El dudoso arte de tomar un hecho insignificante –o directamente inexistente– para devolverlo a la esfera pública embadurnado con una generosa capa de sensacionalismo, exageración y fantasía es tan viejo como el periodismo. José de Zer fue uno de los pioneros locales en producir este tipo de noticias que no son tales y que hoy reciben el nombre de fake news. Pero a diferencia de casi todas las actuales, moldeadas según los intereses de las usinas periodísticas, las de su autoría no perseguían otro objetivo que saciar el deseo de la audiencia de que exista algo que trascienda los límites de la compresión humana. Y el deseo suyo de explotar las mediciones de rating, tal como ocurrió durante los largos meses que duró la “investigación” sobre la posibilidad de vida extraterrestre en el Uritorco. Lo ocurrido en el cerro cordobés, con testigos de dudosa veracidad, luces en el cielo, piedras con inscripciones ancestrales y marcas en el pasto, entre otros ingredientes dignos de la ciencia ficción, es el epicentro narrativo de El hombre que amaba a los platos voladores, de Diego Lerman, que llegará a la plataforma Netflix el viernes 18.
Con Leonardo Sbaraglia en la piel de De Zer y el tucumano Sergio Prina a cargo de interpretar a Chango, su inseparable camarógrafo y compañero de aventuras, la última película del director de Tan de repente (2002), Mientras tanto (2006), La mirada invisible (2010), Refugiado (2014), Una especie de familia (2017) y El suplente (2022) no es una biopic al uso, de esas que recorren en modo automático las principales postas de la vida del homenajeado de turno. Del José de Zer privado se sabrá poco y nada, pues lo que importa es cómo fue que un cronista de espectáculos se transformó, a fuerza de convicción, inventiva y fe, en la figura más importante de periodismo audiovisual del momento. O, al menos, del sector del periodismo audiovisual para el que noticia y show marchan juntos y a la par. Tampoco hay una mirada burlona sobre un personaje que se prestaba para la joda. Al contrario: El hombre que amaba los platos voladores, como ocurrió durante el Mundial de Qatar, elige creer.
“Hay películas con las que uno no duda”, responde Sbaraglia cuando se le pregunta qué lo llevó a involucrarse en un proyecto que implicaba interpretar nuevamente a un personaje real luego de hacer de Carlos Menem en la serie Síganme, producida por la plataforma Prime Video y todavía sin fecha de estreno confirmada. “Creo que fueron las ganas de trabajar con Diego y que me parecía un personaje muy atractivo para investigar, más allá de que fuera José de Zer. A veces dudo porque quizá no conozco al director o por el guion. Pero acá me gustó mucho la primera versión y mucho más las versiones finales. A medida que avanzaba el desarrollo, se le fue dando cada vez más empatía y corriendo la discusión sobre si el tipo estaba volviéndose un poco loco. Ese eje está, pero la película se movió a lugares más poéticos, como si viajara dentro de su cabeza”, agrega.
-Ese corrimiento se nota en el trato cariñoso de la película hacia De Zer, más allá de que sea un personaje con flejes que abrían las puertas a la burla.
-Sí, totalmente. La pregunta es donde están los límites entre la cordura y la locura. No podría hablar mucho porque no escribí el guion, pero la reflexión que me sale después de haber transitado es que José tenía una energía enorme, un gran entusiasmo y mucha capacidad de creer, al punto de que terminó creyendo su propia invención. La película juega con esa especie de péndulo entre la locura y el misterio, la poética y la ficción, qué creer y qué no. Es un poco como una metáfora de hacer cine, que también es una locura. Filmar una película implica a veces ocho o diez semanas de trabajar 14 horas por día en una especie de guerra. Por suerte no muere nadie, pero hay que salir a cazar seres que no existen, como platos voladores o dragones. Lo de José y Chango tiene mucho del Quijote y Sancho Panza. "Seguime, Chango, que hay dragones donde estamos viendo molinos de viento".
-En la presentación de la película en Buenos Aires, antes de su estreno San Sebastián, dijiste que cuando te toca interpretar un personaje real partís de un plano general, con todos lo que sabés y tus prejuicios, y que a medida que te adentrás vas descubriendo cosas. ¿Qué veías en ese “plano general”? ¿Qué fuiste descubriendo?
-Lo que me había quedado era la parte más bizarra de la casa encantada y los platos voladores. Uno de los cámaras que había trabajado con él vino a un ensayo, y lo primero que nos dijo fue que si íbamos a burlarnos, se levantaba y se iba, porque era su amigo y lo respetaba a él y a lo que habían hecho. Había una especie de pacto en la creencia y en todo lo que generó. No era sólo una cuestión de rating. En ese pacto también había amor, lealtad, momentos compartidos. En el plano general era un periodista que se animaba a todo y podía sacar jugo de las piedras. Cuando me fui acercando, encontré un tipo al que todos respetaban y admiraban, un laburante que había conseguido muchísimo. José de Zer fue vanguardia en muchas cosas y pudo meter televisión-espectáculo en un noticiero. De alguna manera, desnudó los mecanismos que hoy vemos muy claro en la construcción de las noticias. ¿Dónde está la verdad? ¿Cuál es esa verdad?
