"Pareciera que fuera otra vida, pero qué sé yo. Vivís con la estufa a leña, buscando el espacio. Pero si yo pienso ¿cuál sería la vida que yo quisiera tener? Sería así", sostiene Graciela Rodriguez. Hace más de cuarenta años, desde que se casó, vive en el campo. Junto con su marido aprovecharon todo lo que el campo pudo darles. En algún momento, ordeñaban vacas y hacían pasta, que después llevaban al pueblo y vendían. Siempre con quinta, "para tener para nosotros una acelga o un zapallo".

"Ser una mujer rural no es solo vivir en el campo, sino adaptarse al lugar. A veces los lugares no son tan lindos como uno se piensa. Antes no había ni luz ni medios para salir, nos teníamos solamente a caballo o en sulqui. Yo siempre le decía a la gente joven que quiere irse a vivir al campo que tienen que buscar la comodidad, por ejemplo, que tengan luz y movilidad, más cuando uno tiene chicos. Pero la característica principal, que es la que te hace sentir que lo sos, para mí creo que es hacer, tratar de poner un poquito de voluntad, criar animales. He visto gente que vive en el campo y no tiene ni una gallina. Criar animales, todo lo que te dejen tener, porque no en todos lugares te dejan tener oveja o chancho. Nosotros tuvimos la suerte de criar todo lo que pudimos", dice Graciela. Este martes 15 de octubre es el Día Internacional de las Mujeres Rurales. El plural no es una casualidad. En la Provincia de Buenos Aires, son muchas y muy distintas. Se trata de una comunidad que está signada por el desplazamiento, por la atomización de la vida cotidiana. Una comunidad que, más que ninguna otra, necesita organizarse. 


Graciela encontró eso en el taller "Hilando Estamos" en la ciudad de Lincoln, a donde viaja casi todas las semanas, cien kilómetros desde Roberts. El hilado siempre formó parte de su vida. Su mamá comenzó hilando con huso y después con la máquina de zapedar, que Graciela conserva. Comenzó el taller por curiosidad, y hace dos años es regular. "Es un momento donde uno intercambia ideas y escucha consejos, de cómo manejar la lana, cómo lavarla, cómo teñir. Para mi economía trato de tejer lo que pueda, porque como trabajo también, mucho no quiero agarrar para tejido. Pero espero que esto siga, aunque deje de trabajar, seguir con la lana y tratar de seguir tejiendo", afirma. 

Ahondar en la propia historia

La historia de Luciana comienza en la Cátedra de Redacción Periodística II de Periodismo, en la Facultad de Ciencias Sociales, cuando la mandan a contar historias saliendo del centro de la ciudad. Ahí fue cuando le planteó al profesor que quería contar lo que hacía su mamá en el campo. "Con total desconocimiento de la realidad, como muchos ahí, me dice, bueno, ¿y qué hace tu mamá en el campo? La respuesta fue muchas cosas", afirma. 

"Se da por hecho de que en el campo no se pasa hambre y que las infancias disfrutan de la vida y la libertad. No digo que no, pero está muy romantizada esa libertad, esa soledad, esas distancias. La vida del empleado rural es bastante desconocida", afirma Luciana. 

Su investigación motivada por el desconocimiento la llevó a entrevistar mujeres rurales durante la pandemia. Fue ahí donde se dió cuenta que el problema mayor que enfrentaban esas mujeres era la distancia. Estaban separadas, cada una en su lugar, en su localidad, en sus casas, teniendo ideas parecidas sin organizarse. Fue entonces cuando comenzaron a reunirse. De esas juntadas comenzaron a salir más y más cosas, puntos en común, reclamos, soluciones. La lucha por un médico generalista para la zona rural de Olavarría y su victoria las llevó a generar un programa de garantización del derecho de la educación a niños y adultos que vivan en el ámbito rural. 

"La mayoría de las mujeres que habitan y transitan nuestra ruralidad profunda trabajan a la par de sus maridos, de sus esposos, de sus hijos, pero no tienen un sueldo. Tenemos decenas de mujeres que hacen actividades a las que le ponen el cuerpo y luego vuelven a casa y en casa hay que seguir haciendo. Hay que preparar la comida para la familia, hay que echar leña para la salamandra, hay que regar la huerta, hay que darle de comer a las gallinas y hay que recibir a la familia del patrón. Esas mujeres, muchas de ellas, no tienen un recibo de sueldo, nadie les reconoce cómo corresponde: con aportes, con salario", afirma. 

Humor rural

Analia Danperat nació en la ciudad de Las Flores, pero cuando conoció a Josecito, su marido, un hombre de campo, decidió convertirse en más que su mujer, y se casó también con el campo. Así que cambió "una oficina con luces fluorescentes, máquinas y paredes grises" por una vida de producir cereales y criar animales.

"Yo me identifico como una mujer rural porque sigo viviendo en las zonas rurales. Si bien alterno un poco con la ciudad, por el tema de nietos e hijos, mi vida está en el campo. Con mi marido vivimos de la producción del campo, criando nuestros animales y teniendo nuestra huerta", afirma.

