Se sabe que cuando alguien hace un pacto con el diablo, sabe bien a quién le está firmando. El diablo tienta pero no engaña: por ejemplo "dame tu alma y te daré la eterna juventud o una gran riqueza". Y al principio da lo que promete para quedarse luego con el alma del firmante para siempre. Insisto, el que vendió su alma sabía quién es el comprador. Tentado, le firmó igual. Esa tentación enciende una esperanza que al final, es sabido, será contrariada. En una especie de batalla cultural y moral se va apropiando del alma poco a poco,

Que un tercio de un pueblo (San Pedro, Argentina) se aferre a una esperanza que se sabe no duradera, habla de la insensatez de la esperanza en tiempos de desesperanza y desesperación.

Un esquema piramidal tiene un tiempo preciso de terminación. Es cuando llega al punto de saturación y todo se derrumba. Una pirámide es el modelo de una sociedad injusta, con pocos ricos en la estrecha cima y una base cada vez más grande. La esperanza y el apuro de llegar a esa cima engorda una base que sostiene, culpable de inocencia, a una cumbre cada vez más inalcanzable.

La mercadería que se ofrece desde arriba y se compra desde abajo se llama esperanza. Uno de los que se hizo millonario con ese esquema se llamaba Carlo Ponzi, un italiano llegado a los Estados Unidos en los 20 y que descubrió que los cupones de correo internacionales se podían vender más caros en su nuevo país que en Europa. Prometía duplicar el dinero en 90 días. Decenas de miles hicieron cola para entregarle sus ahorros y recibir al principio jugosos intereses. Cuando aparecieron los problemas, muchos desesperados se aferraron más que nunca y le pidieron a Ponzi que incurriera en la política. Millonario ya, finalmente fue denunciado, apresado, pagó su fianza y volvió a Italia.

Se trata entonces de un tráfico de esperanzas. Todo un sistema dedicado a generarlas, administrarlas, manipularlas y finalmente demolerlas. Un ejercicio de inhumanidad ilesa ejecutado por traficantes de esperanza.

No pocos políticos fueron discípulos de Carlo Ponzi. Lo que pidieron como inversión inicial fue nada más que un voto. La base de la pirámide se construyó entonces con votos de los que depositaron toda su maltratada confianza. Hipotecaron a futuro un futuro imposible. Muchos se fanatizaron para sostener una esperanza cada vez más desesperada. Otros, creyéndose vivos, sabiendo que el final era anunciado, se adhirieron al sistema para ser los primeros en cobrar.

Un buen ejemplo lo brinda nuestro Congreso. Fueron muchos los que votaron con conciencia la falsedad de lo que votaban. Sacrificaron a jubilados, estudiantes, profesores, científicos, artistas para colocarse primeros en la fila de cobrar. Legisladores que votaban el veto a legisladores. Que vetaron su propio voto. Que vetaron a sus votantes. Se abrazaron a Ponzi sin amor. Ejercieron su poder sin pudor. Colocaron su alma a interés, firmaron, se fueron al diablo. Literalmente.

Eduardo Müller es psicoanalista.