-Al lado de lo que se ve y se escucha hoy, lo que hacía De Zer era un juego de niños…
-Sí, un juego de niños que no jodía a nadie y no tenía ningún interés especulativo detrás, más allá de lo personal y de la conveniencia del rating. No mentía ni decía cualquier cosa sobre nadie. Había lealtad ahí. Me parece que es una película muy luminosa, de esas que sanan, y dan alegría y vitalidad. Y él tenía algo muy vital, más allá de que fumaba muchísimo y seguramente debía tener sus propios demonios. Hay momentos donde se enoja, pero tienen más que ver con la obsesión en la que empieza a entrar, con sentir que lo que suyo era una misión. Eso lo lleva a perder un poco el registro de la realidad. Pero era un tipo muy luminoso, muy lindo y con una energía hermosa. Sentí esa energía al hacerlo.
De jaulas y comedias
-En tus trabajos de los últimos años, más allá del género, transmitís una impronta mucho más descontracturada, como si estuvieras menos preocupado por el qué dirán y la actuación fuera un juego. ¿Es así?
-Me parece que es un camino natural, al menos en mí. Me costó bastante salir del lugar donde estaba. Empecé en una tira adolescente, pero siempre quise ser un actor "serio". En los años '90 me costó mucho eso; de hecho, me pasé un poco de rosca. Quizá se me fue mucha energía buscando demostrar que era un actor "serio". Irme a España me hizo muy bien, sobre todo con la acumulación con la que volví. Viví diez años allá y creo que ahí terminó de cuajar el actor que soy hoy. Eso hizo que lo más importante no sea yo sino el personaje y lo que tiene para contar. Hace poco miraba a Griselda (Siciliani) en Envidiosa, y me parece que ahí se ve a una persona despreocupada y lanzada. Eso es lo que uno busca: estar lanzado y que lo que mande sea la imaginación. Pero para eso, claro, hay que vencer algunas cosas. Y no hay que olvidarse que el actor también es una persona.
-Primero es una persona.
-Claro, no se puede dividir lo que vas generando, haciendo y creciendo como actor de las mochilas, encorsetamientos y cárceles que tenés como persona. Se nota en el trabajo cuando lográs salir de algunas jaulas. Así que agárrense porque acabo de empezar (risas).
-¿Se vienen más comedias? ¿Te sentís cómodo en ese género?
-La serie de Menem tiene mucho de comedia, también. A mí me encanta. Mi maestro Agustín Alezzo siempre decía que no importaba el género, que uno siempre tiene que trabajar para la verdad. Uno no trabaja para hacer comedia o drama. Por supuesto que siempre tenés que estar suelto, pero para hacer comedia no te queda otra que estar suelto y entregado al ridículo. Esa es la clave: no tener miedo, no estar "cuidando el culo", como se dice. Eso es lo que tienen los comediantes que se transforman en grandes actores, como Jim Carrey, que es un genio. Primero tenés que estar suelto por dentro. A un tipo más encorsetado quizá le es más fácil acceder al drama porque en la comedia se nota más que te estás cuidando.
-¿Es mucho más fácil mover emociones en el drama que hace reír a alguien?
-No sé qué es más fácil. Sí sé que siempre hay que apostar a lo que tenga esa verdad. No especular también tiene que ver con eso. Si estás especulando, estás barrenando en algo que ya conocés y no permitiéndote estar vulnerable. Y estar vulnerable no significa necesariamente hacer drama, porque para la comedia también tenés que estar así. Es más, diría que para la comedia necesitás estar más vulnerable que para cualquier otra cosa. Perder el miedo al ridículo es una sensación de vulnerabilidad enorme. Es difícil de vencer la idea del ridículo.
Discutir con trolls
La rotura de la soga que lo ataba a la búsqueda del rótulo de “actor serio” marcó un evidente crecimiento interpretativo en Sbaraglia, quien durante el lustro ha recorrido con soltura y disfrute la que probablemente sea la mejor etapa de su carrera profesional. No por nada desde la pandemia filmó más de una docena de películas y series, tanto en la Argentina (El gerente, Puan, la mencionada Menem) como en España (el largometraje Errante corazón; las series Élite y Las azules).
El éxito, sin embargo, no lo hace sacar los pies del barro de una realidad en la que las industrias culturales nacionales son uno de los objetivos predilectos de los recortes económicos y la “batalla cultural” impuesta por el Gobierno. “Hoy el discurso reinante es el de los trolls que dicen que dejes de llorar y de vivir de la teta del estado. Ni Lerman, ni yo ni ninguna de las voces que se alzaron en relación al cine está llorando por eso. Estamos llorando por nuestro país, nuestro cine, nuestros hospitales, nuestra educación y nuestra ciencia”, afirma.
"Veo un escenario de conflicto que nosotros no buscamos y en el que quieren quitarnos cosas que para nosotros son esenciales”, dice Sbaraglia. “Y ni siquiera lloro por mí, porque no puede irme mejor y mi coyuntura no pasa sólo por la Argentina. Por supuesto que no pongo al cine al mismo nivel de la ciencia, la pobreza o la educación, pero la cultura de un país es parte su identidad. Lo más absurdo, lo más dañino y doloroso es el nivel de perversión de la información, como cuando se usan los gastos del cine para hablar del hambre los chicos. Es una discusión absurda”.
-¿Es una discusión?
-No, porque nadie quiere discutir. Es todo a fuerza de trolls, desgraciadamente. La gente que está gobernando tendría que estar orgullosa del cine y de la educación que tenemos. Estoy seguro de que hay un montón de cosas para pensar y corregir del INCAA, al que ni siquiera pisé, pero está claro que no están dando esa discusión. Ojalá algún día podamos vivir en un país donde, gobierne uno u otro, podamos seguir avanzando en la misma dirección. No se puede si viene uno y lleva todo para un lado, y después viene otro y se corre todo hacia el lado opuesto. Hay millones de personas en el medio y eso es muy doloroso.