La muerte, la convivencia, las clases sociales. La represión en la última dictadura cívico-militar, la problemática actual de los desalojos. Todos estos contundentes temas aborda Extraños sucesos del más acá, drama cómico dirigido por Marcelo Nacci y Macarena Orueta. La particularidad del espectáculo es que se estructura en tres actos ambientados cada uno en una época diferente, pero dentro del mismo espacio: una casona que se resignifica al calor de la historia. "Tenemos la esperanza no de bajar un mensaje, sino de multiplicar las preguntas y la sensibilidad en quien la vea", expresa Orueta a Página/12. Se presenta los domingos a las 20 en Teatro Los Pompas, avenida Brasil 2640.
El primer acto sucede a fines del siglo XIX. El segundo, en 1981, justo después del incendio del Picadero. En tanto que el último transcurre en la actualidad. El elenco es numeroso. Lo integran Nahuel Chavez, Juliana Fenzel, Tatiana Gallo, Azul Giménez Tellería, Chiara Mosca, Ananquel Peñalva García, Franco Riedel, Isabella Rossi y Solange Soto. Se trata de una creación colectiva que tomó como disparadores materiales literarios y fílmicos, entre ellos cuentos de Edgar Allan Poe como “La máscara de la muerte roja” y de Mariana Enriquez como “La casa de Adela”, y películas de comedia del terror como Beetlejuice y Los locos Addams. Con estas referencias, el grupo encontró un "universo común" que conjuga dos intenciones: interpelarse a sí mismo y divertirse. Interpelar y divertir a los espectadores, también.
Al comienzo de la exploración, Orueta proponía "consignas concretas" desde la dirección y el elenco probaba distintos procedimientos. "Todos partían de improvisaciones que nos permitieron ir escribiendo en vivo la trama; ayudaron a componer plasticidad, mundo, personajes y escenas", cuenta la directora. El teatro físico colaboró para encontrar y plasmar diferencias entre las corporalidades de "personajes vivos y personajes fantasmas". Los últimos, además, fueron construidos desde la danza butoh. La técnica vocal, por otra parte, orientó la búsqueda de "distintos acentos" para profundizar la diferencia entre las tres épocas. Las voces son esenciales en este espectáculo porque, claro, muchos de los actores encarnan a más de un personaje.
"A medida que pasaban los ensayos íbamos escribiendo la historia. Nacci estuvo en la coordinación dramatúrgica para poner en papel lo que componíamos escénicamente. Ese ida y vuelta entre la dramaturgia de la dirección y la del elenco fue un pilar en el proceso", completa Orueta, quien destaca además el rol de las vestuaristas y escenógrafas -Maia Doudchitzky y Julia Seras Rodríguez-, quienes "se encargaron de generar ambiente y estímulo desde la estética".
-¿Qué resonancias tiene la obra en la actualidad?
-Desde el principio quisimos hacer una obra que nos interpele a nosotrxs mismes, que cuente historias que nos parezca que son interesantes de ser contadas. Problemas que atraviesan nuestras vivencias y que quisimos plasmar también en el teatro, con la esperanza no de bajar un mensaje, sino de multiplicar las preguntas y la sensibilidad en quien la vea. En esta obra hay un arca de Noé de unos ricos que dejan morir a los pobres afuera. Hay un teatro que se incendia durante una dictadura militar. Hay un intento de desalojo a tres viejitos que viven en una casona, conducido por dos funcionarias y una heredera burócratas, corruptas y completamente disparatadas (últimamente la política es cada vez más disparatada). Todo esto tiene lamentablemente una profunda relación con nuestra actualidad. Desde la necesidad de seguir construyendo la memoria, más aún ahora que ha sido tan atacada por el Gobierno, hasta problemas de larga data que se recrudecen como la crisis habitacional y los desalojos en aumento, la diferencia de clases y la creciente desigualdad. En tiempos de crisis económica, los ricos se encierran en sus torres, ajenos a las inestabilidades que afectan a la inmensa mayoría.
-¿Cómo fue desarrollar una obra que transcurre en tres épocas diferentes?
-Si pensamos en La teoría de la bolsa, de Ursula K. Le Guin, y nos preguntamos qué bolsa contiene nuestra obra, podríamos contestar que la casona es nuestra bolsa. Y es ahí precisamente donde se dan los conflictos de la trama: en las tensiones propias de distintos vínculos con el espacio/territorio. Por eso quisimos explorar esta relación con el territorio (o la pérdida de este) a lo largo del tiempo. En un principio, este espacio sirve de refugio de unos pocos de la alta sociedad mientras afuera se desata la peste y la muerte. Luego, este mismo espacio se vuelve refugio pero de aquellos perseguidos en la dictadura militar, que escapan del incendio del Picadero. Hasta que, en el tercer acto, otra visión del espacio es presentada. En la actualidad distópica en la que vivimos, el capitalismo tardío nos redefine la forma de concebir al espacio: solo como sustrato para hacer negocios. ¿Qué resistencia a esa forma vacía y desconectada de ver el espacio es posible? Como dijo Aldo Flores, “acá nos enseñaron que lo trascendente está en el más allá. Y nunca nos enseñaron que lo trascendente está en el más aquí”.
-¿Cómo concebís el género del drama cómico?
-Buscamos crear personajes y circunstancias que se vean cotidianas pero llevándolas al límite para generar situaciones inesperadas y emocionantes. De esa manera las situaciones se vuelven más impactantes, con algo profundo y vital en juego. Y el gran condimento es, con todo esto, buscar cierta distancia del drama para que sea respirable y divertido, como la vida misma; es un drama lleno de altibajos y momentos que se escapan de lo común. En nuestro trabajo, buscamos capturar esta esencia, generar un equilibrio entre la intensidad dramática utilizando el humor para satirizar aspectos cuestionables de la sociedad y sus instituciones.
-¿Cuáles fueron los desafíos al montarla?
-Los desafíos al montarla también constituyen la riqueza de toda creación colectiva: la horizontalidad y ser un elenco grande. Ponerse de acuerdo entre varios, juntarnos a hacer, a pensar y luego a repensar qué estamos contando, cómo queremos contarlo. Todxs tenemos visiones más o menos distintas y esa diversidad, aunque a veces pueda tensionar, es también lo más sabroso de tramar en colectivo. Es en grupo, eso lo sabemos, y aunque cueste coincidir para un ensayo, tenemos la certeza de que es desde el amor y la fuerza de lo colectivo que elegimos hacer arte.