Pero Analia vive entre dos mundos, ya que además de la tierra apuesta por la palabra. Después de criar a sus cuatro hijas, decidió dedicar más tiempo para sí misma. A los 60 años comenzó a ir a un taller de teatro, donde descubrió el stand up. Hoy, recorre la provincia dando shows. "Siempre hago cosas relacionadas al campo, que es lo que sé, porque yo siempre digo que de hablar hay que hablar de lo que uno sabe, y yo sé lo que es la vida en el campo. Me gusta que la gente se ría, me siento muy feliz con esa risa y ese aplauso final, para mí es un premio", sostiene.

Analia también escribe cuentos relacionados al ámbito rural, y es dramaturga. Una de sus obras, "¿Quien mato a Gomez?", ganó el 3° premio en el Certamen nacional de obras de humor Cigomatico mayor de La Pampa. Muy influenciada por su vida en la ruralidad. "No es fácil la vida del campo, no es tan fácil ni tan ideal como se dice. Dependemos mucho del clima, no se puede uno quedar en la cocina porque hay animales para atender, precios que a veces no son lo correcto. Es una lucha constante. El campesino, el que vive del campo, sabe perfectamente que es una lucha los 365 días del año y que no siempre es bien recompensado, pero bueno, el que nació del campo, el que vive del campo y el que es de campo no lo va a dejar. Es un constante luchar, pero es un medio de vida que conoce y que va a seguir. Se sigue, a pesar de todo, se sigue", concluye. 

Cumplir sus sueños


Andrea Izzo Capella es diseñadora de moda, nació en Capital pero se mudó a Las Flores para encargarse de la línea deportiva de Roberto Piazza, con quien trabajaba. Pero además, la familiaridad del campo la atraía: "me hace acordar al Beccar en el que me crié”. Pero poco a poco se empezó a involucrar con mujeres rurales, escuchando sus maneras de entender su producción, sus modos de vida, sus roles en sus comunidades.  

En 2018 comenzó el proyecto del Centro Cultural y Diseño "Mujeres Rurales", una asociación civil en formación que busca visibilizar los desafíos socioculturales de las mujeres rurales de la pampa gaucha. Pero es, también, una escuela, donde se ofrecen capacitaciones en diferentes áreas de la moda: diseño, moldería, bordado, pasarela, entre otras. Así, busca ofrecerle a estas mujeres en situación de vulnerabilidad la posibilidad de hacer suyo un mundo que parecía lejano. 

"Me interesa trabajar con el autoestima de estas mujeres, volver a recuperar su femeneidad, su poder, su autoestima, su capacidad de crecimiento, su creencia en la vida. La mujer rural habitualmente por historia fue una mujer que estuvo abocada a cuidar a su familia, a cuidar a sus hijos, a sus adultos mayores, a ir a buscar la leña, a preparar la huerta, a los animales. En toda esa historia siempre quedaron de lado sus deseos y sus posibilidades. Lo que yo estoy tratando ahora es que de ellas cumplan su deseo, que sepan el poder que tienen al caminar, el poder que tiene su mirada, el poder que tiene su cuerpo, el poder que tiene su andar. Cuando se vive lejos de la capital, cumplir sueños es una tarea difícil, cuanto más lejos, más difícil. Estoy tratando de que todas ellas de una u otra manera puedan cumplir sus sueños", afirma. 

Una casita de arte

A los veinte años Magalí Luengo se fue a vivir al campo desde Tres Lomas, donde había nacido, con su pareja. Es técnica en administración de empresas y realizó sus estudios a distancia. "Desde que nos mudamos a la zona de Lértora me habian comentado que se juntaban en una casa a un taller de arte. Yo estaba recien mudada y no conocía el campo donde se juntaban, asi que no me sumé. Empecé a ir porque dejaba a mi hijo en la escuela y me quedaba cerca", afirma.

Está hablando de La casita de Lértora, primer centro comunitario rural que se define como "un espacio de encuentros, inspiración, aprendizaje y conexión con la comunidad". En julio de este año festejaron su primer aniversario. Magalí recuerda que desde el primer momento se empezó a pensar en reacondicionar el espacio y darle un fin comunitario. "Es un lugar de aprendizaje pero tambien de socializacion porque siempre esta la charla y el mate de por medio", afirma. 

Magalí define a la mujer rural como "todo terreno". Si bien va al pueblo cada tanto, a penas está unos días ya se quiere volver. "El que quizás no vive acá te dice que te aburrís, pero no tenés tiempo de aburrirte", dice. Pero también reconoce que se va poniendo más difícil con el tiempo, sobre todo con los chicos. "Cuando terminan la primaria los chicos se tienen que ir a veces, en mi caso mis hijos eligieron seguir en la escuela rural, y los costos son altos. Como adolescentes empiezan a perder ciertas cosas, o tienen menos momentos de socialización porque ya no quedan tantos jovenes en el campo. Las familias emigran a las ciudades", afirma.