Simón mueve la cabeza, describiendo un círculo casi perfecto, aunque el giro dista de ser armonioso. Es un movimiento de apariencia involuntaria, incontrolable. Alguien le pregunta la edad, si posee documento de identidad y cuál es su profesión. “21. Si. Ayudante de mudanzas”, contesta el joven, sin dejar de mirar directamente a los ojos del interlocutor, otro muchacho como él, tal vez algunos años mayor. Simón está practicando para solicitar un certificado de discapacidad, pero en realidad no tiene problemas concretos que lo justifiquen. Existen, quizás, otros problemas, aunque están más ligados a su carácter, a la dificultad creciente de comunicarse con otras personas. Por otro lado, y a diferencia de lo que pudiera suponerse en un primer momento, Simón no es un exponente típico de la viveza criolla, alguien que pretende hacerse del certificado para poder estacionar en cualquier lugar libre o recibir una ayuda económica mensual. Es sólo que sus nuevas amistades –en particular Pehuén, el que le “toma examen” en medio de las montañas, antes de que un fuerte viento los empuje a buscar cobijo– forman parte de un grupo de estudiantes con capacidades especiales y Simón cree que la mejor manera de estar entre ellos y con ellos es mimetizándose. Mucho no le cuesta y, de hecho, parece sentirse más a gusto así que en los cada vez más escasos momentos de “normalidad”.

Ese es el punto de partida del primer largometraje en solitario del realizador argentino Federico Luis, que tuvo su estreno mundial en el mes de mayo en el Festival de Cannes, llevándose el Gran Premio a la mejor película en la prestigiosa sección Semana de la Crítica. Un nuevo peldaño en una filmografía que ya suma varios y galardonados cortometrajes. Simón de la montaña marca asimismo el regreso de Lorenzo “Toto” Ferro a la gran pantalla, en su segunda actuación en una película luego del fulgurante debut en El ángel, de Luis Ortega. Es una película provocadora, por momentos inquietante e incluso perturbadora. El retrato de un joven, habitante de un pequeño pueblo patagónico, que sólo parece sentirse a gusto entre esos chicos y chicas especiales, mientras en casa la relación con la madre y el novio de esta comienza a tensarse hasta límites impensados. Y así, esa suerte de parálisis que se ha inventado, sumada a un audífono prestado cuya dueña ya no lo necesita, Simón descubre nuevas relaciones e intenta buscarse un lugar emocional en un mundo en el cual no está nada cómodo. Coprotagonizada por el realizador tucumano (y coguionista del film) Agustín Toscano, la actriz Laura Nevole (la tenista en la “Tetralogía del tenis” de Lucía Seles) y un grupo de actores no profesionales con auténticas discapacidades o divergencias físicas y mentales, Simón de la montaña tendrá su estreno en salas de cine el próximo jueves 31, luego de recorrer festivales como el de Cannes, San Sebastián, Shanghái y Múnich.


“Es una película con muchas capas, porque fue tomando forma a lo largo de siete, ocho años. La primera certeza que tuve fue que transcurría en la montaña. Es como si uno estuviera pintando un cuadro en el cual lo primero que aparece es el fondo y sólo más tarde los personajes”. Así describe Federico Luis, nacido en 1990, el origen de Simón de la montaña, cuyo título remite obviamente al famoso mediometraje de Luis Buñuel Simón del desierto (1965), a pesar de compartir apenas algunos elementos secundarios. “Buñuel me formó mucho. Siento que antes de conocerlo veía películas, pero después de ver su obra empecé a ver cine. En Simón del desierto aparece este estilita, un semi santo que se sube a una columna en el medio del desierto para alejarse de sus deseos y empieza a alucinar. De algún modo, el recorrido que hace ese personaje es cercano al de este otro Simón, si bien son películas casi opuestas en muchas cosas. Quizás los unan los deseos y cómo a través de ellos se termina conformando su identidad”.

Luis también recuerda que ese fondo montañoso dejó de ser tan relevante ante la aparición de los personajes, “casi un paisaje borroso detrás de los primeros planos de los actores. De todas formas, la montaña siempre permite meditar, es un espacio en el cual la escala y la distancia hacen que uno ingrese en la posibilidad de un estado filosófico, por llamarlo de alguna manera”. El realizador también recuerda que conocer a Pehuén Pedre, uno de los protagonistas de la película, el compinche inseparable de Simón en la ficción, “su picardía y la manera en la cual él se ve a sí mismo”, fue algo definitorio para el film. “Nacimos los dos en el mismo año y, al conocerlo, sentí que la de Pehuén era otra versión posible de mi historia. Fue entonces cuando me propuso hacer un viaje, pero yo no estaba en situación económica de poder hacerlo. Me dijo que no íbamos a tener que pagar nada, que él iba con su título de discapacidad, y me sugería que yo sacara mi propio certificado. Que con las cosas que le había contado sobre mí perfectamente podría hacerlo. Eso no ocurrió, pero mientras nos íbamos haciendo amigos fui compartiendo mis imperfecciones y él las suyas”.

