Desde Mar del Plata

“Somos una colonia de los Estados Unidos que elige hablar en español y filmar en español”, dijo Israel Lugo, protagonista del film puertorriqueño El silencio del viento, levantando un poco la temperatura antiimperial de la fresca noche marplatense. Seguramente no habrá tenido en cuenta que decía esto en el marco de un festival de cine argentino dirigido desde este año por un director artístico importado desde Estados Unidos, Peter Scarlet, que a la inversa del silencio del viento, no habla castellano. De todos modos, la propia El silencio del viento –cuya presentación en este festival representa su debut internacional– tiene sus contradicciones, ya que si bien está hablada en castellano, en términos narrativos podría considerársela bilingüe, en tanto intenta aunar un lenguaje no estandarizado con elementos de esa patente estadounidense que es el thriller. La dominicana Cocote, presentada en Competencia Latinoamericana, no cede a esos contagios. Algo que sí hace la danesa Thelma, también en Competencia Internacional. La francesa Les gardiennes y la palestina Wajib también se presentan por estos días en la sección de cabecera del festival.

Dos años atrás, el documental Santa Teresa y otras historias ganó la Competencia Latinoamericana de este festival. Este año, su director, el dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias, vuelve a la misma sección pisando firme con su segunda película, la docuficción Cocote, que viene de ganar un León en Locarno y presentarse en San Sebastián. Cocote trabaja sobre ciertos ejes muy propios de lo que podría llamarse “la cuestión latinoamericana”, como son los abismos de clase, las distintas formas de creencias religiosas, la violencia y el abuso por parte de los poderes del Estado. Pero lo hace con una libertad y creatividad formales poco frecuentes. El “cocote” del título es nuestro cogote, que un pesado, miembro de las fuerzas de seguridad, le cortó a un hombre por una deuda impaga, en un alejado rincón selvático donde parecería imperar la ley de la ídem. Mientras su viuda e hijas lo lloran, vuelve de la capital el hijo mayor, que es evangelista practicante. Su fe chocará con las creencias afroamericanas de sus parientes, que se manifiestan en rituales de conversión, mientras una de las hermanas lo insta a cobrarse venganza. “Nelson” (así se lo llama, para simplificar) combina esta ficción, actuada por actores no profesionales, con una fuerte impronta documental, dada sobre todo por el folklore y rituales afro de la zona. Y combina también un estilo narrativo discontinuo, con una gramática que va en contra de las convenciones, con una narración más clásica, menos disruptiva. Lo cual tal vez resulte, paradójicamente, el mayor signo de libertad de un cineasta que podría ser, si quisiera, uniformemente radical. Pero elige no hacer de eso una religión.

En la puertorriqueña El silencio del viento, los dominicanos son inmigrantes ilegales a quienes los protagonistas, una familia dedicada a ese menester, introducen a Borinquen. El realizador debutante Álvaro Aponte–Centeno, que de acuerdo a la presentación que de él se hizo en la función inaugural primero filmó la película y después estudió cine, filma a esta familia –hombre, hija, hermana– con impronta documentalista y utilizando los exteriores nocturnos como forma de acentuar una visibilidad “difícil”. Pero esta familia es a la vez un pequeño clan mafioso que se halla en medio de una guerrita, y esto le da al film su costado de thriller criminal, con su correspondiente ejecución y la tensión producto de ésta. Con lo cual El silencio del viento, que no carece de méritos narrativos y visuales, termina navegando a demasiadas aguas –la social, la íntima, la genérica– como para salir limpiamente a flote. 

Si uno no supiera que Les gardiennes está basada en una novela, viéndola se daría cuenta. La película de Xavier Beauvois (realizador de De dioses y de hombres) es el más clásico film–novela. Película de época (Primera Guerra Mundial), relato de amplio arco temporal (seis años), y estricto recorte espacial (una propiedad agrícola familiar), Les gardiennes trabaja sus historias en dos planos: el de lo visto (la vida de las mujeres en la granja) y el fuera de campo del frente de guerra, donde se hallan los hombres de la familia. El relato de Beauvois tiene la precisión y la solidez de lo clásico, y también la previsibilidad estética de esa clase de narraciones. La mayor sorpresa es la presencia de una Nathalie Baye octogenaria, en el papel de matrona familiar. En Thelma, que es su cuarta película, el danés Joachim Trier vincula el despertar sexual de su protagonista adolescente –que se inicia con una chica ligeramente mayor– con una fuerza sobrenatural, que le produce ataques convulsivos a la vez que genera extraños fenómenos a su alrededor. En paralelo con esa asociación hay una oposición, entre la crianza estrictamente cristiana en la que la chica fue educada y esa sexualidad tortuosamente descubierta. Hay dos problemas básicos en el film danés. Uno es, otra vez, el “factor thriller”, dado por una música de intención impactante y escenas apuntadas a la generación de suspenso. El otro es su absoluta frialdad, que se extiende de los decorados como de laboratorio a la impecable fotografía (de una calidad de definición digna de revista especializada), el rostro impertérrito de la protagonista y, sobre todo, la dirección de Trier, digna de una máquina de precisión. 

Lo que Cocote hace sin que se note, logrando disolver en el relato ciertas lacras latinoamericanas, Wajib (primera película palestina dirigida por una directora mujer) lo vuelve demasiado evidente, notándose que se trata de una película “temática”. Para hablar de Palestina, la realizadora Annemarie Jacir elige como palanca narrativa el recorrido que un padre y su hijo treintañero deben hacer a través de la ciudad de Nazareth, para entregar a parientes y amigos las invitaciones para el casamiento de la hija. En paralelo con las rencillas entre ambos (que dejan ver el patriarcalismo y conservadurismo subsistentes en esa cultura), el trayecto (y la radio del auto) permite exponer el descuido público de la administración palestina, el alto número de muertes cotidianas (se supone, aunque no se diga, que por acción de las fuerzas israelíes), el peso de lo familiar y lo social como formas de control y vigilancia y el rol subsidiario de la mujer, entre otras deudas. Nada nuevo para las películas sobre sociedades musulmanas, pero sí tratándose de palestinos, lo cual en términos estrictamente informativos se agradece. El problema es la sensación de “tildado”, tema por tema, que esta clase de esquema narrativo produce. Hay un segundo problema en Wajib y es su carácter de comedia, muy calculadamente previsto para agradar al público, apretando uno por uno los botones sensibles de la audiencia. Algo que el final de la primera proyección marplatense no hizo más que confirmar, con el consabido aplauso general en cuanto los títulos finales empezaron a desfilar.

La mejor película vista hasta ahora en esta 32° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata no fue, sin embargo, ninguna de las nombradas. No fue siquiera una película de las normalmente consideradas “festivaleras”, sino un “tanque” hollywoodense hecho y derecho. Se trata de La forma del agua, la nueva del mexicano Guillermo del Toro, superproducción de la Fox en la que una encantadora mudita, como salida de una película de Chaplin, se enamora de una especie de Aquaman hallado en el Amazonas, al que el FBI y el Ejército yanqui suponen terriblemente peligroso, en los paranoicos tiempos de la Guerra Fría. Es la película narrativamente más osada, visualmente más audaz y políticamente más combativa de todo lo visto hasta ahora aquí, y ya habrá ocasión de hablar de ella más a fondo cuando se estrene, en poco tiempo más.

* Thelma se verá por última vez hoy a las 16.30 en el Aldrey 3. Wajib se verá por última vez hoy a las 11.10 en la misma sala.