El abuelo me contó de cuando al pueblo llegó uno de los circos más famososdel mundo. Venían de Estados Unidos, Maine o Minnesota, no sé, alguno de esos Estados con M, y nunca se supo por qué habiendo tantos lugares más concurridos que Dolores, decidieron dar un par de funciones acá. Inexplicable. La cuestión es que llegaron en varios autobuses último modelo, porque no eran los simples colectivos lecheros de siempre, sino unos autobuses con todas las letras, dijo el abuelo, y también que uno podía verse en el reflejo de la chapa, tan brillante que por poco no te dejaba ciego, y además eran enormes, bestias largas de varios pisos.

Los chicos al salir de la escuela disparaban para la calle Ingeniero Quadri alfondo, donde pasaban horas admirando esas máquinas. Varias veces intentaron chamuyarse al chofer para que los dejara subir, porque se decía que esos micros hasta tenían un salón de juegos espectacular, con la última tecnología, pero alparecer el tipo era un fortachón de ojos claros que medía dos metros y casi no hablaba español, solo le daba para decir buenos días, cómo estás, gracias. 

Ni los chicos a los que los papás mandaban a clases particulares de inglés, podían entender una sola palabra de lo que el hombre decía y aunque le repetían como loros, can you repeat that slowly, please?, el tipo sentía que lo agarraban para la joda, y se limitaba a sonreír, a levantar los pulgares o prender un cigarrillo para espantarlos.

El barrio estaba revolucionado, porque de solo escuchar el tren por las mañanas habían pasado a tener una sinfónica de animales haciendo toda clase de ruidos, y por las noches no dejaban dormir. Leones, elefantes, chimpancés, avestruces, de todo. Para colmo los dejaban ahí tras el alambrado que cercaba el terreno y a la vista del que pasara, unos metros más allá del toldo rojo y blanco que tardaron dos días enteros en levantar. Habían venido con pocos empleados, y desde la Municipalidad emitieron un comunicado que decía que necesitaban gente para levantar semejante carpa, claro que el mensaje del diario no decía semejante carpa, eso lo dijo el abuelo, que para esa época debía tener unos treinta años, la fuerza de un rinoceronte y el cuerpo tallado a mano. Esto último también lo dijo él. Me contó que como lo que ofrecían a cambio del trabajo era una buena ayuda aceptó. La abuela Tití al principio no quería dejarlo. Si se te cae encima uno de esos tirantes, quedás postrado para siempre, le dijo. Pero después, cuando el abuelo le dijo los números por poco no se ofrece a ir ella; mirá qué ventajera Tití, pensé yo, que ya de jovencita le gustaba la plata.

Acróbatas, contorsionistas, hombres bala, equilibristas, magos, malabaristas, mimos, monociclistas, payasos, titiriteros, animales salvajes, de todo pero la atracción principal era Ginger, un perro acróbata de color verde que hacía piruetas. Talentoso el perrito, dijo el abuelo, y muy parecido al Pity, el que tu mamá tenía de chica. Podía mantenerse más de cinco segundos en la cuerda floja, caminar parado en sus patas delanteras o traseras, y a veces, con la estimulación adecuada, hasta podía maullar. Ginger era tan pero tan famoso que su cara no solo estaba impresa en las entradas del circo, sino también en todas las pancartas que habían pegado en el centro comercial, y le alcanzó una semana para desplazar al querido borracho del pueblo que hacía piruetas en los carnavales, robándose el corazón de la gente, que al ingreso de cada función compraba gorras, llaveros, remeras, cualquier cosa que se les pusiera enfrente y tuviera la figura del simpático perrito.

El circo iba a quedarse dos semanas, en las que había programado diez funciones de lunes a viernes, pero pasó que llegado el primer sábado a Ginger lo atropelló un auto. El abuelo dijo que nunca se supo quién le había abierto la jaula, o por qué se escapó si estaba tan entrenado. Lo que sí se supo por Jonathan, el chofer, fue que se lo llevó puesto un Renault 12 azul, uno que para esa época en el pueblo era moneda corriente. Saberlo no le trajo a nadie ningún consuelo: el circo estaba de luto.

¿Pero qué pasó?, ¿cancelaron las funciones? No me vas a decir que nadie se dio cuenta de que se había muerto el perro, le dije al abuelo. Callate y escuchá, me dijo él, que esto recién empieza. 

