TEXTO: Joel Álvarez
FOTOS: Cecilia Salas

El huevo late. Es brillante, de un color fluorescente. El Teatro Vorterix espera el quiebre y, después, el nacimiento. Del huevo sale una criatura con pelos plateados, la panza al aire y unas botas Converse a la altura de sus rodillas: cien por ciento estadounidense. Lo primero que escucha Ashnikko, rapera del alt-pop con raíces dispares pero trazables, son los gritos de una horda de fans inconsolables.

A los 28 años, la cantante se presentó por primera vez en solitario en Argentina en el marco de su Weedkiller Tour. Ya había pasado por acá hace dos años, en una visita fugaz a la edición local de Lollapalooza. Pero considera que los festivales son "algo muy impersonal". Quizás eso explique el estado de exaltación de los cientos de seguidores que llenaron el teatro. O quizás lo explique la sed de la cantante de North Carolina por interactuar con ellos: les habló directamente durante todo el show, les preguntó cómo estaban, les pidió que le enseñaran palabras o frases en español. "¿Cómo se dice serving cunt en español?", preguntó, promediando el show. "Servir concha", le respondió un fan atragantado por la inverosimilitud del momento. "¿Servir concha?", chequeó ella, en un español mal acentuado. "Servir concha", dijo con más seguridad. Y repitió la frase toda la noche.

Foto: Cecilia Salas

Con menos de diez años de carrera, Ashnikko tiene una discografía compuesta más que nada por mixtapes y EPs que registran la construcción imprecisa de una identidad maleable: rapera al principio, cerca del punk por momentos y más alineada con el hyperpop en los últimos tiempos. WEEDKILLER, su primer disco de estudio "de verdad" (antes vino Damidevil, en 2021, que solo alcanzó el estatus de mixtape), fue la excusa que la trajo a Buenos Aires. Conceptual y con una marcada estética futurista, WEEDKILLER construye el relato de un hada cuya civilización es invadida y destruida por máquinas que se alimentan de materia orgánica. El hada busca venganza y se convierte parcialmente en máquina, una criatura mitad princesa mitad robot que intenta sobreponerse al desastre ambiental y la evolución descontrolada de la tecnología.

El concepto toma prestadas ideas y estéticas ya exploradas por otras cantantes del indie como Grimes, Aurora o incluso Arca, pero en el show se hace evidente que Ashnikko suma una capa de ironía, una irreverencia yanqui que cubre de falsa hipersexualización a su obra y le resta solemnidad. "¡Soy tímida!", gritaba cada tres o cuatro temas, antes de hacer un bailecito sugestivo o de provocar a sus fans.

Foto: Cecilia Salas

Dos bailarinas y un árbol extraterrestre con tentáculos como ramas fueron toda la puesta en escena que necesitó esta artista para dar un show: algunos dirán cutre; otros, despojada. Pero sus fans enloquecieron no sólo frente a hits como Daisy, viral en TikTok, o Slumber Party, un tema con una base intoxicante al nivel de Milkshake y los mejores himnos dosmileros, sino también sus cortes más profundos, como Miss Nectarine, que sumó específicamente para este tramo de su gira. Si en esta nueva etapa hyperpopera Grimes o Slayyyter la superan en calidad y artesanía, Ashnikko no tiene nada que envidiarles en términos de público. Cuando se acerca más a sus raíces raperas, parece difícil recordar que, hace menos de dos décadas, era un género primordialmente hecho por hombres.

Entre relatos de manzanas podridas, fantasías de cheerleaders y enfrentamientos imaginarios con máquinas de inteligencia artificial, la novia de Arlo Parks tiene ese brillo indivisible del estrellato norteamericano: la capacidad de ponerse un show entero bajo los hombros, de enloquecer a su público, de llevar el personaje al paroxismo para el disfrute de los fans.

Foto: Cecilia Salas

Doblada en el escenario, con sus Converse hasta las rodillas, Ashnikko canta sobre chapar con chicas que la usan para practicar para chicos que no los van a amar como ella, sobre proyectar una imagen hipersexualizada de sí misma como la realización de una fantasía y no como una invitación, sobre futuros cercanos y distópicos, sobre el final de todas las cosas. Lo hace siempre con un guiño en el ojo, con una sonrisa en la cara. Un hada corrompida por los horrores modernos, como una burla o como una contradicción, irreverente hasta el final.


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