Sin códigos                     7 puntos

Verbrannte Erde; Alemania, 2024.

Dirección y guion: Thomas Arslan.

Fotografía: Reinhold Vorschneider.

Música: Ola Fløttum.

Intérpretes: Mišel Matičević, Marie Leuenberger, Alexander Fehling, Tim Seyfi, Marie-Lou Sellem.

Duración: 101 minutos.

Estreno: en salas de cine únicamente.


El cuadro es pequeño (apenas 22 por 30 centímetros), pero muy valioso: Mujer frente a la puesta de sol, del pintor romántico alemán Caspar David Friedrich, realizado hacia 1818. Esa pieza está en centro de Sin códigos, la nueva película del director berlinés Thomas Arslan. Aparentemente simple, pero encendido por los últimos rayos del sol, ese óleo no sólo será el primer motor de un robo que –de acuerdo a la mejor tradición del film noir- no saldrá tal como estaba planeado. También es la obra que marca la tonalidad de un policial que hace del ocaso su letimotiv: el día que se acaba, la incertidumbre que trae consigo la llegada de la noche, el futuro incierto.

La trama de Verbrannte Erde (el título original también parece aludir a aquello que se deja irremediablemente atrás: “Tierra quemada”) es clásica: un ladrón profesional taciturno y solitario llamado Trojan (Mišel Matičević) anda de malas. Ya no es joven, los robos al viejo estilo no rinden lo que antes y se arriesga cada vez más casi por nada, por unos relojes de lujo que apenas le reditúan –reducidor mediante- unos pocos miles de euros. Necesita volver a las grandes ligas, a un golpe importante, para no tener que andar a los tumbos, quizás para retirarse. Pero no es fácil. Busca un antiguo contacto –una mujer de su edad con la que supo trabajar, y quizás algo más- y aparece una oportunidad. Ser parte de un atraco a un taller de restauración en las afueras de Berlín, donde está transitoriamente el cuadro de Friedrich. “En Alemania, los cuadros de los museos no están asegurados… sería muy caro”, explica alguien.

Pero debe ser un trabajo en equipo y del grupo que le proponen solamente conoce a Luca (Tim Seyfi), un veterano que también quiere dar un gran golpe que sea el último, para dedicarse al restaurant que tiene con su compañera y terminar de pagar sus deudas. Los otros dos –un experto informático, una conductora especializada en manejar a toda velocidad- son mucho más jóvenes, pero Luca responde por ellos. El problema es el comprador del cuadro, que no parece de confianza. Más para Trojan, que es particularmente receloso y tiene sus razones: hace tiempo se ha dado cuenta de que ya no hay códigos en el mundo del hampa. Si es que ese mundo, tal como lo conocía, todavía existe.

A la manera de los policiales franceses de Jean-Pierre Melville, Trojan –un personaje que proviene de una película anterior del mismo director, En las sombras, exhibida en el Bafici 2010- es un lobo estepario: prefiere el silencio y la soledad. Acorde con su protagonista, la película de Arslan es seca, de pocas palabras, tajante. Y a la manera del cuadro de Friedrich tiene un tono siempre pardo, melancólico, otoñal.

Y si no fuera porque alguien lo menciona, casi no podría saberse que la película transcurre en Berlín. A diferencia de las superproducciones que usan la capital alemana como una tarjeta postal atravesada por persecuciones y disparos, en Sin códigos todo parece transcurrir en extramuros: zonas fabriles, depósitos abandonados o los hoteles económicos e impersonales en los que se aloja Trojan, nunca más que por una noche. Esa periferia de la opulencia es la que asoma en Sin códigos, como si sus personajes ya hubieran sido expulsados de allí donde verdaderamente se mueve el dinero.

El director Arslan –que supo integrar lo que allá por comienzos de siglo se conoció como “la Escuela de Berlín”- comparte con algunos de sus colegas generacionales, como Christian Petzold, la admiración por el cine clásico de género. Pero a diferencia de Petzold –un cineasta de mayor vuelo, hay que decirlo- el director de Sin códigos es un poco como su protagonista: prefiere no llamar la atención, hacer su trabajo discretamente, como si su gesto más desafiante fuera el de hacer un film deliberadamente anacrónico. Como la mujer del cuadro, Thomas Arslan también parece enamorado del ocaso. 

"Mujer frente a la puesta de sol", de Caspar David Friedrich