Si el pueblo nunca se enteró de que Ginger se había muerto es porque tua buela no tuvo mejor idea que ofrecer al Pity de reemplazo.  Sí, el Pity, el perrito de tu mamá. No, no era verde, pelotudo, pero podía pararse en dos patas, levantar la patita, mover la cabeza y medio que si le pisabas la cola maullaba. Lo que tuvimos que hacer ese fin de semana antes de que retomaran las funciones fue entrenarlo un poco para que hiciera algo de equilibrio en la cuerda floja. Tu mamá estaba como loca, no quería saber nada. Gritaba, pataleaba, decía a mi perro no lo lleva nadie. Pero después la abuela le explicó que nadie se iba a llevar nada, que era un préstamo por unos días, y que a cambio íbamos a recibir un montón de plata con la que podríamos salir de vacaciones, pagar varias vueltas en la calesita que a ella tanto le gustaba, comprar en la playa choclos con manteca y churros que explotarande dulce de leche. Ahí a la gorda le brillaron los ojos, y por poco no le pone al perro un moño grande como una casa. Lo que nos costó negociar fue el tema de teñir al Pity de verde, pero después de recibir un par de helados, pinturitas para la cara y alguna que otra revista de esas que empiezan con la palabra teen, tu mamá aceptó.Y allá fuimos todos a la pinturería de Cacho a comprar unos buenos aerosoles verdes, nada permanente, eh, algo que se fuera con un par de lavados. El parecido entre los dos era de no creer, y cuando se lo llevé al dueño del circo me pegó un abrazo tan argentino que me hizo olvidar que el hombre venía de yankeelandia.

El desempeño del Pity sobre el escenario los primeros días fue estelar. Yo no sé qué le habrán dado a ese perro, pero estaba enchufado a dos veinte. Nunca vi algo igual, te digo que si el Ginger lo veía, revivía y se volvía a morir de la humillación. Lo único que le costaba un poco era el tema de hacer equilibrio sobre la cuerda, pero vos no sabés el maullido que tenía, un verdadero gato. No parábamos de cortar tickets y la gente estaba chocha, hacían fila después de cada función para sacarse fotos con él, pero como a tu madre mucho no le gustaba que todo el pueblo anduviera toqueteándole el perro pusimos como límite unas diez fotitos por noche, de las que después yo me llevaba la plata y repartíamos en casa. Quieras o no,terminamos por hacer tremendo negocio.

¿Si yo al Pity lo quería? Sí, qué sé yo, lo que se dice querer, amar, estimar, no sé; era buena compañía, pero no tanto como todos esos millones que nos ofrecieron por llevárselo de gira para siempre. Adiós, Pity. Acepté, claro que acepté,y no le dije nada ni a tu madre ni a la abuela, contaba con el paso del tiempo, sabía que en algún momento tu vieja se iba a olvidar, se le iba a pasar; era chiquita, iba a crecer y entre tanta cosa de nena, que el maquillaje, que el vestido, que la fiesta de quince, que esto que lo otro, iba a terminar por olvidarse del perro aquel. Pero nada salió como esperaba.

El viernes, en medio de la última función, el Pity se resbaló de la cuerda y se desnucó ahí mismo a la vista de todos. Qué mala suerte, pensé yo. Cuántas veces se había caído de la cama cuando era chiquito y no le había pasado nada. Ahora que cerrábamos el acuerdo, justo iba elegir la última noche para matarse. Qué perro boludo. Un segundo, pisó mal y cayó cinco metros. Nadie llegó a agarrarlo, y murió ahí, enfrente de los más chiquititos, una imagen horrenda. Yo nunca la ví a tu madre tan triste como aquel día. Corrió al escenario y se puso allorar abrazada a un Pity, que ya ni siquiera podía mover la patita. Nadie entendía nada pero tampoco dieron mucho margen para entender porque al instante la función se canceló, sacaron a la gente y en un abrir y cerrar de ojos la carpa que había costado tanto armar, desapareció. A mí ni se me ocurrió reemplazar al perro por otro. Ya está, qué le vamos a hacer, le dije a Tití esa misma noche.

O sea que si me preguntás a mí, y volviendo a lo de antes, yo creo que es por eso que tu madre no quiere dejarte tener un perro. Pero no sé, vos intentá, insistele, que en una de esas va y afloja, total qué tenés para perder.