El 17 de octubre es una fecha clave en la historia argentina, pero pocas veces se enfatiza el componente racial que atravesó a las mayorías populares que protagonizaron esa gesta histórica. Los "cabecitas negras", un término peyorativo que denotaba racismo y clasismo, fueron los verdaderos actores del Día de la Lealtad. A través de su organización, su fuerza y su presencia masiva en Plaza de Mayo, transformaron no solo la política del país, sino también la autopercepción de los sectores populares. Eran mayoritariamente migrantes internos, hijos de campesinos y obreros, cuyas raíces indígenas y afrodescendientes evidenciaban la composición étnica diversa de Argentina, algo que la narrativa oficial racista y blanqueadora de la nación había querido ignorar.

Estos hombres y mujeres racializados, desplazados desde las zonas rurales a los márgenes de la ciudad, construyeron una identidad política en torno al peronismo, no sólo por lo que este representaba en términos económicos, sino porque Perón primero y posteriormente Evita, lograron conectar con su demanda de dignidad. No se trataba únicamente de una reivindicación laboral, sino de una lucha por el reconocimiento y la justicia, elementos profundamente enraizados en las tensiones raciales y de clase que marcaban la sociedad de entonces (y de ahora).

El 17 de octubre no fue solo una jornada de reivindicación política, fue la irrupción de los marginados en la escena pública. Y aunque el término cabecita negra buscaba denostar, esos mismos sectores lo resignificaron con orgullo. Es fundamental reconocer que las mayorías populares que alzaron la voz ese día eran, en gran medida, personas racializadas que demandaban un lugar en la historia.

Hoy, al recordar esa jornada, es crucial volver a visibilizar ese componente racial en la construcción del pueblo peronista. La historia debe ser contada desde las periferias, desde los márgenes, desde la piel oscura que fue empujada a la invisibilidad pero que, un 17 de octubre, decidió que ya no podía ser ignorada.

La lealtad de aquel día no fue solo hacia Perón, fue también hacia la propia identidad, hacia el reconocimiento como actores fundamentales en la construcción de una Argentina más justa. El peronismo, si quiere honrar sus orígenes y mantenerse fiel a esa gesta histórica, debe volver a esa base de representación. Los dirigentes tienen que parecerse a su pueblo, a esos cabecitas negras que dieron vida al movimiento. Hoy más que nunca, necesitamos ver más negros y negras, en el amplio sentido de la palabra, ocupando espacios de decisión y representación dentro del movimiento. La agenda antirracista no puede ser una nota al pie; debe estar en el centro de los debates sobre la justicia social y la dignidad del pueblo. Solo así, el peronismo podrá seguir siendo el movimiento de las mayorías populares racializadas que luchan por una Argentina más justa. Porque como señala el intelectual afroargentino Federico Pita, no hay justicia social sin justicia racial.