios constituyen entramados sociales e instalan la idea de comunidad, especialmente en las infancias, que construyen en sus recorridos barriales un imaginario en el que la identidad se desarrolla, se acomoda y transforma buscando la sintonía colectiva. Son espacios que habilitan el intercambio generacional de saberes, la experimentación de los cuerpos en acción y nuevas sensibilidades para quienes están forjando su manera de habitar el mundo. Ese universo afectivo, compuesto por espacios, grupos, maestrxs, premiaciones, familias, amigxs, animales, banderas y escudos, códigos, vitrinas, dueños de las pelotas, el buffet, el quiosco, las bibliotecas populares, los talleres y todo el imaginario circundante, da forma a conductas y roles, forjando disciplinas blandas como estrategias para la vida. También genera roces, peleas, bullying, y evidencia diferencias de posibilidades según los cuerpos, clases sociales, sensibilidades e ideologías. Esos lugares ríspidos pueden ir forjando personalidades socialmente involucradas en imaginar un mundo menos desigual y más político, en el que pequeñxs y jóvenes comienzan a vislumbrar la relación entre el bienestar personal y el buen vivir colectivo.

Los recorridos de estxs artistas nos detienen en tres formas de relación entre las infancias y juventudes con los espacios de sociabilidad que habilita el deporte. Por un lado, el netamente institucional que aparece en la obra de Julián Medina: los clubes de barrio, con sus instalaciones, su organización y trabajadores, la planificación formal de actividades, los espacios de intercambio e inclusión de familias, amigxs y redes de contención, en el mejor de los casos. De otro modo, el intercambio espontáneo y la supervivencia de los potreros y espacios de juego generados propiamente por lxs niñxs, se manifiesta en la obra de Emiliano Guerresi quien observa estos lugares del conurbano bonaerense donde a pesar de la escasez de recursos y de contención social surgen igual, vínculos relevantes. En el caso de Favio Gutiérrez, encontramos un espacio de intercambio signado por las pantallas. Las nuevas generaciones se ven desplazadas a tomar la virtualidad como espacio propiamente dicho para encontrar alguna posibilidad de vinculación.

En los tres casos encontramos elementos que, si bien surgen de los imaginarios personales, rozan lo fantástico. Las cosas y los personajes más comunes adquieren formas inusuales, espirituales, fantasmales. Los recorridos barriales iluminan vestigios de todo tipo de migraciones, que cruzan religión, costumbres, lenguas, colores, modismos y amores, produciendo un sincretismo propio de territorios con memorias blandas y atemporales. Mediante procedimientos pictóricos, como la imitación del pixelado, la planimetría sensible, colores extraños, soportes específicos y transparencias desalineadas, sentimos que en las imágenes algo nos descoloca y nos advierte que podemos mirar desde una perspectiva diferente. Se generan tensiones entre lo que conocemos del mundo, en el que la acción del capitalismo se extiende hasta los últimos recovecos de un pueblo pampeano o una localidad bonaerense, y una sensibilidad particular que rescata del olvido pistas que nos conducen a un mundo que puede ser de otra manera.

Los clubes y espacios deportivos espontáneos pueden ser refugio, lugares de pensamiento alternativo, donde las prácticas artísticas en territorio y expandidas, adoptan otras lógicas. La pintura acompaña los procesos y lxs tres artistas la utilizan para refugio de aquellos refugios. Los recuerdos acerca de cómo nos sentimos en aquellos lugares se construyen y se adaptan a nuestra manera de ver el mundo, y se contraponen al encuentro con las realidades contemporáneas. El juego, los vínculos y el intercambio, logran interponerse ante la anomia dominante y abren puertas a otros mundos posibles. La fantasía y la imaginación son la materia vibrante. Se manifiestan tanto en las distorsiones de la pintura de lxs tres jóvenes artistas como en las obras de Alejandra Lapacó, artista desaparecida y Edith Chiapetto, artista fallecida, que también participan de este evento.

Julián Medina conoció a Edith Chiapetto gracias a circunstancias geográficas. Encontró cinco cuadros colgados en un pasillo de la municipalidad de Tres de Febrero, territorio cercano al club Defensores de Santos Lugares. Los cuadros le llamaron la atención y fue el puntapié inicial para hacer una investigación profunda acerca de la autora, artista ignorada por el sistema del arte por su condición femenina y periférica. La geografía que une a Julián Medina con Edith Chapetto (la ubicación barrial) es la misma condición que mantuvo a Chapetto lejos de los circuitos hegemónicos; y que tal vez, al mismo tiempo, la resguardó de modas y estilos dominantes, permitiendo que surja libremente su imaginario de índole surreal y metafísico, que nos conduce a sus otros mundos posibles. Sin duda, son mundos que construirán las nuevas generaciones, en las que confiamos e imaginamos que la sociabilidad y los nuevos vínculos fortalecerán y estimularán creativamente.

El contexto de exhibición del Centro Cultural Haroldo Conti, en el Espacio Memoria y Derechos Humanos, hace inevitable repensar todo este sistema de ideas y entrecruzarlo con el peso que los procesos históricos y las circunstancias políticas y sociales han tenido en la imaginación y visualización para un real desarrollo de mejores mundos. La dictadura cívico-militar cortó repentinamente con la vida de la joven artista Alejandra Lapacó e impidió el desarrollo de su sistema sígnico, metafísico y surreal, que junto a su militancia, sin lugar a dudas, hubiese sido un gran aporte al mundo que habitamos.


Es nuestra tarea conectar con esos deseos, con esos imaginarios y a través del juego, el encuentro, las risas y reflexiones motivar a las nuevas generaciones para que se abran camino y nos conduzcan a un mundo más equitativo, creativo y verdaderamente libre.

* Curador de la exposición. Texto escrito especialmente para la muestra, cuyo título, “Hemos conocido horas de triunfo”, alude a la obra inconclusa de la artista desaparecida Alejandra Lapacó incluida en la exhibición. En el Centro Cultural Haroldo Conti, Av. del Libertador 8151, de 11 a 19, hasta el sábado 19 de octubre. El día de cierre, a las 17, habrá una visita guiada a cargo de los artistas y el curador.