Simón sigue practicando las preguntas y respuestas que posiblemente la asistente social le tomará en su debido momento. Durante las clases en la escuela especial se ensaya una puesta de Romeo y Julieta, pero un profesor cae en la cuenta de que Simón no puede estar allí sin el aval oficial, y todo se complica aún más cuando un incidente en el baño de chicas es malinterpretado por el cuerpo docente. En casa las cosas van de mal en peor, y los cuestionamientos de su madre a su extraño comportamiento, amén de los intentos del padrastro por enderezar el curso de su vida, chocan de frente con el nuevo orden del joven. El recuerdo de Los idiotas, el famoso largometraje de Lars von Trier, asoma la cabeza en diversas escenas, aunque el tono y las intenciones del realizador danés son muy distintas a las de Luis.


Los idiotas es una película que me gusta mucho, pero al mismo tiempo se acerca al tema de la divergencia mental o física, a personajes con condiciones peculiares, de una manera que empecé a sentir que estaba atrasada en el tiempo. La representación en la historia del cine ha cambiado mucho. Un ejemplo que se me hizo muy claro fue el del blackface, los actores blancos haciendo de negros en los Estados Unidos. No es tan usual dentro del espectro de la representación de estos personajes que los actores sean realmente así en la vida real. Está muy instalada la idea de que lo van a hacer actores profesionales, muy distintos fuera de la ficción. Y si bien Los idiotas le da otra vuelta más al tema, es una película que tiene un elenco ciento por ciento normativo. Acá intentamos ir en contra de eso. En otras versiones del guion había un poco más de esa picardía para aprovecharse de las cosas, pero eso fue desapareciendo a medida que me acercaba al personaje que quería crear. La idea de darle una utilidad a ese certificado volvía demasiado material y banal al personaje, que era mucho más complejo. Tiene que ver con la búsqueda de su identidad. A Simón no le interesa sacar una ventaja económica o civil. Su conflicto está hacia adentro”.

Simón entabla una relación especial con la Colo (Kiara Supini), una chica con síndrome de Down que parece atraída hacia él más allá del contacto amistoso. Ese vínculo y el compañerismo con Pehuén hacen que Simón tome decisiones un tanto arriesgadas: una salida en combi, durante la cual Pehuén intenta aprender a manejar, termina con una parada al borde del mar, y ambas situaciones están atravesadas por un riesgo latente real. Para la pandilla se trata de una instancia de aventuras, pero el protagonista también siente que es un momento bisagra en la definición de su identidad futura. “La Colo fue el último gran hallazgo, quien realmente completó la película. No tenía ganas de hacer una película ligada a la idea de visibilidad, de la simple representación. Cuando conocí a Pehuén sentí que había conocido a un Leonardo DiCaprio dentro de ese universo. Todo lo contrario al paternalismo o la condescendencia. Y con Kiara fue algo parecido: el personaje ya estaba en el guion, pero costaba encontrar a alguien que pudiera entregar ese nivel de sorpresa que me habían dado Pehuén y Toto desde dos lugares distintos. La actriz Tamara Garzón tiene una escuela de teatro para personas con condiciones físicas o mentales peculiares y de inmediato me dijo que tenía que conocer a Kiara”.


Luis vio un video de ella patinando –una idea que Simón de la montaña recrea en una de sus mejores escenas– y sintió que lo que iba a pasarle al protagonista, siguiendo la letra del guion, podría perfectamente pasarle a él en la vida real, “En alguna dimensión posible”, acota el director. “Lo importante fue que la familia estuviera al tanto del planteo de la película y el acuerdo fuera transparente. Algunas familias son sobreprotectoras, casi siempre desde un lugar muy cariñoso, pero ese nivel de cariño implica temor e inhibe ciertas posibilidades, como la representación del deseo y la sexualidad. Hicimos una prueba de cámara y empezó a actuar de una manera que no se podía creer. Sentí incluso que me estaba manipulando, inventando unas tragedias familiares que no eran tales. Era simplemente actuación, en el sentido más profundo del término”. Federico Luis duda si decir o no lo siguiente, por simple pudor: el gran cineasta francés Bruno Dumont vio Simón de la montaña y le comentó que “el personaje era un vehículo que te transportaba a la Luna. Creo que esa idea le quita toda la solemnidad o el dramatismo a una cuestión que suele estar envuelta en esos tonos. Eso del viaje a la Luna es más como una ficción, una exploración de un territorio. Sin tanto juicio”.

“Toto” Ferro compone un personaje muy diferente al Carlos Robledo Puch del film de Ortega, pero de intensidad equiparable. Federico Luis intercala en una escena de su película imágenes hogareñas de Ferro cuando era muy pequeño, y en la pantalla puede verse a su padre en la vida real, el también actor Rafael Ferro. Un momento en el cual la vida real invade la pantalla, aunque reconvertida en ficción. “¿Podés dejar de mover la cabeza, por favor?”, lo increpa su madre unos minutos después de que la Colo se volvió a su casa y el televisor dejó de mostrar las viejas imágenes en VHS. “Lo hago sin darme cuenta”. A esa altura la mentira posiblemente se haya convertido en algo palpablemente real. ¿O acaso no es tan así? Gran parte de la potencia de la escena radica en la performance de Ferro. “Lo que me pasa con Toto, aunque eso es algo que descubrí después, es precisamente esto: primero descubrí a la persona y después al actor. Y Toto se lanza al vacío, su idea de la actuación no pasa tanto por una formalidad técnica como por una curiosidad muy humana. Siempre estuvo dispuesto a compartir todo lo que hiciera falta con el resto del equipo. Un interés más profundo que el simple hecho de hacer una película”.