Se sabe que cuando una falta no es punida, suele repetirse. Esto se aplica a insultos, agravios, mentiras, delitos. Los argentinos sabemos (y somos ejemplo de eso en el mundo) que los delitos más graves, merecen penas rigurosas, tal el caso de los involucrados en el último golpe de Estado. De hecho en los países donde no hubo juicios a los golpistas, estos volvieron a repetirse. El ingrediente fundamental para usar ese recurso (el del castigo) es la memoria. Y la acción posterior.

Hace unos años vimos y oímos decir a la ex gobernadora de la provincia de Buenos Aires que ningún chico pobre llega a la universidad y que por lo tanto el gasto que conlleva hacer universidades es injustificado. No hubo más reacción que algunos “¡como puede ser! Mas parecidos a los comentarios de la Susanita de Mafalda que a una acción de repudio y punición. Y entonces, claro, se repitió hace unos días. Como decían los viejos: ¡de nuevo el chancho a los choclos!

La semana pasada el presidente llegó -no sabemos cómo- a la conclusión de que la mayoría de los niños de argentina son pobres y por lo tanto no saben leer, escribir, ni hacer una operación matemática básica, y por lo tanto no entiende para que querrían universidades. Ese razonamiento cuadra perfectamente en alguien que no tiene ni idea en que país vive, y como también decían los viejos: la ignorancia es atrevida. O no es una cuestión de ignorancia, sino de una estrategia que requiere de ignorantes para que el empobrecimiento sea a favor de los que más tienen. No puede ser casual usar la misma frase cada cierto tiempo. Sin duda en una estrategia para crear matrices de opinión. Elija su propia teoría.

Ahora bien, habemos quienes conocemos el país y su gente. Es con quienes convivimos, hablamos, tomamos mate y sabemos cosas básicas del otro. Historias de vida de gentes que siendo pobres trabajaron en su propio intelecto con gran esfuerzo. Así que toca hacer un pequeño ejercicio de memoria de notas ya publicadas en Buenos Aires 12 dando cuenta de la utilidad de la universidad pública. Y no hará falta recordar que nuestros premios Nobel, salieron todos de “la pública”.

Recordaba la historia de Ernesto Gaidolfi, que viajaba dos horas y media desde Ituzaingó hasta Lomas de Zamora todos los días. En verano empapado en sudor y en invierno mojado de lluvia y frio en las paradas de los colectivos para llegar a recibirse, cosa que logró a punta de sacrificio y de cenas tardías que su abuela le dejaba en la mesa. Un día tuvo que dejar la universidad porque no le daba el tiempo de trabajar y estudiar aunque la la abuela Beatriz le taladraba el cerebro con “vos tenés que recibirte, sos el mayor y es importante que seas el primero de la familia con un título universitario, porque además tenés que ser ejemplo para tu hermana y para el resto”. Pero igual Ernesto quería tener su plata y ya no sentir como una injusticia que la familia separara unos pesos para que él pudiera recibirse, aunque recuerda que él también se sacrificaba llegando a la casa “a veces cansado, muerto, mojado y cagado de frio. Porque en invierno te la regalo esperar de noche y con lluvia veinte minutos cada colectivo en mayo, junio o julio”. Y se recibió. Y ejerce.

Otra historia que desmiente esta serie de versiones tan falsas como oficiales sobre lo importante que es tener universidades publicas es la de Lucía que entre otras cosas recordaba las razones de la primera marcha con “el primer borrador de la ley Bases, y este ataque directamente hacia la educación. Pero vos pensá que el año pasado ya estábamos en alerta en términos educativos. Porque la educación podía ser privada, se podía privatizar y Milei tuvo que salir a decir anticipadamente que no iba a atacar a la educación pública. Entonces te ponen en estado de alerta.”

Lucía Diaz, alumna de la UNLZ y de la UNSAM a punto de terminar su carrera es primera generación de universitarios de su familia. También una historia de la maravillosa tozudes de quien sabe que puede pararse sobre sus pies y ver un horizonte mejor. Entre pares, porque “mis compañeros, mis compañeras, son primeras generaciones también, entonces la educación universitaria pública y gratuita es nuestra única posibilidad de ascenso. Si sos trabajador pobre y de abajo, sostenerla está en nuestro ADN. Cargamos en el cuerpo las frases que escuchamos toda la vida de que para ser alguien tenés que estudiar, que para salir de pobre es estudiando. Y te lo decían tu vieja o tu viejo mientras se mataban trabajando para que vos llegaras”.

Hay mas historia, cientos de historias que refutan la teoría tan miserable como mentirosa de que la universidad pública sirve para que los pobres financien la educación de los ricos. En verdad hay que tener mucho veneno en sangre, mucha frustración personal, mucha mala leche para intentar dar vuelta la historia con un cuento tan perverso, sabiendo que calará en esas cabezas que -al igual que el presidente- ignoran tanto de política como el país en el que viven y que jamás pasaron por una universidad pública, conviviendo, o al menos conociendo a quienes la habitan.

Ignorancia y desprecio. Sobre esas dos condiciones se monta el gobierno nacional para llevar adelante el saqueo del país, sacándole todo incluso a quien ya no hay nada que quitarle, salvo la perspectiva de un horizonte mejor. Cuando hayan logrado eso, aplaudido por el zoológico que lo aclama, estaremos irremediablemente jodidos para siempre jamás.