En Reunión cumbre del poeta y periodista Miguel Russo se profundiza la experiencia de estar en y al margen de la urbe, mediante una sutil exploración de personajes y escenas de la cotidianidad argentina. Con un registro entre coloquial y lírico, el poeta construye un universo ficcional destapado, por momentos, y lleno de silencios, también. En cada poema se respira una mezcla de ternura, desencanto y humor.

Russo construye una voz poética introspectiva y directa que funciona como remedo enunciativo del devenir de las luchas diarias de los personajes del poemario. Tony Diamante, el Tano D’Amelia, el Cabezón Aguirre y otros más son, en palabras del autor, “miembros de las barras adolescentes; compañeros de correrías, de militancia, de trabajo, de redacciones, de grupitos que buscaban siempre otra cosa; vecinos; conocidos y conocidas; amores”.

La reunión cumbre, entonces, representa un conjunto de voces que, mediante la intercalación del tiempo del acontecer y del recuerdo, recrean las vivencias de los miembros de esos grupos.

Russo explica que no necesitó inventar a sus personajes, sino simplemente "dejarse llevar por el placer de escucharlos y verlos vivir al lado mío". La lucha de estos es también la del autor, quien al escucharlos y observarlos logra traspasar su propia historia en discurso poético. La “reunión” en este poemario es una fusión de experiencias individuales que en conjunto abordan temas universales: la soledad, la resistencia, la melancolía y el sentido de pertenencia a una Buenos Aires, que es como un refugio, pero a la vez es como una trampa.

Russo encuentra el título del poemario, Reunión cumbre, después de agrupar sus poemas dispersos de las últimas décadas y observar que la interacción entre "personaje y autor" generaba “una tercera entidad”. El autor resignifica para su libro el título del disco Reunión cumbre de Astor Piazzolla y Gerry Mulligan, en el que “la combinación de ambos creaba algo mayor que la suma de las partes”. En este poemario, Russo busca capturar "un nosotros que da cuenta de una sociedad, un tiempo, un espacio, Buenos Aires, obvio. Y una manera de pensar".

Un poema que destaca por su profundidad es el primero de la serie “La verdadera historia de Tony Diamante, en el que se construye una voz introspectiva y melancólica para describir a Tony, atrapado en la monotonía de la vida: "todos los actos cotidianos / se parecen demasiado a buscarte". Este verso captura la esencia de la búsqueda constante y de la insatisfacción de días rutinarios. Tony se consume en la “imposible variación del menú” y en una “rutina que cada día le interesaba menos”. Este desencanto marca el tono nostálgico que atraviesa el libro.

Otro poema para destacar es “En el barrio”, una oda a la sensación de pertenencia en la medida en que se describe el día a día en un barrio porteño, que aparece como zona de protección ante el insoportable paso del tiempo. Una forma de resistencia frente a la insoportable levedad de la vida aparece en el acto de leer y no cualquier texto sino un diario, que además es viejo. Esta condición antigua del diario, que iría en contra de la urgencia de la información, es vital para suspender el conteo de la vida: esa lectura de la noticia vieja es relectura fresca que frena poéticamente la llegada de alguna forma del final. Ese poema que justamente evoca la juventud, esa edad dorada cuyos sueños quedaron en el camino, representa al barrio no solo como un espacio físico, sino como una zona emocional, una configuración afectiva donde los recuerdos siguen vivos e intactos.

En “Los consejos de Angelito Larrea, Russo se pregunta por el sentido de la creación artística. La voz poética desaconseja capturar la experiencia en palabras y afirma: “no escribir el poema / no tratar de dar forma a lo que se supone”. Para el poeta, algunos aspectos de la vida son inefables y no pueden ser regulados por el lenguaje. Esta idea se convierte en un tema recurrente en Reunión cumbre, aunque se evita la grandilocuencia y se elige una expresión directa y honesta. Aquí, la autenticidad de la poesía se antepone a la técnica de la composición: el arte queda definido como la búsqueda de ese punto fundamental de la existencia.

En “Motivos del amor en ocasiones difíciles” y a lo largo del poemario, Russo se detiene a reflexionar y a encontrar las formas adecuadas de hacer ingresar el amor y el desamor en el devenir poético. A través de momentos aparentemente triviales como “preparábamos jugo de naranja / descalzos en la cocina”, captura la esencia de una relación amorosa. Estos gestos mínimos encierran una gran sensibilidad, pero también evidencian la convicción de que la felicidad es efímera. La repetición de “eran días felices” a lo largo del poema subraya la nostalgia de un pasado que ya no se puede recuperar, un recurso que utiliza para expresar la imposibilidad de volver a transitar por esos momentos felices.

En “La pequeña herencia del Guti Gutiérrez, presenta un retrato de personajes atrapados en una vida de decadencia, resignados a sus limitaciones, pero que encuentran consuelo en la mutua compañía. Los versos “ya no hay pianos ni saxos / con los cuales creer esta película” sugieren la pérdida de ilusiones, pero también la capacidad de hallar cierto reparo en la camaradería de los bares y la sociabilidad que permiten trazar los colectivos de Buenos Aires. Russo muestra la urbe como un lugar donde la vida se desenvuelve entre la desilusión y la necesidad de conectar con otros y reconoce el impacto de figuras literarias como Raymond Carver, Jack Kerouac, Allen Ginsberg, y la "enorme influencia poética" de Edgar Lee Masters, Raúl González Tuñón y Juan Gelman.

En “Todo le iba mal a Raymond Carver, rinde homenaje al poeta estadounidense al describirlo “tratando de escribir bellos poemas sobre la pesca / y la vida natural y las cascadas”. La presencia de estos autores otorga al poemario un tono que mezcla la melancolía y el desarraigo de la generación Beat con una sensibilidad exaltada sobre todo aquello que envuelve la vida en la urbe moderna. Russo también reconoce en su poesía otra gran deuda con los escritores Andrés Rivera, Ricardo Piglia y Juan José Saer, quienes dejaron huella firme en su “forma de narrar y de pararse frente a la narración”, que se traduce en el enfoque sobrio y directo que caracteriza su obra.

Uno de los aspectos más destacables del poemario es su perspectiva sobre la muerte, que se trata con pragmatismo y sin grandes sentimentalismos. En “Las poquitas cosas de Jorge Pineda, el autor desacraliza los rituales sobre el cuerpo que siguen al acto de morir: “hay pocas cosas que hacer con un muerto”. La muerte, entonces, es una realidad inevitable y tangible y para hablar de ella se opta por un tono que cruza sencillismo con una poética que no abunda en complejas metáforas. Esta actitud desmitificadora aporta una crudeza que permite al lector enfrentar el tema sin edulcorarlo, y hace de la obra de Russo una reflexión mundana, sin vericuetos emocionales ni estéticos, sobre el final de la existencia.

El cierre del poemario, con “Finale. Maestoso: dos tangos tristes”, sintetiza el tono melancólico de la obra y en “Chau, no va más, Russo describe la partida de alguien querido de la siguiente manera: “se fue diciendo no / una catarata de no”. La acumulación de negaciones crea una atmósfera de resignación ante lo irreversible, como si el personaje intentara resistirse al adiós final.

En Reunión cumbre lo cotidiano se convierte en materia tan poética como reflexiva, lo que activa una complicidad eterna con el lector, para que desarme la trama de los personajes, sus historias y pise también el barrio ese donde sus habitantes residen con la simpleza de las existencias pesadas. El tono vital celebratorio de este libro no deja de lado las tragedias silenciosas y resalta justamente una condición: la del peligro que implica estar vivos.